Durante algún tiempo consideré que la brecha generacional de padres e hijos era algo que con el tiempo se acortaría porque una nueva mentalidad iba emergiendo con el fin de sustituir a la clásica figura autoritaria del padre dentro del ámbito familiar. Sin embargo, me asaltaban un montón de dudas una vez comprobada cuál era la realidad dentro de mi entorno. Lo pensaba el otro día mientras mi hijo se estaba duchando (siempre con agua fría para tonificar el cuerpo y de paso, según sus palabras, para ahorrar energía), antes de desayunar. Poco antes de que saliera de casa para ir a clase eché un vistazo a su habitación.
—¿Otra vez sin hacer la cama? A ver si ordenas un poco tu cuarto que esto no es un hotel y aquí no tenemos servicio de limpieza.
—Buff, ya me empiezas a rayar.
—¡Pues haz las cosas! Que queréis que os lo den todo hecho.
—No me tuestes más y deja que yo me organice –me respondió molesto.
—Una buena mili es lo que te hacía falta para que te enseñaran disciplina. Por cierto, hablando de otra cosa ¿qué tal estuvo el concierto de anoche?
—Mazo bien. Estaba todo petao.
—¿Quieres dejar de utilizar esas expresiones tan ridículas? Todo el mundo las repite. Igual que la gilipollez de: “eso no, lo siguiente”.
—En tu época también repetías cosas que hacían los demás.
—¿Por ejemplo?
—Llevar el pelo largo y los pantalones campana.
—Chaval, eso era contracultura. Y además luchábamos contra el régimen de Franco. Nos enfrentábamos a la policía. No como vosotros, todo el día pendientes del móvil o Instagram. Y conste que no estoy en contra de las nuevas tecnologías ni soy un carcamal.
—Papá, ya no se dice eso para referirse a uno que es un antiguo.
—¿No? ¿Y cómo se dice?
—Pollavieja.
Me quedé unos instantes un tanto confundido y sin saber cómo reaccionar.
—Joder, entre los blogueros, influencers, youtubers y millenials me tenéis hecho un lío.
—Pues esa es la realidad. A ver si os recicláis. Vosotros sois el pasado y esto es el futuro.
—Un futuro negro es lo que os espera como no espabiléis –le respondí.
—Claro. Es la herencia que nos habéis dejado. Un mundo de plásticos y deshechos.
Mi hijo miró el reloj, cogió los libros y los metió en la mochila.
—Bueno me voy, que llego tarde a clase.
Cerró la puerta y me quedé un rato pensando en lo que habíamos hablado. Estaba claro que su mundo en nada se parecía al mío. La brecha generacional seguiría existiendo por más que yo hiciera esfuerzos en tratar de eliminarla.
—Así que pollavieja. Qué jodío.
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