martes, 3 de marzo de 2020

El desconocido



     Paula es mi mejor amiga. Las dos estudiamos cuarto de la ESO en el colegio público de la zona donde vivo, y aunque ella reside en otro barrio cercano, siempre se las apaña para llegar puntual a clase. Sus padres le cambiaron de colegio porque en el suyo sus compañeras se metían con ella debido a que era gordita y recibía constantemente mensajes insultantes y vejatorios en su móvil. Se nota que la vida le ha hecho madurar antes y es más decidida que yo. Las dos nos reímos mucho cuando estamos juntas, nos encanta la música de Rihanna o Beyoncé y sufrimos gustosamente con las pelis de terror.
     Una tarde al terminar las clases acompañé a mi amiga hasta el autobús y nos despedimos hasta el día siguiente. Luego me encaminé hacia mi casa pero el conductor de un coche blanco que estaba aparcado junto a la acera me pidió que me acercara para preguntarme algo. Tenía un mapa encima del volante y parecía estar buscando una dirección o alguna calle. Era de mediana edad, con bigote, llevaba gafas de sol y tenía el pelo rizado. Me acerqué y en ese momento retiró el plano a un lado. Tenía los pantalones bajados y el pene erecto.
     —¿Te gusta? —dijo con voz ronca.
     —!Asqueroso! !Guarro! Ahora mismo voy a llamar a la policía.
     El corazón se me aceleró y fui corriendo a mi casa presa de un gran nerviosismo. No dije nada a mis padres para no alarmarles. Me metí en mi habitación pero no pude concentrarme. Las imágenes iban y volvían una y otra vez a mi cabeza. Al día siguiente durante el recreo comenté el incidente a mi amiga. Se revolvió furiosa.
     —!Qué asco de tíos! Solo de pensarlo se me revuelve el estómago. Mi padre dice que a todos esos violadores había que castrarlos porque cuando salen de la cárcel algunos vuelven a reincidir.
     Pocos días después fue mi cumpleaños y Paula me sorprendió con un regalo.
     —¿Un spray? ¿Y para qué quiero yo esto?
   —Ay Vane, de verdad. A veces eres un poco pava. Si alguna vez sufres acoso, no dudes en utilizarlo.
     Durante los  días posteriores cada vez que salía a la calle no podía  evitar recelar al ver parado un coche blanco. Pero por suerte ya han pasado varios meses y el incidente está ya casi olvidado. Ahora lo que me preocupa son los exámenes, sobre todo el de matemáticas. A Paula se le dan bien y una tarde me dice que vaya a su casa. Su madre me recibe amablemente y luego nos invita a un trozo de tarta de manzana que acaba de hacer. Estoy enfrascada con los polinomios, las operaciones con fracción algebraica, la trigonometría. Menudo rollo. Llamo a casa para decir que llegaré tarde. Mi cabeza es un barullo pero gracias a la constancia de Paula hacia las diez de la noche al final vi la luz. En ese instante se abrió la puerta de la habitación.
     —Hola papá, es Vanessa mi compañera de clase. ¿La puedes llevar a su casa?
     —Por supuesto que sí.
     Me quedo sin habla. Voz ronca, pelo rizado, bigote... El no me reconoce pero yo sí. Rara vez olvido una cara. Me digo que tengo que ser valiente. Sí, soy inocente pero no me atrevo a destrozar una familia. De nuevo me veo frente a mi agresor y es injusto tener que sufrir de nuevo. Por suerte metí el spray en el bolso.






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