miércoles, 12 de abril de 2023

Las Pocholas

      En el post de hoy quiero recordar esos establecimientos de reconocida solera que hemos conocido toda la vida pero que en su momento no les dimos la importancia debida y que un buen día inesperadamente cerraron,  dejándonos un poco huérfanos. Resulta que solo a través de su ausencia sabemos reconocer el valor de las cosas perdidas, lo sabemos, es algo recurrente pero siempre nos pilla con el paso cambiado. Esos establecimientos suponen un valor añadido para las ciudades que los poseen y un motivo de orgullo para sus habitantes.

     En Pamplona, mi ciudad natal, hubo hasta el año 2000 un establecimiento hostelero regentado por una familia, las hermanas Guerendiáin, que fue durante muchos años una referencia en la ciudad. Se llamaba Las Pocholas, todo el mundo lo conocía porque estaba ubicado en un lugar céntrico, frente a la estatua de los Fueros, un monumento emblemático de la ciudad, pero yo nunca tuve la suerte de degustar sus ricos platos basados en la cocina tradicional. En realidad ha sido hace unos pocos años cuando me enteré de su esplendoroso pasado. Fue un referente porque reunió durante décadas a lo más granado y glamouroso del famoseo mundial. Allí acudían atraídos por una forma de hacer las cosas que combinaba calidad y sencillez, aparte de ser regentado por nueve hermanas, algo nada habitual entonces y mucho menos ahora. Además para que no faltara nada, durante los meses previos a la guerra civil, ese mismo lugar fue testigo de la conspiración de militares, falangistas y carlistas.

     Al lado de Las Pocholas tenía su consulta el Dr. Jadraque, dentista. Lo recuerdo sesentón, serio, con su bata blanca. Yo era un adolescente de quince años y, cuando entré en su despacho  las piernas me temblaban porque me tenía que empastar una muela que tenía caries. Ahora que lo sé, hubiera preferido acercarme a Las Pocholas para conocer el lugar donde se sentaron y para que alguna de ellas me contara las historias y los pequeños secretos de ilustres visitantes como Charles de Gaulle, Orson Wells, Ava Gardner, Charlton Heston, Deborah Kerr, Hemingway, Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Bill Clinton, los reyes de Bélgica y gentes de toda clase y condición: toreros, políticos, escritores, diplomáticos… En 2017 falleció Conchita, la última de las hermanas. Hoy es un local anodino de una conocida franquicia, pulcro pero sin gracia ni personalidad, cuyo único mérito consiste en haber conservado una gran fotografía  de las nueve hermanas que lo regentaron durante casi setenta años.

 

    

     

     En la prensa local de muchas ciudades suelen aparecer casi a diario la noticia de cierres de establecimientos centenarios. Es una epidemia contagiosa  y una bola imparable que afecta a casi todas las ciudades y en su lugar, surgen negocios como bazares de todo a cien, restaurantes de comida rápida o casas de apuestas. La globalización no entiende de sentimentalismos, las ciudades cambian y se renuevan, son las mismas y a la vez distintas. Hemos ganado en confort, en nivel de vida, en acceso a bienes y servicios, pero al mismo tiempo ese progreso ha ido socavando toda una red de relaciones sociales basadas en la ayuda mutua e intergeneracional.

     Estas líneas quieren ser un homenaje a esos establecimientos centenarios que conocieron nuestros padres y abuelos en una época difícil de nuestro pasado y que han tenido que echar el cierre por falta de relevo o porque las leyes del mercado los han asfixiado. Ellos, con su esfuerzo y trabajo pusieron los cimientos de lo que hoy es la sociedad actual.

    

 

 

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