Según la definición más comúnmente aceptada, la globalización es un proceso histórico de integración mundial en los ámbitos, económico, político, tecnológico, social y cultural, el cual ha convertido al mundo en un lugar cada vez más interconectado. La progresiva disolución de las fronteras (ahora en parte cuestionada), unido a la desaparición de uno de los bloques y a la aparición en nuestras vidas de las redes sociales y las nuevas tecnologías han supuesto una nueva manera de entender la vida en sus múltiples facetas, desde a nivel personal hasta a escala planetaria.
No sabemos muy bien el alcance de esta verdadera revolución (el cambio climático es otro factor a añadir a la incertidumbre), pero todo indica que las formas de vida que conocimos ya no volverán, la robótica estará cada vez más presente en nuestras vidas y desplazará al ser humano en muchas de las tareas que hoy realiza. Según un estudio de la universidad de Oxford, más de setecientos oficios serán sustituidos por máquinas en veinte años. He aquí tan sólo una pequeña muestra de oficios y profesiones que desaparecen: limpiabotas, acomodador de cine, resinero, herrero, barbero, pregonero, cestero, mielero, alpargatero, cordelero, relojero, vendedor de libros, guarnicionero, telefonista, ascensorista, farero, afilador, deshollinador, hojalatero… De entre todos he elegido uno que me parece emblemático por ser quien mejor representa el cambio de vida y de costumbres: el de campanero.
En el medio rural de entonces el campanero anunciaba la fiesta, el duelo, la tormenta, el fuego, el ángelus, el toque de queda, etc, etc. En algunos puntos de Andalucía hasta había un toque específico para anunciar el fin de la siesta. El toque de campanas era la forma de comunicar al resto de vecinos cualquier novedad que se produjera dentro de su entorno. Todo el pueblo estaba conectado a través de la figura del campanero y todos sabían interpretar el significado de sus diferentes toques. Pero debido al paulatino despoblamiento de nuestros pueblos y aldeas, hoy el oficio está en peligro de extinción y en muchos casos se han sustituido las campanas por una grabación de megafonía. España ha promovido una iniciativa ante la UNESCO para que el toque manual de campanas sea considerado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pero tal iniciativa no debe esconder la realidad actual. La dejadez y el abandono campan por doquier; no existe un inventario oficial de campanas, se están llevando campanas al horno, algunas con más de tres siglos de historia, a nadie parece importar el rico patrimonio que acabará cayéndose por falta de interés y ayudas. Sólo un día al año, el de Nochevieja, es cuando estamos pendientes de las campanas pero los restantes trescientos sesenta y cuatro nos olvidamos completamente de ellas.
Pese a todo, existe un auge en algunas Comunidades Autónomas por conservar ese legado tratando de revitalizarlo en escuelas o talleres donde se enseña esa práctica. Albaida, en Valencia es un pueblo que cuenta con una escuela de aprendices que asegurarán a las generaciones venideras un oficio ininterrumpido desde hace ocho siglos. No es exagerado afirmar que el toque de campanas era el whatsapp de nuestros abuelos, una práctica que ahora se ha perfeccionado con la tecnología pero que ya existía desde tiempo inmemorial.
Posiblemente algún lector/a se preguntará el por qué esa fijación mía con el oficio. Mi tío-abuelo Vidal Erice era campanero, las construía. Las iglesias de numerosos pueblos y ciudades del País Vasco, Navarra, Soria, La Rioja, Aragón, Cataluña y hasta alguna localidad del país vasco-francés, exhiben orgullosas campanas salidas de su fundición en Pamplona, la mayoría de las cuales se instalaron entre 1940 y 1970. El material empleado para la fabricación era el bronce que se obtenía mediante una aleación de cobre y estaño. El peso de las campanas variaba en base a su finalidad y también dependiendo de la estructura de la torre. La más ligera que salió de su fundición pesaba 37 kg y se encuentra en Agreda (Soria). La mayor, de 3.300 kgs está en la catedral de Solsona (Lleida). En cada campana el maestro fundidor solía grabar su nombre así como la fecha de su fabricación. En el año 1948 con motivo del aniversario de sus bodas de plata, el matrimonio obsequió a su parroquia con una campana salida de su fundición, que hoy luce en la iglesia de San Lorenzo en Pamplona.
Poco antes de fallecer en 1973, regaló a mi familia la imagen en bronce de San Miguel de Aralar, un verdadero icono en la sociedad vasco-navarra, que hoy preside la entrada de mi casa a modo de protección de cuantos la habitamos.
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