LUNES. Cuando en mi casa se acuestan
todos por la noche, aprovecho para ver una serie. Le elegida ofrece un cóctel
canalla pero sugerente: marginación, droga, delincuencia, corrupción, etc. Me
entretiene, pero analizando un poco el contenido se le ven las costuras: El
personaje mafioso es poco creíble, la policía es incompetente hasta decir
basta, quien controla el trapicheo de la droga y quien forma la banda para
hacerse con el control del barrio es una adolescente. En fin, ya sé que las
series está de moda pero por favor, un poco de rigor, no todo vale. Sólo hay un
actor que lo borda, es el macarra jefe
de un garito donde se vende droga y que tiene un gorila guardaespaldas. El
actor que hace de mafioso es conocido por su papel en comedias, es poco creíble
y además carece de recursos para hacer verosímil su personaje. Dieciséis
capítulos de una hora cada uno. Siempre preferí las historias cortas aunque
bien contadas a esas series interminables que se alargan tanto que al final
cansan. Ejemplo “Cuéntame cómo pasó”.
MARTES. Desde hace unas semanas estamos preparando los
siguientes conciertos de la Banda de Música de cara a la temporada de primavera
y verano. Resulta que Julio, saxo barítono, en el ensayo de hoy se ha dejado
una de las partituras en casa. Además es reincidente.
—Estaba convencido
de que la incluí con el resto —trata de justificarse. El director ya le conoce
de otras veces.
—El martes que
viene la traes, pero no te dejes el instrumento.
Hay carcajada general excepto de Julio, claro.
MIÉRCOLES. La profesora de Antropología pregunta en clase si
determinadas culturas son superiores a otras, por ejemplo si la cultura europea
es superior a las de ciertas tribus que habitan en el Amazonas. Sin entrar a
juzgarlas moralmente le respondemos que sí, que la nuestra es más avanzada en
desarrollo, en ciencia, en tecnología, etc. Nos contesta si se puede llamar
avanzada a una sociedad basada en el despilfarro y devoradora de los recursos
naturales, que pone en peligro la salud del propio planeta y que encima,
almacena armas nucleares capaces de eliminar todo vestigio de vida. Al final
nos plantea una pregunta inquietante. El alto nivel de desarrollo de una
cultura y sus formas de vida, ¿lleva aparejado también mayor grado de
destrucción?
JUEVES. Se ha estropeado el lavavajillas y aparentemente es
una avería sencilla pero como soy un inútil para las reparaciones, mi mujer ha
optado por llamar al técnico. Al día siguiente aparece y le echa un vistazo. Le
pregunto por la avería.
—Es algo sencillo.
Se trata de cambiar una pieza. Bajo al coche a buscarla.
Espero diez, quince, veinte minutos. ¿Dónde habrá aparcado
este tío? O es una treta para alargar el tiempo? Al final aparece, es de los
que llevan el boli en la oreja. En cinco minutos la cambia y lo deja arreglado
por lo que confío en que no me dé el sablazo. Le pregunto el precio. Cincuenta
y siete euros. Pensaba darle algo de propina pero me lo pienso mejor.
VIERNES. Al poco de levantarme recibo un mensaje por wasap de
un número desconocido.
—Hola cariño. No
te puedes imaginar quién soy. Todos los días me acuerdo de ti.
Intento hacer memoria, pero nada.
—Pues la verdad,
no caigo.
Después de unos segundos vuelve a la carga.
—Me gustaría que
nos viéramos de nuevo. Te echo mucho de menos.
Normalmente intento ser educado y no utilizo expresiones
malsonantes pero esta vez lo tuve claro y no pude contenerme.
—Anda vete a
cagar, gilipollas.
Y al momento bloqueé su número.
SABADO. Acudo con mi mujer y mis hijos a conocer el Parque
Europa en Torrejón de Ardoz, un gran parque con lago, tirolinas y otras
distracciones. Cuenta también con una reproducción de los edificios europeos
más emblemáticos: la Torre de Londres, los molinos holandeses, la Puerta de
Brandeburgo, la Torre de Belén de Lisboa, etc. Cuando estoy bajo la torre
Eiffel una chica joven se acerca y dice que se me va a declarar y que al final
debo decir “oui”. Inmediatamente pienso que está loca o que se trata de una
apuesta. Acto seguido se pone de rodillas, me toma la mano y me suelta una
parrafada en francés. Cuando termina le doy el consabido “oui” y compruebo que
alguien ha estado grabando toda la escena.
DOMINGO. Me voy con mi mujer y unos amigos de excursión a
Segovia. Elegimos el tren, es menos contaminante y en media hora nos plantamos
allí. Visitamos la casa-museo de don Antonio Machado, un hombre misterioso y
tímido que nos dejó un legado
maravilloso. Cuando estoy deprimido y confuso siempre le leo. Luego nos
acercamos al Alcázar, que tiene apariencia de cuento de hadas y de ahí nos
fuimos a dar buena cuenta de un cochinillo asado que nos estaba esperando.
Damos una vuelta por la ciudad, las Bandas de cornetas y tambores ensayan para
la Semana Santa. Entre comentarios y risas ya estamos de vuelta en Madrid. El
domingo se va, otra semana comienza.
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