Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir en mi barrio a
un concierto de música barroca a cargo de un grupo de cámara. Obras de Bach,
Haendel, Vivaldi, Pachelbel, etc. Los músicos eran chicos jóvenes con una gran
formación musical, todos menores de treinta años y poseedores del grado
superior, es decir, gente talentosa con un gran futuro por delante.
Faltaría a la verdad
si no dijera que sentí envidia sana pero, a pesar de haber asistido a un gran
concierto, hoy no vengo a hablar de ellos sino a poner en valor y a reivindicar
a todas esas personas que ya en la edad adulta apuestan por estudiar música y a
aprender a tocar un instrumento, entre las cuales me incluyo. Quiero resaltar
ese esfuerzo porque simultanear dicho aprendizaje con el trabajo profesional no
es nada sencillo; apenas dispones de tiempo, llegas cansado de trabajar, tal
vez tienes hijos pequeños y has de buscar tiempo para practicar o asistir a
clase.
La música es algo
inherente al ser humano porque el latido del corazón es nuestro metrónomo y nos
acompañará a lo largo de nuestra vida. A diferencia de la política, la música siempre
tiende puentes entre diferentes culturas (Leonard Cohen decía en una de sus
canciones que “las fronteras son mi cárcel”), posee además un único y universal
idioma aunque los ejecutantes sean de diferentes países. Es además la más
universal de las artes, nos alegra la vida, es agradecida, te devuelve con
creces el tiempo que has empleado en ella, potencia otras capacidades y
disfrutas y haces disfrutar a quienes te escuchan.
La música nos trae
recuerdos, es inevitable no asociar determinada canción a una época, a un lugar
o a una persona. Significa también melancolía de lo que un día fuimos. Cada
época tiene sus himnos y sus canciones nunca pasan de moda porque somos fieles
a ellas. Las mías eran y siguen siendo un buen ramillete que nunca me canso de
escuchar: “Yesterday”, “Los sonidos del silencio”, “Imagine”,
“You never can thell”, “Cotton fields”, “Stand bye me” o “Hello
Mary Lou” entre otras muchas. Gracias a la música he podido descubrir
nuevos ritmos, visitar algunas ciudades, pero sobre todo me ha servido para
conocer gente maravillosa, entablar relaciones de amistad y compartir buenos
momentos. La música nos emociona porque los seres humanos, aunque pertenezcamos
a diferentes culturas, en lo fundamental estamos hechos de la misma materia.
Las armas del mundo no deberían ser los cañones, las bombas y misiles sino los
violines y trompetas, los clarinetes, los violonchelos, las flautas y las
tubas, acompañados por las voces del coro interpretando esa joya que es la Novena
Sinfonía de Beethoven, el himno que canta a la fraternidad entre todos los
pueblos de la Tierra.