miércoles, 13 de diciembre de 2023

La música, ese arte

 

     Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir en mi barrio a un concierto de música barroca a cargo de un grupo de cámara. Obras de Bach, Haendel, Vivaldi, Pachelbel, etc. Los músicos eran chicos jóvenes con una gran formación musical, todos menores de treinta años y poseedores del grado superior, es decir, gente talentosa con un gran futuro por delante.

    Faltaría a la verdad si no dijera que sentí envidia sana pero, a pesar de haber asistido a un gran concierto, hoy no vengo a hablar de ellos sino a poner en valor y a reivindicar a todas esas personas que ya en la edad adulta apuestan por estudiar música y a aprender a tocar un instrumento, entre las cuales me incluyo. Quiero resaltar ese esfuerzo porque simultanear dicho aprendizaje con el trabajo profesional no es nada sencillo; apenas dispones de tiempo, llegas cansado de trabajar, tal vez tienes hijos pequeños y has de buscar tiempo para practicar o asistir a clase.

     La música es algo inherente al ser humano porque el latido del corazón es nuestro metrónomo y nos acompañará a lo largo de nuestra vida. A diferencia de la política, la música siempre tiende puentes entre diferentes culturas (Leonard Cohen decía en una de sus canciones que “las fronteras son mi cárcel”), posee además un único y universal idioma aunque los ejecutantes sean de diferentes países. Es además la más universal de las artes, nos alegra la vida, es agradecida, te devuelve con creces el tiempo que has empleado en ella, potencia otras capacidades y disfrutas y haces disfrutar a quienes te escuchan.

     La música nos trae recuerdos, es inevitable no asociar determinada canción a una época, a un lugar o a una persona. Significa también melancolía de lo que un día fuimos. Cada época tiene sus himnos y sus canciones nunca pasan de moda porque somos fieles a ellas. Las mías eran y siguen siendo un buen ramillete que nunca me canso de escuchar: “Yesterday”, “Los sonidos del silencio”, “Imagine”, “You never can thell”, “Cotton fields”, “Stand bye me” o “Hello Mary Lou” entre otras muchas. Gracias a la música he podido descubrir nuevos ritmos, visitar algunas ciudades, pero sobre todo me ha servido para conocer gente maravillosa, entablar relaciones de amistad y compartir buenos momentos. La música nos emociona porque los seres humanos, aunque pertenezcamos a diferentes culturas, en lo fundamental estamos hechos de la misma materia. Las armas del mundo no deberían ser los cañones, las bombas y misiles sino los violines y trompetas, los clarinetes, los violonchelos, las flautas y las tubas, acompañados por las voces del coro interpretando esa joya que es la Novena Sinfonía de Beethoven, el himno que canta a la fraternidad entre todos los pueblos de la Tierra.

jueves, 30 de noviembre de 2023

Nueva religión*

 

     Ya nos habían advertido que aquel profesor nunca defraudaba ni dejaba indiferente a nadie. Ocurrió hace un año aproximadamente en clase de Sociología. El profesor, mucho más joven que nosotros, con vaqueros, barba y pelo largo, nos contó que él no estaba allí para enseñar, que posiblemente nosotros, sus alumnos, sabíamos más que él, sino que su labor era la de despertar algunas conciencias a través del pensamiento crítico de la realidad en la que vivimos. Acto seguido nos preguntó cuál era el medio más influyente en nuestro  entorno social y cultural. Algunos le respondieron que el cristianismo, otros que el islam, etc.

     —Frío, frío. El asunto no va por ahí —dijo con una sonrisa mientras se paseaba por la clase. Algo tramaba, estuvo un buen rato paseando entre las mesas con las manos en la espalda mientras esperaba oír alguna nueva respuesta.

     —Internet, las redes sociales —aventuró otro, seguro de dar en el clavo. El profesor volvió a negar con la cabeza.

     —Yo creo que el teléfono móvil —insinuó un tercero.

     —Tampoco —fue su respuesta.

     —La globalización —preguntó un cuarto.

     El profesor, después de pensar unos segundos respondió.

     —Bueno, eso podría ser consecuencia de algo anterior. Hoy en día lo llamaríamos efecto colateral, pero tampoco es eso.

     Nos miramos unos a otros  mientras nos observaba con gesto divertido.

     —Alguna sugerencia más o se rinden ustedes.

     Después de algunos segundos de duda, una compañera que estaba en las primeras filas intervino.

     —Vale, nos rendimos.

     El profesor se quedó en pie frente a la clase. Todos le miramos con expectación, como el público que, ansioso espera el truco que el mago está a punto de realizar.

     —No señores, el medio más influyente en nuestro entorno se llama Mercado. Y cuando hablo de mercado me estoy refiriendo a fuerzas anónimas, sin rostro ni domicilio fijo, ninguno las ha elegido pero tienen mucho poder y nadie es capaz de limitar, controlar o guiar. Es un dios invisible, pero de una gran influencia en la vida de todos nosotros.

     Ante las caras de extrañeza que vio en nuestros rostros siguió hablando.

     —Sí, han oído bien y todos, en mayor o menor medida, pertenecemos a esa religión. Como el resto de creencias, ésta también tiene sus rituales, sus sacerdotes y propagandistas, solo que estos no usan ropajes llamativos; visten a la manera occidental y por supuesto tienen sus códigos, controlan la inmensa mayoría de los medios de comunicación y hasta las mismísimas aspiraciones de la mayoría social. Su primer mandamiento es el Consumo. Por supuesto también tienen sus teóricos, las universidades más prestigiosas, sus escuelas de negocios y sus dogmas. Muy de vez en cuando surgen crisis pero siempre salen fortalecidos de ellas. El Balance y la Cuenta de Resultados es el punto final, cuyo máximo objetivo se llama Beneficio.

     Nos miramos con gesto entre divertido y de sorpresa. La verdad es que tenía más pinta de líder estudiantil que de profesor universitario. Siguió hablando.

     —Al igual que el resto de religiones, tiene sus lugares de culto, el principal de ellos es la Bolsa o, si lo prefieren ustedes Wall Street. Allí fijan las miradas sus ministros y valedores con el fin de observar cómo van sus cotizaciones.

     En ese momento el compañero que estaba a mi lado exclamó.

     —Pero existe una diferencia fundamental. Esa religión como usted la llama, no promete ni cree en otra vida después de la muerte.

     —¿Quién ha afirmado eso? —dijo levantando la cabeza. Mi compañero levantó tímidamente la mano. A grandes zancadas se aproximó hasta casi tocarlo.

     —Tenga usted la completa seguridad de que si pudieran vender parcelas de cielo  en cómodos plazos lo harían —afirmó provocando las risas de toda la clase. Siguió hablando.

     —Como rasgos distintivos del Mercado podemos citar dos. De una parte, la falsa sensación de felicidad que nos proporciona el hecho de adquirir determinados bienes y de otro su voracidad, nunca es suficiente, siempre quiere más. Por lo demás, si algo caracteriza a nuestra sociedad es el miedo y el miedo provoca incertidumbre. Miedo a que nos quiten lo nuestro, miedo a lo desconocido , a lo que viene de fuera. El miedo se ha convertido en una nueva mercancía de consumo y se ha sometido a las leyes del mercado.

     —Alguna pregunta más? —dijo levantando la mirada a toda la clase.

     Todos nos quedamos en silencio. Acto seguido consultó su reloj. Era la hora de terminar. En efecto, en su primera clase el profesor no había defraudado.

 

    

     *Con este nuevo relato retomo mi blog. Quienes tenemos inoculado el virus de escribir, no podemos evitarlo. Mi vida se vuelve errática y confusa.

sábado, 2 de septiembre de 2023

Adiós sin pena

 

     Tal y como suele ocurrir en la vida, a todo inicio le corresponde su final, en este caso literario, aunque tengo que decir que yo nunca imaginé que mi viaje fuera tan largo y fructífero. Empecé este blog unos meses antes del inicio de la pandemia y, lo que en un principio pensé que sería algo coyuntural, se convirtieron en cuatro años (cuarenta y ocho meses consecutivos), de contar historias, cuentos, microrrelatos y vivencias, casi un centenar. Confieso que he disfrutado mucho, hasta el punto de que a veces me levantaba de la cama de madrugada con el fin de añadir la frase adecuada o para sustituir  una palabra que no se ajustaba a los que yo quería expresar.

     Quiero aprovechar y dar las gracias a quienes han tenido la paciencia de leerme; han sido dos mil visitas, correspondientes la mayoría a familiares y a mi círculo de amistades más próximo las que se han acercado a este blog sin el respaldo y difusión de las redes sociales. Imagino que mucha gente que desconozco se habrá colado en el universo de internet, porque de otra forma no me salen las cuentas.

     En estos momentos ignoro qué nuevo reto vendrá después, pero ante todo debo decir que el hecho de escribir me mantiene despierto y activo. Crear historias me parece siempre fascinante, saber contarlas es algo mágico. Yo solo soy un advenedizo, un  aprendiz cuyo único mérito consiste en ser perseverante y tozudo. La historia de la humanidad es la capacidad que han tenido todos los pueblos de crear narraciones maravillosas, desde “Las mil y una noches” de persas y árabes y la influencia que han ejercido en Occidente, pasando por los clásicos Chejov, Poe, Wilde, London, Dickens y tantos otros hasta los cuentos infantiles y canciones de cuna de nuestros días. A veces me preguntan si lo  que escribo son hechos reales o ficción. La ficción no resta valor a la escritura o a un género literario, al contrario. Estamos demasiado acostumbrados al cine cuando nos dicen que tal historia “está basada en hechos reales”. Las que no lo están ¿pierden valor? En absoluto, no son reales pero pueden ser verosímiles.

     Cierro este blog con la esperanza de que hayáis disfrutado o, al menos dejado sorprender  por algunas de las propuestas. También para mí ha sido una experiencia positiva. Nunca hubiera imaginado que pudiera tener lectores en lugares tan dispares como Guatemala o Canadá. Estoy convencido de  que todo el mundo tiene una historia para contar; si no lo hacemos es por alguna barrera que nosotros mismos nos hemos autoimpuesto. Yo también la tenía hasta que me liberé de ella. En todo caso fue un placer compartir estos buenos momentos. Saludos.

 

martes, 1 de agosto de 2023

La sima de Igúzquiza

 

     En este tiempo de posmodernidad donde se priorizan las formas y aupamos como referentes a celebrities, influencers y youtubers (con sus millones de seguidores), vengo a hablar de hechos acaecidos en el pasado reciente, de historias que han llegado hasta nosotros a través de documentos o por tradición oral, y de cómo la literatura los ha recogido y amplificado, pues nada de los que somos y hacemos es ajeno al hecho de contarlo a las generaciones futuras con más o menos grado de acierto y verosimilitud.

     La historia es la siguiente: durante la tercera guerra carlista (1872-1876) habitaba en Tudela un personaje siniestro llamado Ezequiel Llorente alias “Jergón”. Era chaparro, moreno, cejijunto y con cara de pocos amigos. Con este aspecto y con su mirada torva, escrutadora, de matón de barrio, imponía a cualquiera. Cuando abandonó a su mujer y a sus cinco hijos pasó a ser lugarteniente del cabecilla y amigo de fechorías  Félix Rosa Samaniego, expresidiario, ambos simpatizantes del bando carlista, que se dedicaron a la caza y captura de espías y confidentes a los que detenían y luego asesinaban. Cuentan las crónicas que liquidaron a más de doscientos liberales, a quienes los arrojaban, algunos todavía vivos, a una sima en Igúzquiza. El tal Jergón tenía la costumbre de arremangarse los pantalones y luego, en la taberna de la Feliporra de Estella se vanagloriaba de sus tropelías, diciendo que cada vuelta de su pantalón, una, dos, cinco, seis, correspondía a espías o confidentes que aquel día había arrojado a la sima.

      Estos dos hombres, llamados “partidarios indignos” se aprovecharon de aquellos años turbulentos en los que las fechorías quedaban desdibujadas bajo el oscuro manto de la guerra. Igualmente se jactaba de haber frito en la sartén las orejas de las personas que posteriormente eran arrojadas a la sima. No sabemos dónde termina la verdad y dónde empieza la leyenda en cuanto a los desmanes cometidos, pero eso no resta un ápice de la maldad de estos personajes. En 1876, meses después de finalizada la guerra, alguien reconoció a Jergón en una taberna de Lerín, pueblo cercano a Estella. Fue entregado a las autoridades y posteriormente trasladado a la cárcel de Pamplona. Acabó fusilado al pie de la sima y luego arrojado a ella. Jergón alcanzó la siniestra gloria de ser cantado en coplas de ciego de pueblo en pueblo.

     De tan truculenta historia se hicieron eco los periódicos y literatos de la época. También Pérez Galdós en su novela “La desheredada” nombra la sima de Igúzquiza. Pero fue Alejandro Sawa, escritor y periodista, que formó parte de la bohemia finisecular madrileña, el que publicó una novela en 1888 contando los hechos que acabamos de narrar. Viajó a París donde conoció a Víctor Hugo y Verlaine. Murió pobre, ciego y perdida la razón, e inspiró a Valle Inclán para crear a su personaje Max Estrella en “Luces de Bohemia”.

     Hace unos pocos días he visitado la sima, ahora parcialmente tapada su boca por la abundante vegetación. En la zona existen tres dolinas que crean un gran socavón de terreno. La sima tiene unos sesenta metros de profundidad y en su interior hay un microclima que hace crecer  especies de otras latitudes más húmedas. Estremece pensar que justo en ese lugar se cometieran tantas atrocidades sin juicio alguno, entre otras razones  porque para el fanatismo la indulgencia es un signo de debilidad.

 

lunes, 3 de julio de 2023

Dime quién soy

 

     Todo comenzó como comienzan las cosas a las que apenas prestamos atención; que si pequeñas distracciones, despistes, olvidos… en fin, nada que no le haya ocurrido alguna vez a la mayoría de la gente, pero que,  pasado  un tiempo, se nos revelan importantes cuando ya es demasiado tarde.

     Agustín es septuagenario y se encuentra en un centro especializado para atender a pacientes que tienen el mismo problema que él. El edificio es moderno, cuenta con piscina climatizada, gimnasio, biblioteca y un pequeño salón donde en fechas señaladas se celebran conferencias, conciertos de música o bien obras de teatro para los internos. Su habitación es luminosa y da a un parque donde a diario ve jugar a los niños en su hora de recreo. Todas las mañanas Roberto, un empleado del centro, le ayuda a vestirse. Es simpático, lleva veinte años trabajando con enfermos y ha visto de todo. Una vez que le ha ayudado a vestir le recuerda que debe tomar la medicación antes de bajar al gimnasio para hacer los ejercicios. A veces Roberto se enfada con él porque se niega a ir al gimnasio y le contesta que esas son rabietas como las de los críos.

     Cada quince días Agustín recibe en su habitación la visita del doctor Cabrera, el cual le hace preguntas acerca de su salud, si se encuentra a gusto en el centro y demás pormenores de interés. El paciente le responde apenas con monosílabos, entre otras cosas porque tiene dificultades para construir un discurso fluido y coherente. Además, la bata blanca le intimida y piensa que le están examinando o evaluando cada vez que el doctor acude a verle. Puestos a elegir prefiere la compañía de Roberto, a pesar de que a veces se enfada con él porque no quiere bajar al gimnasio, sin embargo a diario le gasta bromas y le hace reír con sus ocurrencias y las cosas que cuenta.

     Hoy es el cumpleaños de Agustín aunque él no lo sabe. Por la tarde recibe la visita de un muchacho joven, de unos treinta años. Su cara no le dice nada, más tarde duda, le pasa a menudo. Le pregunta qué ha comido pero no lo recuerda, e intentando salir del apuro le responde lo primero que le viene a la mente. Los dos se observan como buscando la manera de comunicarse sin que el otro sufra. Deliberadamente sortean las preguntas incómodas. La de uno: ¿qué haces aquí? La del otro: Sabes quién soy? El joven es consciente de la situación; le habla con pausa de su trabajo, de los planes que tiene y de las pequeñas cosas del día a día. En un momento dado le entrega un regalo y con gesto de sorpresa Agustín lo abre despacio, intentando no romper el envoltorio pues entiende que es algo delicado. El contenido es un álbum de fotografías, los dos se sientan  junto a la mesa y comienza a pasar las hojas mientras el joven observa la expresión de su rostro en busca de reacciones, pero apenas mueve ningún músculo de su cara ni hace comentarios. En ese momento suena un timbre, es la hora de la cena y también  la despedida de las visitas. Los dos se levantan, el joven le da un abrazo y le dice adiós papá, volveré la semana que viene.

martes, 23 de mayo de 2023

Cosas mías

 

1. ¿Alguien me puede explicar por qué todos los países tienen un Ministerio de Defensa cuando en realidad ninguno lo tiene de Ataque?

2. Me pregunto cómo  es posible que los ciudadanos elijan para gobernar sus países a gente ignorante, paranoica y sin escrúpulos, cuyas decisiones atentan contra el futuro de la Humanidad.

3. Entre los hijos y los padres siempre hay una conversación pendiente que no se celebrará nunca.

4. Frase que se atribuye a Albert Einstein: "Cuando una persona muere, no siente dolor, no siente nada... pero sus allegados sufren. Pasa lo mismo cuando eres imbécil".

5. La felicidad consiste en tratar de hacer la vida un poco más agradable a la gente que está a nuestro alrededor.

6. Cosas que me hacen especial ilusión: Escribir una buena historia, dormir en un faro junto al mar, montarme en una locomotora de vapor...

7. En una revista que estoy suscrito, leo las impresiones de un inmigrante subsahariano rescatado en aguas del Mediterráneo cuando estaba a punto de morir: "Estoy vacío o qué me ha pasado. Quiero ser como era antes, sentir alegría y tristeza, pero todas las cosas bellas han muerto. He envejecido, pero desearía no haberlo hecho nunca. No te preocupes madre, porque estoy en el otro lado".

8. La generación de nuestros padres y abuelos carecía de formación universitaria pero se respetaban entre ellos. Hoy, sus hijos y nietos poseen  títulos académicos pero airean insultos en la redes sociales  y exhiben sus miserias a cambio de dinero en los platós de televisión.

9. En la creación de contenidos tanto de youtubers como de influencers, me sobran los referidos a moda, cocina, ocio, regalos, complementos, etc y echo en falta los dedicados a las artes y a la cultura.

10. Mientras los gimnasios se llenan de gente, las librerías se ven obligadas al cierre o sobreviven a base de penurias. Tenemos cuerpos esculturales que apenas han visitado una biblioteca.

11. Sigo siendo optimista a pesar de todo: nunca voy a ser tan joven como ahora.

martes, 2 de mayo de 2023

En el bar

 

       Sentado en el taburete alto de la barra de un bar, mientras me tomo la cerveza que he pedido, contemplo el ir y venir del camarero y también de la clientela que entra y sale. Mientras la consumo despacio, observo que en la otra esquina de la barra hay un señor tomándose un combinado. Es más o menos de mi edad, pelo canoso, bien trajeado y parece como absorto en sus pensamientos. Sin saber por qué me invade un sentimiento de cercanía hacia esa persona y le pido al camarero que me cobre su consumición. Me pregunto si a través de la neurociencia seremos capaces algún día de conocer los pensamientos del otro, pero solo de pensarlo  me entran escalofríos. Tal vez sea la próxima revolución, quién sabe en qué estadio estaremos dentro de cincuenta o cien años. Hace algún tiempo entrevistaron a un señor de Menorca que murió con ciento catorce años, en la que afirmaba  que el mayor invento que había conocido en su vida había sido la luz eléctrica. Hoy en día ese invento lo tenemos tan naturalizado que no le damos la menor importancia.

     —¿Nos conocemos? —pregunta el desconocido viniendo a mi encuentro cuando el camarero le indica que le he invitado.

     Le respondo que no, que todo se debe a un arranque de generosidad que me surge de vez en cuando. Nos presentamos, dándonos la mano. Se llama Facundo.

     —Ya no quedan nombres como el suyo —le digo para romper el hielo.

     —No, ahora les ponen nombres raros. Yo tengo dos nietos, uno se llama Tarik y el otro Akira.

     Me cuenta que es psiquiatra, que trabaja en un despacho cercano y que cuando termina su jornada laboral a veces se toma un gin-tonic para relajarse del estrés acumulado. Quiere saber a qué me dedico. Como no quiero que me analice y halle en mí algún trastorno mental que desconozco,  le digo simplemente que soy un jubilado activo que busca estar en paz conmigo mismo y con los demás.

     —Tiene suerte. A mi consulta vienen todos los días tipos con patologías que debo ayudar a superar —me cuenta mientras pide al camarero que reponga nuestras bebidas.

     —¿Qué tipo de patologías?

     —De todo. Gente que ya no comprende el mundo en el que vive, la tendencia a la soledad  o cómo encarar la vejez y el final de la vida, trastornos de conducta, de comportamiento, depresiones. En fin, todo un catálogo de desdichas, pero elegí esta carrera, una disciplina en la que no afloran los rasgos positivos ni la buena energía. La verdad, es bastante agotador escuchar todos los días los problemas de los demás. De todo ello  intento liberarme yendo los fines de semana al monte o viendo comedias en el cine.

     El tal Facundo me produce una grata impresión a primera vista. Me siento a gusto de haber forzado el encuentro. Beber en compañía es mejor que hacerlo solo, nos ayuda a socializar y a sacar lo mejor de nosotros mismos. Sigue hablando.

     —Siempre trato de comprender el por qué de los comportamientos de los demás pero no siempre lo consigo. Por ejemplo me cuesta entender ver al personal con el pelo naranja, azul o morado. Usted lo ve normal? —me pregunta.

     —No sé, es la libertad de cada uno. No hacen daño a nadie —respondo.

     —Pero va contra la naturaleza. Si yo me tiñera el pelo de azul o llevara tatuajes en brazos y cuello ¿la gente acudiría a mi consulta? Pensarían que soy un mamarracho e inspiraría menos confianza.

     —Pues entonces haga como yo, jubílese y disfrute de la vida. Así no tendrá que escuchar problemas de otros y ganará en salud.

     —Me encantaría pero no puedo, he avalado el préstamo de mis hijos y debo seguir trabajando. Ah, cómo le envidio. La vida es para disfrutarla y sin embargo se nos va entre lloros y lamentaciones.

     Se produce un silencio porque ninguno de los dos sabe cómo encauzar el diálogo. Por un momento me arrepiento de haber entablado conversación con un extraño. Me lo suele repetir siempre mi mujer, no te metas donde no te llaman. También mi abuela paterna cuando en mi adolescencia me decía que tenía poco fundamento —fundamento gutxi, decía—Nadie está libre de prejuicios, mi acompañante psiquiatra tampoco, porque los prejuicios no entienden de formación ni de clase social. Me doy cuenta de que ahora él es mi paciente y que no tengo ninguna receta ni respuesta que darle. Como veo que hemos llegado a un punto muerto y que la conversación no da para más, miro el reloj, apuro mi bebida y me invento la excusa de que he quedado con mi hijo para ver una obra de teatro.

 

miércoles, 12 de abril de 2023

Las Pocholas

      En el post de hoy quiero recordar esos establecimientos de reconocida solera que hemos conocido toda la vida pero que en su momento no les dimos la importancia debida y que un buen día inesperadamente cerraron,  dejándonos un poco huérfanos. Resulta que solo a través de su ausencia sabemos reconocer el valor de las cosas perdidas, lo sabemos, es algo recurrente pero siempre nos pilla con el paso cambiado. Esos establecimientos suponen un valor añadido para las ciudades que los poseen y un motivo de orgullo para sus habitantes.

     En Pamplona, mi ciudad natal, hubo hasta el año 2000 un establecimiento hostelero regentado por una familia, las hermanas Guerendiáin, que fue durante muchos años una referencia en la ciudad. Se llamaba Las Pocholas, todo el mundo lo conocía porque estaba ubicado en un lugar céntrico, frente a la estatua de los Fueros, un monumento emblemático de la ciudad, pero yo nunca tuve la suerte de degustar sus ricos platos basados en la cocina tradicional. En realidad ha sido hace unos pocos años cuando me enteré de su esplendoroso pasado. Fue un referente porque reunió durante décadas a lo más granado y glamouroso del famoseo mundial. Allí acudían atraídos por una forma de hacer las cosas que combinaba calidad y sencillez, aparte de ser regentado por nueve hermanas, algo nada habitual entonces y mucho menos ahora. Además para que no faltara nada, durante los meses previos a la guerra civil, ese mismo lugar fue testigo de la conspiración de militares, falangistas y carlistas.

     Al lado de Las Pocholas tenía su consulta el Dr. Jadraque, dentista. Lo recuerdo sesentón, serio, con su bata blanca. Yo era un adolescente de quince años y, cuando entré en su despacho  las piernas me temblaban porque me tenía que empastar una muela que tenía caries. Ahora que lo sé, hubiera preferido acercarme a Las Pocholas para conocer el lugar donde se sentaron y para que alguna de ellas me contara las historias y los pequeños secretos de ilustres visitantes como Charles de Gaulle, Orson Wells, Ava Gardner, Charlton Heston, Deborah Kerr, Hemingway, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Bill Clinton, los reyes de Bélgica y gentes de toda clase y condición: toreros, políticos, escritores, diplomáticos… En 2017 falleció Conchita, la última de las hermanas. Hoy es un local anodino de una conocida franquicia, pulcro pero sin gracia ni personalidad, cuyo único mérito consiste en haber conservado una gran fotografía  de las nueve hermanas que lo regentaron durante casi setenta años.

 

    

     

     En la prensa local de muchas ciudades suelen aparecer casi a diario la noticia de cierres de establecimientos centenarios. Es una epidemia contagiosa  y una bola imparable que afecta a casi todas las ciudades y en su lugar, surgen negocios como bazares de todo a cien, restaurantes de comida rápida o casas de apuestas. La globalización no entiende de sentimentalismos, las ciudades cambian y se renuevan, son las mismas y a la vez distintas. Hemos ganado en confort, en nivel de vida, en acceso a bienes y servicios, pero al mismo tiempo ese progreso ha ido socavando toda una red de relaciones sociales basadas en la ayuda mutua e intergeneracional.

     Estas líneas quieren ser un homenaje a esos establecimientos centenarios que conocieron nuestros padres y abuelos en una época difícil de nuestro pasado y que han tenido que echar el cierre por falta de relevo o porque las leyes del mercado los han asfixiado. Ellos, con su esfuerzo y trabajo pusieron los cimientos de lo que hoy es la sociedad actual.

    

 

 

jueves, 30 de marzo de 2023

Una semana cualquiera

 

     LUNES. Cuando en mi casa se acuestan todos por la noche, aprovecho para ver una serie. Le elegida ofrece un cóctel canalla pero sugerente: marginación, droga, delincuencia, corrupción, etc. Me entretiene, pero analizando un poco el contenido se le ven las costuras: El personaje mafioso es poco creíble, la policía es incompetente hasta decir basta, quien controla el trapicheo de la droga y quien forma la banda para hacerse con el control del barrio es una adolescente. En fin, ya sé que las series está de moda pero por favor, un poco de rigor, no todo vale. Sólo hay un actor  que lo borda, es el macarra jefe de un garito donde se vende droga y que tiene un gorila guardaespaldas. El actor que hace de mafioso es conocido por su papel en comedias, es poco creíble y además carece de recursos para hacer verosímil su personaje. Dieciséis capítulos de una hora cada uno. Siempre preferí las historias cortas aunque bien contadas a esas series interminables que se alargan tanto que al final cansan. Ejemplo “Cuéntame cómo pasó”.

     MARTES.  Desde hace unas semanas estamos preparando los siguientes conciertos de la Banda de Música de cara a la temporada de primavera y verano. Resulta que Julio, saxo barítono, en el ensayo de hoy se ha dejado una de las partituras en casa. Además es reincidente.

     —Estaba convencido de que la incluí con el resto —trata de justificarse. El director ya le conoce de otras veces.

     —El martes que viene la traes, pero no te dejes el instrumento.

Hay carcajada general excepto de Julio, claro.

MIÉRCOLES. La profesora de Antropología pregunta en clase si determinadas culturas son superiores a otras, por ejemplo si la cultura europea es superior a las de ciertas tribus que habitan en el Amazonas. Sin entrar a juzgarlas moralmente le respondemos que sí, que la nuestra es más avanzada en desarrollo, en ciencia, en tecnología, etc. Nos contesta si se puede llamar avanzada a una sociedad basada en el despilfarro y devoradora de los recursos naturales, que pone en peligro la salud del propio planeta y que encima, almacena armas nucleares capaces de eliminar todo vestigio de vida. Al final nos plantea una pregunta inquietante. El alto nivel de desarrollo de una cultura y sus formas de vida, ¿lleva aparejado también mayor grado de destrucción?

JUEVES. Se ha estropeado el lavavajillas y aparentemente es una avería sencilla pero como soy un inútil para las reparaciones, mi mujer ha optado por llamar al técnico. Al día siguiente aparece y le echa un vistazo. Le pregunto por la avería.

     —Es algo sencillo. Se trata de cambiar una pieza. Bajo al coche a buscarla.

Espero diez, quince, veinte minutos. ¿Dónde habrá aparcado este tío? O es una treta para alargar el tiempo? Al final aparece, es de los que llevan el boli en la oreja. En cinco minutos la cambia y lo deja arreglado por lo que confío en que no me dé el sablazo. Le pregunto el precio. Cincuenta y siete euros. Pensaba darle algo de propina pero me lo pienso mejor.

VIERNES. Al poco de levantarme recibo un mensaje por wasap de un número desconocido.

     —Hola cariño. No te puedes imaginar quién soy. Todos los días me acuerdo de ti.

Intento hacer memoria, pero nada.

     —Pues la verdad, no caigo.

Después de unos segundos vuelve a la carga.

     —Me gustaría que nos viéramos de nuevo. Te echo mucho de menos.

Normalmente intento ser educado y no utilizo expresiones malsonantes pero esta vez lo tuve claro y no pude contenerme.

     —Anda vete a cagar, gilipollas.

Y al momento bloqueé su número.

SABADO. Acudo con mi mujer y mis hijos a conocer el Parque Europa en Torrejón de Ardoz, un gran parque con lago, tirolinas y otras distracciones. Cuenta también con una reproducción de los edificios europeos más emblemáticos: la Torre de Londres, los molinos holandeses, la Puerta de Brandeburgo, la Torre de Belén de Lisboa, etc. Cuando estoy bajo la torre Eiffel una chica joven se acerca y dice que se me va a declarar y que al final debo decir “oui”. Inmediatamente pienso que está loca o que se trata de una apuesta. Acto seguido se pone de rodillas, me toma la mano y me suelta una parrafada en francés. Cuando termina le doy el consabido “oui” y compruebo que alguien ha estado grabando toda la escena.

DOMINGO. Me voy con mi mujer y unos amigos de excursión a Segovia. Elegimos el tren, es menos contaminante y en media hora nos plantamos allí. Visitamos la casa-museo de don Antonio Machado, un hombre misterioso y tímido  que nos dejó un legado maravilloso. Cuando estoy deprimido y confuso siempre le leo. Luego nos acercamos al Alcázar, que tiene apariencia de cuento de hadas y de ahí nos fuimos a dar buena cuenta de un cochinillo asado que nos estaba esperando. Damos una vuelta por la ciudad, las Bandas de cornetas y tambores ensayan para la Semana Santa. Entre comentarios y risas ya estamos de vuelta en Madrid. El domingo se va, otra semana comienza.

 

 

 

viernes, 3 de marzo de 2023

Una muerte para recordar

 

     Hablar hoy de la muerte es un tema casi tabú, algo que nos asusta y nos da miedo en esta sociedad del bienestar en la que vivimos. Así, para referirnos a ella preferimos utilizar eufemismos como “fulanito se ha ido, ya no está con nosotros” o bien, “menganito nos ha dejado”, que indican una carga más llevadera porque la palabra muerte nos provoca rechazo. Aparentar ser siempre joven, lucir buen tipo y apariencia física se han convertido en algo más que una tendencia, es casi una necesidad en la que todos o casi todos estamos inmersos queramos admitirlo o no, porque si algo tiene  la sociedad de consumo es que nos iguala en la mayoría de nuestros gustos, en nuestras apetencias y aspiraciones (véase si no nuestra dependencia  de los móviles, la irrupción de los retoques estéticos, bótox, tratamientos faciales, la proliferación de gimnasios, el furor de los tatuajes o, de unos años a esta parte esa desmedida afición por las mascotas).

     Pues bien, en el Club de Lectura que organiza la biblioteca “Luis Martín Santos” de mi barrio, el profesor nos cuenta que en épocas de crisis (y nosotros estamos en una de ellas), las sociedades necesitan referentes que les puedan guiar hacia un futuro esperanzador y, a continuación, nos pide que citemos los nombres de personas con un final trágico que a nuestro juicio han contribuido a cambiar el rumbo de la Historia. Salen a relucir los nombres de Luther King, Ghandi, Lumumba, Che Guevara, Miguel Servet, Savonarola, Monseñor Romero, Chico Mendes y algunos otros que ahora no recuerdo. Para mis compañeros de clase, a éstos habría que añadir también otros nombres relevantes que han dejado un gran legado artístico y cultural: John Lennon, García Lorca, Antonio Machado, Passolini,  Anna Politkoskaya, Robert Capa, Víctor Jara, y así un largo etcétera.

     Es mi turno y cito a Jan Palach. Se produce un silencio porque no es un nombre que haya trascendido y la mayoría no lo conoce. Les explico que era un joven estudiante de Filosofía de la universidad de Praga que se opuso a la invasión de su país  por parte de los tanques soviéticos en 1968. Por aquel entonces el gobierno checo intentó unas tímidas reformas en lo que se llamó la “Primavera de Praga” hacia un socialismo con rostro humano, reformas que fueron aplastadas con mano de hierro por los dirigentes soviéticos. Jan Palach pertenecía a un comando estudiantil que se oponía a la presencia de tropas rusas en su ciudad y pensaban que había que dar una respuesta contundente a la invasión. El día señalado, en una céntrica plaza de una ciudad rodeada de tanques, se roció de gasolina  y acto seguido se prendió fuego. Tres días después falleció en el hospital a causa de las gravísimas quemaduras que afectaron al ochenta y cinco por ciento de su cuerpo. A partir de aquel día las movilizaciones fueron gigantescas contra la presencia de tropas extranjeras en su país. Yo era entonces adolescente y la noticia me impactó. Los periódicos en general se referían a él como un suicida. Hoy reconocemos que fue un héroe y un mártir. La Real Academia ha modificado recientemente el concepto de mártir. Ahora hay dos acepciones casi iguales. Una es “persona que padece muerte en defensa de su religión”, y la otra “persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones”.

     Más allá de la acción en sí, me pregunto cómo habría afrontado la situación la noche previa a su inmolación y, cuando salió por última vez de casa, de qué manera se habría despedido de sus padres y hermanos. Todos los personajes citados más arriba sabían el peligro que corrían pero ninguno tenía la fecha marcada. Un atentado contra ellos era una probabilidad, pero solo eso. Jan Palach en cambio ya había tomado una determinación, de ahí la grandeza de su decisión que al mismo tiempo sobrecoge y nos produce espanto nada más pensarlo. Hace tres o cuatro años estuve en Praga y no pude por menos que acercarme al lugar, en la plaza Wenceslao. Allí, un pequeño túmulo en forma de cruz de bronce recuerda el sitio donde se inmoló con veinte años en defensa de la libertad de su país. No fue el único, hubo más casos de estudiantes que le imitaron, hasta el punto de que las autoridades checas tuvieron que pedir a la población joven, que renunciaran a ese tipo de protesta. Desde entonces numerosas plazas y calles de la República Checa y de Europa llevan su nombre, así como un asteroide descubierto en julio de 1969.

     El gesto de Jan Palach fue entonces y sigue siendo ahora, el grito contra el afán expansionista de todos los gobiernos que apuestan por la guerra como medio para solucionar los conflictos.

sábado, 4 de febrero de 2023

Frío extremo

   Sin duda todos hemos conocido o bien leído, a alguien cuya vida y peripecias bien podría ser calificada como de película por cuanto tienen de encanto, emoción, acción, suspense y un montón de sensaciones que las hacen especialmente atractivas a nuestros ojos. A su lado, sentimos que nuestras vidas son corrientes, del montón, sin ninguna connotación que las haga singulares a la vista de los demás. A mí personalmente siempre me fascinó la vida del irlandés Ernest Shackleton.

     A los dieciséis años se enroló en la marina mercante y a los veinte llegó a oficial. Fue aventurero y explorador, amante de la naturaleza salvaje, cuya obsesión era la Antártida  y más concretamente llegar al Polo Sur. Con veinte años ya había atravesado cinco veces el Cabo de Hornos enfrentándose a la violencia del mar, el viento y las corrientes, también en el Cabo de Buena Esperanza donde estuvo a punto de perecer una noche de tormenta en que los vientos eran tan fuertes que los mástiles fueron cayendo a cubierta uno tras otro. Buen conversador, amante de la lectura y la poesía. Una vez convertido en oficial, su camarote siempre estaba atiborrado de libros a los que dedicaba horas y horas para asombro de sus compañeros. De carácter siempre optimista, bromista, dicharachero y un buen contador de las aventuras vividas en sus viajes, que relataba a un público boquiabierto. Cuenta la leyenda que puso un anuncio en The Times para un viaje a la Antártida que decía: “Se buscan hombres para un viaje arriesgado. Sueldo bajo, frío extremo. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Después de cada viaje daba conferencias en las principales ciudades europeas donde relataba sus experiencias a un público ávido por conocer. Su nombre ha pasado a la Historia por ser uno de los mejores exploradores de la Antártida, el continente helado, hace más de cien años. Sin embargo le faltaron ciento ochenta kilómetros para llegar al Polo Sur debido a que se lo impidieron las durísimas condiciones meteorológicas que tuvieron que soportar, además de encontrarse agotados y casi sin víveres. Pasaron cuatro meses de invierno en la Antártida durante los cuales no vieron la luz del sol, siempre oculto bajo el horizonte. Cuatro meses de oscuridad total puede volver loca a la persona más templada, soportando además crueles condiciones meteorológicas. En los tiempos actuales tal reto es perfectamente asumible pero entonces no había internet, ni televisión, ni móviles, ni radio, ni prensa (bueno, prensa sí había pero a la Antártida no llegaba).

     Aquella experiencia no hizo mella en su ánimo y,  años más tarde, tras buscar financiación y elegir a los miembros de su tripulación, volvió a intentarlo de nuevo. Esta vez el objetivo era mucho más ambicioso; atravesar todo el continente antártico, unos 3000 kilómetros sobre la superficie helada, objetivo que no pudieron cumplir. Su barco, el mítico Endurance, caería abatido  por el abrazo mortal de los bloques de hielo que lo rodearon aplastándolo como si fuera una cáscara de nuez, obligando a la tripulación a buscar un improvisado refugio en una isla. Eso requirió toda la fortaleza de Shackleton para salvar a todos los suyos y, reuniendo a cuatro personas de su máxima confianza subieron a un bote de siete metros de eslora para adentrarse en un mar con tormentas y vientos huracanados con el fin de llegar a otra isla a 1300 km de distancia donde faenaban buques balleneros y pedir ayuda. Durante la travesía era tal la furia de las tormentas que se veían incapaces de achicar el agua que entraba en el bote, obligando a relevarse a causa del agotamiento con temperaturas de veinte grados bajo cero. Agotados y al borde de la hipotermia llegaron por fin a la isla con un aspecto tan lamentable que los confundieron con vagabundos. Pese a no haber logrado ser el primero en la carrera al Polo Sur ni pasar a la posteridad con la fama de Robert Scott o Amundsen,  su gran mérito consistió en salvaguardar siempre la vida de sus hombres cada vez que iniciaba una nueva aventura en la Antártida con temperaturas de 45 grados bajo cero y temporales de hasta 200 km por hora que podían durar tres  o cuatro días. Su propio carácter, alegre y optimista resultó la mejor vacuna contra la depresión. Nadie de sus expediciones recordaría haberle visto preocupado ni aún en los peores momentos “No hemos perdido ni una sola vida, y eso que hemos pasado por el infierno”, afirmó a la vuelta de uno de sus viajes.

     Shackleton presintió su propia muerte en las últimas líneas que escribió en su cuaderno de bitácora la noche que sufrió el infarto; “En la creciente oscuridad del crepúsculo vi una estrella solitaria cernirse como una joya sobre la bahía”. Sus restos reposan en una sencilla tumba en las islas Georgias del Sur, cerca de la Antártida, un lugar inhóspito con una clima espantoso, pero donde se sintió libre y feliz.

miércoles, 18 de enero de 2023

La casa con jardín

 

     Era una tarde plomiza de esas de verano, en la que cualquier movimiento físico supone un esfuerzo considerable. El comisario Flores leía tranquilamente la prensa  en su despacho, dotado con aire acondicionado, cuando tres golpes secos sonaron en la puerta. Un hombre de unos ochenta años, visiblemente alterado, bien vestido y afeitado se presentó ante él.

     —Verá comisario, mi nombre es Rafael Ariza y vengo a denunciar la desaparición de mi esposa. Sufre de Alzheimer y temo que algo grave le haya pasado.

     El comisario escuchó atentamente el resto de la declaración. Quiso saber las rutinas diarias de su esposa, las actividades que tenía y personas con las que se relacionaba. La experiencia le decía que las primeras setenta y dos horas eran claves en las desapariciones. Rápidamente inició el protocolo de búsqueda alertando al resto de comisarías de la zona. El hombre se encontraba abatido, próximo al llanto, no tenía hijos y tampoco sabía a quién recurrir. Al día siguiente recibió en su domicilio la visita del comisario, que esta vez iba acompañado del inspector Rojas. Era una casa con un jardín extremadamente cuidado y un pequeño invernadero, aspecto éste que no pasó desapercibido para los agentes.

     —Es mi única distracción. Aquí paso la mayor parte de mi tiempo —les comentó con gesto preocupado.

     Pasaron al interior de la casa y el comisario quiso saber  si su esposa llevaba algún tipo de diario que les pudiera conducir a alguna pista. Le respondió que sí y subieron a la habitación. Mientras el comisario ojeaba el diario, Rafael Ariza siguió por la ventana los pasos del inspector que merodeaba por el jardín fumando un cigarrillo mientras examinaba concienzudamente el terreno. Luego lo tiró al suelo y lo apagó con el pie. El diario de la esposa contenía abundantes anotaciones que el comisario apuntó en su agenda. Momentos después el comisario y el inspector salieron de casa asegurándole que se pondría en contacto con él en cuanto tuviera alguna información. Ariza les acompañó hasta la puerta  y nada más despedirse lo primero que hizo fue ponerse los guantes. Nada le incomodaba más que la falta de respeto y el poco tacto de la gente. Recogió la colilla del suelo y la tiró al cubo de la basura.

     Todos lo días antes de la rutina del cuidado del jardín telefoneaba al comisario por si hubiera alguna novedad pero la respuesta siempre era negativa. Diez días después el comisario le telefoneó para darle la noticia: los restos de una persona mayor, que coincidían con los de su mujer, habían aparecido en un paraje junto al río y era preciso que reconociera el cadáver. Acudieron al Instituto Anatómico Forense y un médico les acompañó hasta la sala frigorífica donde destaparon el cuerpo. Entre lágrimas y sollozos Rafael Ariza afirmó levemente con la cabeza, luego manifestó al comisario  que el deseo de su esposa siempre fue el que la incineraran.

     Una vez cumplimentados los protocolos llegó a su casa  y se sentó abatido y cansado en la mecedora ubicada junto al porche, donde repasó todo lo acontecido  durante las últimas semanas. Ahora sentía el peso de la soledad y eso le laceraba el alma más que cualquier otra cosa. Su mirada se posó luego en una esquina del jardín, el lugar donde había enterrado el cadáver de su esposa después de asesinarla. Su cuidado y constantes atenciones eran una carga demasiado pesada para él.

    

viernes, 6 de enero de 2023

Un océano de sal en la montaña

 

     El salar de Uyuni es un extensísimo territorio duro e inhóspito enclavado en el suroeste de Bolivia. Hace millones de años era un lago que al evaporarse dejó un manto de sal de varias decenas de metros de espesor que ahora es casi el único recurso de los pobladores de la zona como medio de vida. Con escasos medios  han de arrancar del suelo la sal endurecida y luego transportarla hasta las fábricas donde más tarde la refinan y exportan, sobre todo a Brasil para su consumo. El astronauta Neil Amstrong afirmó haber visto desde el espacio el vasto territorio blanco que cubre una extensión de diez mil kilómetros cuadrados.

     Kuntur (que en quechua significa cóndor), se dedica al igual que sus antepasados durante generaciones, a la extracción y transporte de bloques de sal. Tiene la tez oscura con surcos en la cara y en la frente producidos por el sol y el aire del altiplano situado a tres mil seiscientos metros de altitud. Es enjuto pero robusto, de abundante pelo negro enmarañado. Desde  los doce años en que empezó a trabajar con su padre, no ha conocido otra realidad que el salar, y las vacaciones es un término que desconoce su significado; es casi analfabeto pero sabe con certeza que cualquier otra vida es mejor que la suya. A sus cuarenta y cinco años es todavía joven pero cada vez con más frecuencia le vienen los dolores de espalda a consecuencia de cargar bloques de treinta kilos de sal, que en la actualidad le obligan a tomar fármacos para mitigar el dolor. Antes le bastaba con masticar hojas de coca pero eso ya no es suficiente y debe comprar medicinas que no siempre encuentra.

     Kuntur observa cómo los fines de semana después de cobrar, los hombres acostumbran a tomar chicha u otras bebidas alcohólicas y a visitar los burdeles de la ciudad para tratar de olvidar el embrutecedor trabajo del día a día. Desde hace unos años el turismo (ese gran depredador), ha descubierto estas tierras sufrientes y jóvenes europeos o norteamericanos se acercan en vehículos 4x4 para contemplar el mar de sal que cubre todo lo que la vista alcanza. A veces los turistas le piden fotografiarse con ellos pero él lo rechaza porque no está dispuesto a ser mercancía para jóvenes ricos en busca de paisajes exóticos. Siente que forma parte del orgullo de ser de sus antepasados, pero al mismo tiempo lamenta que su destino esté ligado a este lugar abandonado de la mano de Dios. Él ya no espera nada nuevo de la vida, acepta su destino pero le preocupa el fututo de sus dos hijos en edad adolescente, el mayor de catorce años y la menor de doce. Su hijo es fuerte y quiere seguir la tradición familiar, a duras penas el padre lo consiente, pero en cambio no está dispuesto a que el futuro de su hija pueda estar en manos de un marido que la maltrate cuando llegue borracho de la cantina. Sabe que ella es inteligente y despierta. Le pide que se forme y se prepare porque para ella quiere otro tipo de vida, aunque sea lejos del lugar en donde nació.