Todo comenzó como comienzan
las cosas a las que apenas prestamos atención; que si pequeñas distracciones,
despistes, olvidos… en fin, nada que no le haya ocurrido alguna vez a la
mayoría de la gente, pero que, pasado un tiempo, se nos revelan importantes cuando
ya es demasiado tarde.
Agustín es septuagenario y
se encuentra en un centro especializado para atender a pacientes que tienen el
mismo problema que él. El edificio es moderno, cuenta con piscina climatizada,
gimnasio, biblioteca y un pequeño salón donde en fechas señaladas se celebran
conferencias, conciertos de música o bien obras de teatro para los internos. Su
habitación es luminosa y da a un parque donde a diario ve jugar a los niños en
su hora de recreo. Todas las mañanas Roberto, un empleado del centro, le ayuda
a vestirse. Es simpático, lleva veinte años trabajando con enfermos y ha visto
de todo. Una vez que le ha ayudado a vestir le recuerda que debe tomar la
medicación antes de bajar al gimnasio para hacer los ejercicios. A veces
Roberto se enfada con él porque se niega a ir al gimnasio y le contesta que
esas son rabietas como las de los críos.
Cada quince días Agustín
recibe en su habitación la visita del doctor Cabrera, el cual le hace preguntas
acerca de su salud, si se encuentra a gusto en el centro y demás pormenores de
interés. El paciente le responde apenas con monosílabos, entre otras cosas
porque tiene dificultades para construir un discurso fluido y coherente.
Además, la bata blanca le intimida y piensa que le están examinando o evaluando
cada vez que el doctor acude a verle. Puestos a elegir prefiere la compañía de
Roberto, a pesar de que a veces se enfada con él porque no quiere bajar al
gimnasio, sin embargo a diario le gasta bromas y le hace reír con sus
ocurrencias y las cosas que cuenta.
Hoy es el cumpleaños de
Agustín aunque él no lo sabe. Por la tarde recibe la visita de un muchacho
joven, de unos treinta años. Su cara no le dice nada, más tarde duda, le pasa a
menudo. Le pregunta qué ha comido pero no lo recuerda, e intentando salir del
apuro le responde lo primero que le viene a la mente. Los dos se observan como
buscando la manera de comunicarse sin que el otro sufra. Deliberadamente
sortean las preguntas incómodas. La de uno: ¿qué haces aquí? La del otro: Sabes
quién soy? El joven es consciente de la situación; le habla con pausa de su
trabajo, de los planes que tiene y de las pequeñas cosas del día a día. En un
momento dado le entrega un regalo y con gesto de sorpresa Agustín lo abre
despacio, intentando no romper el envoltorio pues entiende que es algo
delicado. El contenido es un álbum de fotografías, los dos se sientan junto a la mesa y comienza a pasar las hojas
mientras el joven observa la expresión de su rostro en busca de reacciones,
pero apenas mueve ningún músculo de su cara ni hace comentarios. En ese momento
suena un timbre, es la hora de la cena y también la despedida de las visitas. Los dos se
levantan, el joven le da un abrazo y le dice adiós papá, volveré la semana que
viene.
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