El salar de Uyuni es un
extensísimo territorio duro e inhóspito enclavado en el suroeste de Bolivia.
Hace millones de años era un lago que al evaporarse dejó un manto de sal de
varias decenas de metros de espesor que ahora es casi el único recurso de los
pobladores de la zona como medio de vida. Con escasos medios han de arrancar del suelo la sal endurecida y
luego transportarla hasta las fábricas donde más tarde la refinan y exportan,
sobre todo a Brasil para su consumo. El astronauta Neil Amstrong afirmó haber
visto desde el espacio el vasto territorio blanco que cubre una extensión de
diez mil kilómetros cuadrados.
Kuntur (que en quechua significa cóndor),
se dedica al igual que sus antepasados durante generaciones, a la extracción y
transporte de bloques de sal. Tiene la tez oscura con surcos en la cara y en la
frente producidos por el sol y el aire del altiplano situado a tres mil
seiscientos metros de altitud. Es enjuto pero robusto, de abundante pelo negro
enmarañado. Desde los doce años en que
empezó a trabajar con su padre, no ha conocido otra realidad que el salar, y
las vacaciones es un término que desconoce su significado; es casi analfabeto
pero sabe con certeza que cualquier otra vida es mejor que la suya. A sus
cuarenta y cinco años es todavía joven pero cada vez con más frecuencia le
vienen los dolores de espalda a consecuencia de cargar bloques de treinta kilos
de sal, que en la actualidad le obligan a tomar fármacos para mitigar el dolor.
Antes le bastaba con masticar hojas de coca pero eso ya no es suficiente y debe
comprar medicinas que no siempre encuentra.
Kuntur observa cómo los fines de semana
después de cobrar, los hombres acostumbran a tomar chicha u otras bebidas
alcohólicas y a visitar los burdeles de la ciudad para tratar de olvidar el embrutecedor
trabajo del día a día. Desde hace unos años el turismo (ese gran depredador),
ha descubierto estas tierras sufrientes y jóvenes europeos o norteamericanos se
acercan en vehículos 4x4 para contemplar el mar de sal que cubre todo lo que la
vista alcanza. A veces los turistas le piden fotografiarse con ellos pero él lo
rechaza porque no está dispuesto a ser mercancía para jóvenes ricos en busca de
paisajes exóticos. Siente que forma parte del orgullo de ser de sus
antepasados, pero al mismo tiempo lamenta que su destino esté ligado a este
lugar abandonado de la mano de Dios. Él ya no espera nada nuevo de la vida,
acepta su destino pero le preocupa el fututo de sus dos hijos en edad
adolescente, el mayor de catorce años y la menor de doce. Su hijo es fuerte y
quiere seguir la tradición familiar, a duras penas el padre lo consiente, pero
en cambio no está dispuesto a que el futuro de su hija pueda estar en manos de
un marido que la maltrate cuando llegue borracho de la cantina. Sabe que ella
es inteligente y despierta. Le pide que se forme y se prepare porque para ella
quiere otro tipo de vida, aunque sea lejos del lugar en donde nació.
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