Las circunstancias de cada uno y el tiempo en el que nos toca vivir, hace que algunas vidas, en determinados momentos, sean extraordinariamente difíciles y, en algunas ocasiones hasta heroicas. La de mi abuelo materno fue una de ellas. Se llamaba Dionisio Ruiz y nació en un pequeño pueblo de Soria a finales del s. XIX, una época social caracterizada por evidentes restos de feudalismo en buena parte de las zonas rurales del país, cuyo exponente más conocido era la figura del cacique a cuyo servicio e interés estaba supeditada la actividad agraria de grandes latifundios. En política la Monarquía debía hacer frente al poder cada vez mayor de los partidos obreros y a la incipiente actividad industrial, que favoreció el nacimiento de los sindicatos y que desembocaría más tarde en enfrentamientos con la fuerzas del orden. A todo esto debemos añadir la cuestión militar en el norte de África, las protestas por tantas vidas y recursos destinados a la guerra de Marruecos que conducirían al Desastre de Annual.
Mi abuelo era panadero de profesión pero con el tiempo y los años aprendió y desarrolló otros oficios como electricista, carpintero, apicultor, hortelano y algún otro que olvido. Durante mi infancia mi contacto con él fue escaso y se reducía al periodo vacacional debido a que no vivían con nosotros y porque además en aquella época la relación con los mayores era más distante y lejana que en la actualidad, en la que entre abuelos y nietos hay más comunicación y diálogo. Además tampoco soportaba mucho el jaleo de la chiquillería a su alrededor. Hombre de pocas palabras, le recuerdo sentado en su sillón de mimbre, con barba de dos o tres días leyendo la prensa que diariamente recibía. Al andar arrastraba los pies con su paso torpe y cansino ya castigado por la edad.
A la edad de dieciséis años me encontraba yo estudiando el Bachillerato lejos de mi ciudad natal. Un día recibí carta de mi casa en la que se me comunicaba que mi abuelo acababa de fallecer víctima de una gripe que no pudo superar debido a su delicada salud. Pocas cosas sabía yo de su vida excepto que había sido el encargado de la central eléctrica del pueblo hasta su jubilación, pasando luego a residir en una casa de dos plantas que con mucho esfuerzo se había hecho construir unos años antes. Durante bastante tiempo dejé de frecuentar aquella casa excepto en algunas breves visitas a mi abuela que ya empezaba a sufrir el mal de Alzheimer.
Pasados los años, durante mi última visita, la curiosidad me llevó a subir al desván con la intención de buscar alguna cosa que me pudiera servir para mi recién estrenado piso de alquiler. Allí se amontonaban en profuso desorden mesitas de noche, somieres, lámparas de cristal, una radio de bujías, un calentador de cama, un cochecito de bebé, utensilios de cocina... todo ello tapado con sábanas, las cuales le daban un cierto aire fantasmal. Hacía mucho tiempo que no subía por allí porque de pequeño me parecía un sitio tenebroso y solitario que me hacía imaginar peligros para quien se atreviera traspasarlo. Al fondo, en un rincón había un armario. Me acerqué y vi que algo sobresalía en la parte superior. Acerqué una silla y me subí. Se trataba de un viejo periódico y soplé para quitar el polvo que lo cubría. Era de octubre de 1958 y en su portada anunciaba la muerte Papa Pío XII. La curiosidad me llevó a abrir el armario pero allí solo había perchas, una manta doblada y toallas envueltas en plásticos. En la parte inferior había dos cajones; el primero contaba con un juego de sábanas. Abrí el segundo cajón y apareció un libro de tapas duras que me resultó familiar: la "Enciclopedia Alvarez", junto a antiguos cuadernos de caligrafía y dibujo. A su lado una caja metálica con abundantes fotografías familiares en blanco y negro ya curvadas por el paso del tiempo. Les eché una rápida ojeada y cuando me disponía a cerrarla divisé al fondo una tapa de cartón que abarcaba toda la superficie de la caja impidiendo ver lo que había debajo. Cuando con alguna dificultad conseguí retirarla apareció una pequeña libreta atada con una cuerda que me llamó la atención. La tomé en mis manos y descorrí el nudo. Escrito en grandes caracteres a plumilla se leía "Campaña de África" y más abajo en letra pequeña "Dionisio Ruiz". Sin poder contener mi curiosidad me senté en la silla y abrí con cuidado lo que parecía un pequeño diario, mientras en mi interior algo me decía que estaba a punto de desvelar un secreto guardado durante mucho tiempo. El texto estaba escrito a lápiz y tenía una caligrafía bastante aceptable. Comencé a leer un fragmento. "2 de julio 1921. El rancho de ayer era pobre, un caldo con alguna patata, un trozo de tocino y un pedazo de pan. Así llebamos un tiempo desde que hay orden de avanzar no tenemos descanso. Pero lo peor es la sed, los aguadores tienen que buscarla lejos en los pozos pero deben ir con escolta y a veces los moros atacan y se oyen los pacos. Tienen buena puntería y rara vez fallan. Se esconden en el terrerno y aguantan el calor mejor que nosotros. Llevan unas túnicas de pies a cabeza porque dizen que lo que quita el frío quita el calor. Yo me quejaba del sol cuando trabajaba con padre en las faenas del campo pero eso no era nada comparado con el fuego abrasador de estas tierras. Quiera Dios que esto se termine pronto no veo la hora de irme de aquí".
De repente me vi en un mundo desconocido. Era retroceder a otra época y lo que contaba me sonaba a alguna película que había visto de suspense o aventuras. Aunque algunas palabras no las entendía ahora recordaba lo que mi padre nos contaba acerca de los años del hambre una vez terminada la guerra civil. Seguí leyendo porque las primeras líneas me habían dejado intrigado y con ganas de saber más. "8 de julio 1921. Estoy destinado en los establos para el cuidado y condución de las reatas de mulos. Cargan con los morteros y la artillería pesada hasta los puestos abanzados y el trabajo es duro porque estamos siempre en movivimiento. El calor y la sed son un suplicio y bebemos en el abrevadero junto con las bestias porque no es posible resistir ver el agua y no beber. Nuestro descanso es solo cuando permanecemos varios días en el mismo sitio pero eso sucede pocas veces, por lo menos no hacemos guardias ni refuerzos porque la noche es muy traidora y ahi que estar alerta al vivir rodeados de enemigos. El capellán es bueno conmigo porque dice que no blasfemo y me consigue cuando puede un buen calzado o algo de chocolate y galletas. Nose por qué escribo esto, todo es recordar penas y alegrías pocas que ya me avisaron cuando me enviaron a esta tierra de moros, te dicen paisa, paisa, pero luego en cuanto te descuidas te traicionan. En mi compañía hay muchos que son analfabetos y yo les ayudo a escribir a sus familias que mucha tristeza es que nada sepan de ti los tuyos. Me acuerdo del maestro don Baldomero que gracias a él leo, escribo y estoy instruido en las cuatro reglas, la suerte que tuve yo no la tuvieron estros pobres desgraciados. Bien me guardo de contar la mala vida que llevamos cuando escribo a los padres, antes al contrrio todas las mentiras me parecen pocas y les digo que la comida es buena, que no nos falta de nada y que este lugar no es tan malo como se dize. Nos avisan que mañana o pasado hemos de lebantar este emplazamiento pero tanto trasiego es malo para trabajar con las bestias que solo obedecen a golpes y eso me produce quebranto".
A pesar de algunas faltas de ortografía la estructura narrativa era buena y reflejaba fluidez y una aceptable riqueza de vocabulario. Asimismo se apreciaba un indudable gusto e interés por rarrar el acontecer diario en el campamento. algo propio de quien disfruta con la escritura y el relato aunque no tuviera un destinatario claro por tratarse de un diario. En ese momento mi abuela me llamó desde la planta inferior. No me había percatado del tiempo que llevaba allí. Guardé el diario en el bolsillo y coloqué el resto como estaba. Si había permanecido oculto durante tantos años sin que nadie se percatara no habría problema en que se cambiara de sitio. Además yo tenía la intención de saborear aquel hallazgo sin sobresaltos. Ya se me ocurriría más adelante qué hacer con él.
—¿Has encontrado algo que te sirva? —me preguntó al verme sonriente.
—Ya lo creo. He visto una radio que me vendría muy bien.
—Ay cuánta compañía nos hizo. Era lo único que teníamos. Ahora tenéis de todo y no sabéis apreciarlo. Anda llévatela, así al menos tendrás un recuerdo nuestro.
Mi abuela tenía lagunas y también momentos en los que desvariaba, pero sin embargo en otros yo la veía tan sorprendentemente lúcida que me dejaban un tanto desconcertado. Satisfecho por mi descubrimiento y viendo que estaba locuaz y animada traté de sonsacarle alguna información.
—¿Te contó algo el abuelo de cuando estuvo en la mili?
—!Sálvese quien pueda! —respondió de inmediato. Pasó mucho el pobre, pero nunca quiso hablar de ello. Sé que escribió unas notas contando cosas del servicio, pero las escondió en algún sitio y con el tiempo se han perdido.
Yo nada le dije. Me llevé la radio y le prometí que cuando estuviera todo listo le llevaría para que conociera mi nueva casa. Al día siguiente que era domingo me desperté tarde y con resaca de la fiesta a la que acudí la noche anterior. Me dolía la cabeza y desde mi cama oía cómo el viento y la lluvia azotaban los cristales de mi habitación. Era el típico día de invierno que invita a quedarse en casa sin hacer nada. Comí algo, me tumbé en el sofá y me dispuse a seguir leyendo el diario de mi abuelo.
"11 de julio de 1921. He pasado malos días por culpa del Sgto. Hinojosa de resultas de un problema con los mulos. Ocurre que cuando la ocasión es buena los sacamos de paseo, siempre a primera hora de la mañana para evitar el sol abrasador cada cual con el suyo y andando, cogidos del ronzal. Siempre vamos si es posible por caminos tranquilos de gentes pero el otro día unos moros alborotadores con los que nos hemos cruzado han cogido piedras y haciéndolas sonar unas contra otras han espantado a las caballerías y el mulo que yo conducía se ha encabritado y hechado a correr. Yo no quería soltarlo y me ha arrastrado hasta que temiendo que me golpeara con sus cascos e soltado la brida. Luego los juramentos del sargento an sido a partes iguales para los moros y para mí porque perder un mulo decía es como perder el fusil que cae en poder del enemigo y se aprovecha dello. El resultado una semana en el calabozo al lado de borrachos y pendencieros. Uno dellos está porque se peleó con un teniente en el patio del cuartel y le arrebató la pistola amenazándole para que le dieran un permiso para ver a su padre enfermo, pero ya no dan permisos porque la gente una vez en la península deserta para no volver. Si no es por el cuerpo de guardia hay una tragedia. Desde hace algún tiempo dormimos en traje de faena y el correaje porque en cualquier momento nos atacan pero sobre todo les tememos en campo abierto que conocen bien el terreno. Me dice Amador que es de cerca de mi pueblo que en su compañía alguno se a disparado en la pierna para estar un tiempo en la enfermería y no ir a combate.
Estoy inmerso en la lectura y soy incapaz de dejarla, cada episodio me parece más interesante y descubro una realidad que jamás hubiera soñado. Enseguida me intereso por la guerra de Marruecos de la que apenas sabía nada y, cosas de la vida, ahora dispongo información de primera mano. Hasta el momento nadie en la familia había comentado nada. ¿Es posible que nadie conociera la existencia del diario? Sigo leyendo.
"20 de julio de 1921. Estamos en Annual. Recibimos órdenes de auxiliar con agua y víveres a los defensores de Igueriben que se hayan rodeados por tropas moras. Conducimos las reatas de mulos protegidos por fusileros pero temo por mi vida y rezo para que nada me pase. La distancia es un kilómetro pero con algunas lomas escarpadas y los moros nos atacan a cada paso. Pronto comienzan las descargas y el Cap. Valbuena da la orden de poner las acémilas al resguardo de un cortado. Los animales soportan mucho peso con las cubas de agua y a veces no obedecen, algunos se impacientan y les golpean con la fusta y caen y hay que ayudar a levantarlas, todo son gritos y juramentos en medio de un sol abrasador que derrite la cabeza y seca la garganta. Luego vino lo peor. Una mula soltó una coz y me golpeó en la frente. No recuerdo más. Me contaron que quedé tendido en el suelo con una brecha y el Sgto. Hinojosa dijo al Cap. Valbuena que no disponíamos de botiquín y éste escupió blasfemias que no me atrevo a repetir hasta que ordenó que me volvieran al campamento pero con el peligro de ser un blanco fácil. Tuve suerte y desperté a las tres horas con quince puntos de sutura y un bendaje en la cabeza, doy gracias a Dios de contarlo que algunos compañeros se quedaron allí acribillados segun me an contado, aquello era una ratonera sin poder escapar y rodeados de enemigos no pudiendo hacer llegar la ayuda de socorro a los que defendían Igueriben. El agua se derramaba de las cubas a causa de los disparos de los moros y el Cap. Valbuena ordenó retirada de lo contrario se perderían hombres y mulos. Lo importante es que sigo vivo no sé cuanto tiempo porque esta maldita guerra no se acaba nunca".
"27 de julio de 1921. Nos acercamos al blocao próximo al campamento para enviar piezas de artillería y municiones. Nadie responde a nuestra llamada y al llegar contemplamos con horror que toda la unidad a sido aniquilada, hay sangre por todos lados porque los han degollado. Diez hombres muertos. Hemos llorado de impotencia y de rabia por esta salvajada, los moros han debido de cortar el heliógrafo para que no dieran aviso al campamento, la emboscada fue por la noche porque los cadáveres estaban fríos. El suboficial que mandaba el destacamento tenia la cara irreconocible. Los salvajes le habían golpeado las quijadas con piedras para arrancarle dos dientes de oro. Entonces el Cap. Valbuena a ordenado enterrarlos allí cerca y no llevarlos al campamento para que la tropa no se impresionara con el espectáculo. Luego a dirigido unas palabras diciendo que aquellos valientes no han muerto inútilmente sino en cumplimiento de un deber que les a encomendado la patria. Despues los fusileros han hecho una descarga de homenaje. Durante dos días no e probado bocado y de noche me han venido pesadillas."
Han pasado varias semanas desde que comencé a leer el diario y cada día descubro nuevas aventuras y sobre todo padecimientos. También me voy acostumbrando a ese estilo de narrar directo y sin artificios. Me sorprende lo bien que transmite la realidad del terrero y la geografía de su entorno, pero no acabo de comprender el por qué se negó a que todas esas cosas se supieran.
"2 de agosto de 1921. Hoy es mi cumpleaños. Nada hay mas triste que celebrarlo lejos de los tuyos, los recuerdos se me amontonan pero es mejor no seguir mucho en ellos que todo es lamentarse de haber caido en esta tierra. Tan solo pido no morir aqui, que las penurias las aguanto todas porque nací pobre pero no quisiera añadir mas sufrimientos a mi familia que bastante tendran con saberme lejos, trato de pensar solo en el momento de estar con ellos y abrazarlos".
"6 de agosto de 1921. Nos levantamos a primera hora para aprovechar la fresca, son los mejores momentos del dia. El Cap. Valbuena habla hoy de táctica militar nos cuenta la batalla del Barranco del Lobo, que por culpa del desconocimiento del terreno los españoles sufrieron una derrota aunque tenian mejor armamento. Ls zona que nos rodea es tierra pelada pero hay pequeñas lomas donde se domina al enemigo, allí instalamos puestos de observación. Despues toca limpieza de armamento, a mi me dan un fusil que tengo que desmontar, limpiar y volver a colocar en unos minjutos. Nos recuerda el capitan que estamos en guerra, que aunque sirvamos en intendencia con los mulos, tenemos que estar preparados para el manejo del arma que eso nos puede salvar la vida".
"11 de agosto de 1921. Hoy e visto la muerte de cerca, el dia mas amargo de mi vida. Todo a sido correr y no parar mientras veia gente herida a mi alrededor pidiendo que no los abandonáramos. Nos han atacado desde las alturas aprovechando la sorpresa y que eran un numero mayor que nosotros. Al principio nuestro capitan a tratado de mantener la calma y preparar un plan para organizar la resistencia pero de seguido a comprendido lo inutil y descabellado pues nadie obececí ordenes. Todo se a perdido, las acemilas, el armamento que todo era salvar la vida no importaba el como ni de que manera y evitar caer en manos de los moros. Un regimiento de caballería a venido en nuestro auxilio y a impedido una matanza mayor. A todas horas me pregunto que hemos venido a hacer aqui".
"26 de octubre 1921. Gracias a Dios estoy a salvo pero las desgracias que e visto y oido no las podre olvidar nunca. En Mililla hay familiares que han venido para conocer el paradero de sus hijos y saber si estan vivos o no".
Al diario le faltaban algunas hojas, tal vez las había arrancado arrepentido de haber contado lo que no debía. Cuando terminé de leerlo lo contemplé en mis manos. En esos momentos me sentí próximo a mi abuelo a pesar de que hacía ya muchos años que había fallecido. Por primera vez comprendía su carácter reservado y taciturno que yo recordaba de mi niñez. Aquella experiencia le debió de marcar de por vida. Conocer su pasado fue toda una sorpresa para mí. Nunca hubiera imaginado que una vida en apariencia normal tuviera un ayer tan trágico y turbulento.
Pocos días después de terminar de leer el diario recibí una llamada de casa diciendo que mi abuela había empeorado y que se encontraba en una clínica hospitalaria. Me acerqué a verla y el doctor me explicó que a consecuencia de un ictus había perdido el habla y que su estado general era de deterioro progresivo. Subí a su habitación y la encontré sentada en una silla mirando el pálido sol que se filtraba a través de la ventana. Me senté frente a ella. Tenía una mirada inexpresiva que no varió al verme. Me costaba reconocer en su rostro a aquella mujer vital y sonriente que siempre había sido. Nació en 1899 y decía que si llegaba al año 2000 habría conocido tres siglos. Solo le faltaban dos años pero su estado actual ya no invitaba a ningún tipo de celebración. Venciendo mi aprensión le hablé con dulzura diciéndole quién era yo, que pronto se pondría bien y volvería de nuevo a su casa, pero nada de lo que le decía hacía cambiar su semblante ausente y vacío. Yo me negaba a aceptar aquel triste final para ella y no sabía de qué manera podría contribuir a mejorar en algo su situación. Casi sin darme cuenta saqué del bolsillo de la chaqueta el diario de mi abuelo y se lo puse en sus manos. Bajó la vista, lo miró detenidamente y al poco percibí una mínima reacción de sorpresa en su rostro. Lo abrió y leyó unos segundos, luego pasó a otra al tiempo que yo estudiaba en silencio sus movimientos. Lentamente siguió pasando páginas, después cerró el diario y lo besó. Levantó la vista y volvió a mirar por la ventana. Su semblante era de paz y sus ojos brillaban.
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