Alex, también conocido como Bocarrana, aunque nadie se atrevía a decirlo en su presencia, ejercía una gran influencia entre los chavales de su barrio en las afueras de la gran ciudad, la mayoría de los cuales eran menores de edad. Los fines de semana cuando salían en pandilla hacia el centro de la ciudad se colaban en el Metro y luego deambulaban por algún centro comercial, donde aprovechando la aglomeración, a veces realizaban pequeños hurtos o bien se hacían con algún teléfono móvil de manera distraída.
Era un chaval carismático y respetado por toda la pandilla excepto por Juanín que de vez en cuando discutía sus decisiones o bien se negaba a aceptarlas. Era el único que en ocasiones le llamaba por su mote. Alex a cambio se burlaba continuamente de él a causa de su voz algo aflautada. ¡Vete a casa a jugar con las muñecas! le decía para intentar humillarle, visiblemente molesto porque le desafiaran delante del grupo.
Una tarde que no sabían qué hacer, Alex les retó a ver quién era capaz de subir a la grúa de un bloque de viviendas en construcción. En vista de que nadie se decidía, comenzó a escalar mientras desde abajo le jaleaban admirados, haciendo apuestas hasta dónde sería capaz de llegar. Al cabo de unos minutos se encaramó en lo alto, al tiempo que saludaba con una mano entre la mirada entre divertida e incrédula de sus compañeros. Algunos transeúntes que pasaban por allí se pararon a observar la escena y alguien avisó a la policía. Poco después comenzaron a escucharse las sirenas de un coche patrulla que se estaba acercando. Alex se dio prisa en bajar pero cuando estaba a punto de alcanzar el suelo apareció la policía para detenerle a pesar de sus protestas de que no había hecho nada malo. Mientras le esposaban paseó su mirada de triunfo entre sus compañeros reforzando su autoridad. Pocas horas más tarde fue puesto en libertad acrecentando entre los suyos la sensación de liderazgo.
Algunos días después Quique, un amigo de Juanín, fue a buscar a Alex para transmitirle algo. ¿Qué quiere ahora esa nenaza?, preguntó. Ven, te está esperando, dijo el otro. Llegaron a un descampado situado entre Getafe y Pinto cerca de las vías del tren de alta velocidad. Una valla metálica les impedía el paso pero a través de una pequeña abertura que encontraron, pudieron acceder y se colocaron detrás de unos matorrales para no ser vistos. Quique consultó su reloj y le señaló un lugar con la mano. Juanín se encontraba tendido boca arriba entre las vías. A lo lejos una luz blanca muy brillante se iba acercando a una velocidad de 237 Km/h. Todo sucedió en cinco segundos y nada más pasar el tren, impactados por lo que acababan de ver se acercaron rápido a las vías. ¿Cómo estás? Le preguntaron. Juanín, lívido aún y sin poder articular palabra, asintió levemente con la cabeza y levantó el pulgar de su mano derecha.
Alex incrédulo, dudó que él hubiera sido capaz de hacerlo. Luego se fijó en la mancha oscura del pantalón a la altura de la entrepierna de su compañero, pero ese era un dato que jamás revelaría a nadie porque la hazaña de Juanín, sencillamente le había impresionado.
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