martes, 1 de julio de 2025

Amigos para siempre

 

     Una gran mayoría de psicólogos y pedagogos está de acuerdo en afirmar que el núcleo familiar y el ambiente en que se desenvuelve el niño durante los años de formación, son fundamentales a la hora de buscar un equilibrio cuando lleguen a la edad adulta. Me faltaba escribir en este post acerca de gente a la que aprecio y que conozco desde hace un montón de años. Tuve la suerte de formar parte de un grupo humano excepcional y, aunque algunos ya nos conocíamos por haber estudiado juntos los primeros años de Bachillerato no fue hasta 1969 en Alba de Tormes (Salamanca) donde comenzó nuestra andadura. Yo me incorporé a mediados del mes de octubre de ese año porque estuve ingresado diez días en el hospital debido a una bronquitis. Mi padre me acompañó en el viaje al ser yo menor de edad. Era la primera vez que salía de la provincia, cuatrocientos km. era para mí como ir al fin del mundo. Entonces los viajes en tren eran pesados e incómodos. Salimos de Pamplona a las diez de la mañana rumbo a Alsasua. Allí cogimos otro tren procedente de Hendaya con destino a Salamanca y Fuentes de Oñoro, casi en la frontera con Portugal, por fin llegamos a Alba de Tormes a la hora de cenar. Teníamos alrededor de quince años y estábamos internos en un colegio religioso. Para quienes nos gusta rememorar efemérides importantes diré que 1969 fue la llegada del ser humano a la Luna y, 1970 fue la disolución definitiva de los Beatles. Nuestro curso lo componíamos vascos, navarros (para algunos una redundancia), castellano-leoneses, manchegos, extremeños, asturianos, andaluces, levantinos… allí aprendimos lo que significaba la España plural y diversa; salvo Galicia y Cataluña prácticamente todas las CCAA estaban representadas, pero entre nosotros nunca hubo conflictos territoriales en función de nuestra procedencia.

     Han pasado casi sesenta años desde entonces y aunque algunos compañeros siguen en la vida religiosa, la mayor parte nos fuimos descolgando por el camino. Hoy la mayoría somos abuelos o en vías de serlo. Pues bien, a lo largo de estos años hemos celebrado congresos en Salamanca, Madrid, Valencia, Cuenca, Navarra y Almería celebrando la vida y el poder encontrarnos de nuevo. Lo de menos es si en la actualidad nos consideramos creyentes, ateos o agnósticos porque lo que nos une es un pasado en común, los valores que se asientan en la amistad, el compromiso, la lealtad, en definitiva creer en la utopía en aras a conseguir un mundo mejor.  El artífice de todo esto es un cura, Simón Reyes, un hombre adelantado a su tiempo, favorecedor del diálogo, partidario de tener siempre un espíritu crítico frente a la realidad que nos rodea y frente al poder, la importancia de creer en las personas, el cual nos inculcó que la fuerza del grupo reside en potenciar todas las capacidades de cada individuo. En ese grupo aprendí, por testimonios de otros compañeros, que nada en la vida se consigue sin esfuerzo, el respeto a las personas y la solidaridad entre ellas.

     Siempre es un regalo volver a encontrarse a los setenta años con personas que conocimos cuando teníamos quince. No hace falta que diga  sus nombres porque ellos saben muy bien a quiénes me refiero. Todavía nos quedan algunos proyectos que compartir. Nuestro próximo congreso será en Alicante en septiembre, donde esperamos reunir a unas 20-25 personas, actualmente distribuidas por toda la geografía nacional.

    

viernes, 20 de junio de 2025

La profesora de música

 

     Otto Bormann tenía diecinueve años cuando se enroló en la red de Ferrocarriles estatales de Alemania donde trabajó desde 1941 hasta 1943, año en que fue abatido por las Waffen-SS tras una operación especial de asalto a un tren en marcha. Durante dos años fue ayudante de maquinista transportando prisioneros judíos desde diferentes puntos de Alemania y Francia hasta Auschwitz en los llamados trenes de la muerte. No le fue fácil acceder a ese oficio puesto que  todos los aspirantes a trabajar en los convoyes que trasladaban a prisioneros judíos a los diferentes campos debían pertenecer al partido nazi. En su caso hicieron una excepción porque el titular en su puesto cayó enfermo y lo que pensaron que era algo coyuntural se fue alargando casi hasta el final de la guerra.

     Muchos días al acabar la jornada, Otto se emborrachaba con el fin de olvidar el maltrato y las vejaciones que sufrían los prisioneros. Olvidar era la palabra, pero no era tarea fácil sustraerse a la brutalidad unida a la impotencia que veía a diario cuando paraba el tren al final de su viaje. El maquinista jefe, Klaus Schmidt, una vez llegados a su destino, procuraba no dejarle demasiado tiempo libre y rápidamente lo tenía ocupado en tareas de mantenimiento de la locomotora: comprobar los inyectores de aire, engrasar los cilindros, en invierno llenar los areneros, mirar los niveles de aceite, llenar el depósito de agua, etc. Sin duda, tenía órdenes expresas de tenerle muy vigilado.

     Una mañana, estando en tareas de mantenimiento lejos de la vista de su jefe, vio una cara conocida entre el numeroso grupo de prisioneros que bajaba de los vagones. Se trataba de Erika, la bella profesora de música que le había dado clases años atrás en Düsseldorf. Vivía sola, su familia había emigrado a EEUU y ella les prometió que se uniría a ellos en cuanto pudiera. Otto desconocía su origen judío, significarse esos años equivalía a una deportación segura, él tenía entonces quince años y nunca se atrevió a decirle que estaba enamorado de ella. La vio sola, desvalida, cerrando el grupo, camino de su triste final después de un viaje de más de mil kilómetros en condiciones penosas.

     Eran los últimos prisioneros y ya apenas quedaban guardias en el andén. Casi sin tiempo para pensar y aprovechando que su jefe no estaba presente, Otto accionó el silbato de la locomotora para atraer su atención. Ella le miró reconociéndole al instante.

     —Erika, sube. Rápido!!! —fue la orden al tiempo que accionaba la palanca de contravapor para dar marcha atrás.

      Dos soldados que custodiaban el convoy se dieron cuenta de la maniobra una vez que el tren se puso lentamente en marcha.

     Erika no lo dudó y corrió hacia la locomotora. Su suerte ya estaba echada de antemano. ¿Qué podía perder? Otto la ayudó a subir.

      Achtung!! Achtung!! A continuación se oyeron una lluvia de disparos producidos por los centinelas.

     —Es una locura—dijo ella—nos matarán.

     —Tu destino será el mío —le respondió Otto.

     Entonces Erika lo comprendió todo; Aquellas miradas, aquellos pequeños detalles para con ella. Ambos se abrazaron.

     El Jefe de estación más próximo ya estaba sobre aviso. A los pocos minutos una compañía de las SS ocupó la estación y  mandaron el tren a una vía muerta para hacerlo descarrilar. Los guardias se encargarían de que no hubiera supervivientes. Las órdenes que venían de arriba eran tajantes: no debía haber testigos que explicaran las actividades dentro del campo, ni tampoco el destino final de los prisioneros.

martes, 17 de junio de 2025

Terapia musical

 

     En la planta de oncología del hospital Gregorio Marañón se halla el paciente Miguel Arazuri, el cual se encuentra en tratamiento por un tumor en el colon. Tiene sesenta y cuatro años, no es ni muy mayor ni tampoco joven. Una edad en la que uno piensa que todavía le quedan bastantes años de vida, tiene planes para su próxima jubilación pero la enfermedad nunca pregunta, simplemente aparece y punto. Lleva varias semanas ingresado y está esperando el dictamen final de los médicos y, aunque él es una persona optimista también se está preparando para lo peor. Observa con atención a otros pacientes que se encuentran en la misma o en parecidas circunstancias: cómo afrontan la enfermedad, las visitas que reciben, cuál es el reflejo de sus caras. Piensa que hay una verdad evidente y es que nunca estamos preparados para el viaje final que nos espera, porque la muerte es una palabra que nadie queremos oír. Para referirnos a ella preferimos utilizar eufemismos que resultan menos traumáticos como por ejemplo “fulanito nos ha dejado” o bien “menganito se ha ido para un largo viaje”.

     Por la planta del hospital aparecen de vez en cuando gente ajena al servicio médico y personal de enfermería o de limpieza. Se trata de personas voluntarias que ofrecen de manera solidaria interpretación, canto, etc. dirigido a pacientes que se encuentran hospitalizados. A veces también reciben la visita de algún deportista famoso que charla un rato con los enfermos, firma camisetas o se fotografía con ellos. Hoy lunes han recibido la visita de dos chicas jóvenes. Están en una gran sala, en medio de la curiosidad y rodeadas de enfermos, médicos y personal de enfermería, una ha colocado su teclado y la otra afina el violoncello. Poco antes de dar comienzo, la pianista, Lucía, ha presentado a su compañera Olga Kutnesova. Dice que pertenecen a la asociación Música en Vena, una organización sin ánimo de lucro formada por músicos voluntarios, que están allí para hacer olvidar por unos momentos el desconsuelo y la tristeza de quienes sufren enfermedades. Asegura que la fuerza de la música consiste en unir a las personas por encima de cualquier condición en un sentimiento de humanidad que engloba a todos. Sus palabras son recibidas con aplausos por parte de los enfermos y personal médico que se hallan presentes. Luego, y por espacio de media hora interpretan sonatas de Bach, Brahms, Debussy, Chopin, Mozart… Junto a los enfermos hay también familiares que les acompañan, muchos de los cuales apenas pueden dominar sus emociones.

    Para las intérpretes es un momento muy especial porque es la primera vez que actúan en un hospital y sienten esa comunión con el paciente que les escucha con respeto y atención. El concierto acaba con una salva de aplausos por parte de los asistentes. Luego se paran a hablar con los enfermos, se preocupan por su salud y se fotografían con ellos. Cuando se acercan a Miguel éste les pregunta qué obra han interpretado en último lugar. Olga le responde que la Serenata de Schubert.

     —Podríais tocarla de nuevo?

     —Por supuesto que sí.

     Cuando suenan los primeros compases del violoncello, Miguel siente que es una música triste pero al mismo tiempo de una gran belleza; piensa que tal vez el compositor se inspiró en un momento parecido a éste o después de padecer un tiempo de depresión. Hay un punto de melancolía en toda la obra. Luego siente que la música fluye hasta elevarse casi hasta el cielo. Han sido apenas cinco minutos pero Miguel se siente enormemente agradecido y cuando terminan besa las manos de las intérpretes.

     —¿Le ha gustado? —le pregunta Olga.

     —¿Qué si me ha gustado? Pensé que eran dos ángeles las que tocaban —ha respondido visiblemente emocionado.

    

    

 

 

 

 

 

lunes, 2 de junio de 2025

Eclipse de sol

 

     Toda la familia del joven Nurzhan son ganaderos trashumantes en las estepas de Mongolia, tal como lo heredaron de su cultura durante generaciones. Su actividad principal es el pastoreo de ganado, que en total suman más de trescientas cabezas entre ovejas, cabras y yaks de los que obtienen, leche, queso, lana, carne y otras bebidas fermentadas.

     Nurzhan  tiene diecisiete años. Es más bien pequeño de estatura pero de complexión robusta al igual que su padre. Conoce bien el oficio desde que dejó la escuela a los doce años. Ama la vida que lleva y quiere seguir la tradición familiar. Él y su familia viven en una tienda circular, al estilo nómada tradicional, que en cada cambio de estación se ven obligados a desmontar, siempre en busca de tierras fértiles para su ganado. En cambio su primo Arman, que es dos años mayor, emigró a la capital Ulan Bator en busca de oportunidades, harto de la vida en las montañas, pero ahora malvive en los suburbios aceptando trabajos míseros y mal pagados.

     Hoy debe desplazarse para vigilar el rebaño de ovejas que pastan en la infinita llanura verde salpicada de pequeños cerros que se abre ante sus ojos. Un riachuelo que nace en las montañas, discurre entre la vegetación de matorral bajo y sirve de abrevadero para el ganado. El cielo azul anuncia un espléndido día de primavera. A lo lejos se divisan las nevadas cumbres que dejaron atrás para asentarse en este valle rico de pastos al abrigo de un clima más benigno. Es casi mediodía y ayudado por sus perros Nurzhan trata de reunir el rebaño disperso por el gran valle, que ramonea buscando los tallos más tiernos de los arbustos. Momentos después nota que los rayos del sol son menos intensos pero apenas le da importancia, más preocupado en reunir el rebaño para la vuelta. Con el dinero que obtenga de la venta de leche de sus ciento cincuenta ovejas tendrán para comprar un generador para la tienda. La luz solar va descendiendo paulatinamente y algo más tarde las primeras sombras comienzan a aparecer sin que haya señal de tormenta. Nurzhan se pregunta qué está sucediendo pero no tiene a nadie a quien recurrir. Los animales se quedan quietos, como atemorizados, y los perros dejan de ladrar. Una hora más tarde la oscuridad es total y puede observar las estrellas y constelaciones que él conoce bien. Observa con claridad Orión, la Osa Mayor y Casiopea. Está algo asustado, hay algo de misterio, pero todo es hermoso y mágico a la vez. A pesar de conocer de memoria el cielo de las estaciones, nadie hasta ahora le ha hablado del fenómeno que está sucediendo. Minutos después la claridad vuelve de nuevo y las sombras se van retirando. Se pregunta si estará soñando, pero no, porque los perros de nuevo vuelven a ladrar en cuanto aparecen los rayos del sol. Sabe que ha sido testigo de un espectáculo extraordinario y está deseando  volver con los suyos a la tienda para contarlo.

lunes, 5 de mayo de 2025

Almadieros

 





      Hace ya algún tiempo en este mismo post escribí acerca de los oficios perdidos en las últimas décadas, bien porque no habían encontrado el relevo generacional o  porque cada época determina una manera de ser,  de pensar, de organizarse y hasta en lo que hoy llamaríamos relaciones de productividad. Estoy hablando de un oficio que lleva en torno a setenta años desaparecido, el de los almadieros.

     Las almadías son un conjunto de troncos de árboles engarzados entre sí que se transportaban desde los valles pirenaicos a través de los ríos. En Navarra se llamaban almadías pero dependiendo de la zona se conocían por otros nombres: en Aragón se llamaban nabatas, en Cataluña raiers y en Castilla balsas de troncos y quienes las transportaban se denominaban gancheros. Era un oficio duro no exento de peligros que a veces provocaban la muerte de quienes los conducían (generalmente no sabían nadar) debido a la fuerte hidrodinámica de los ríos pirenaicos. Así lo atestigua la Sociedad de Almadieros de Vidángoz (Navarra), la cual tuvo que indemnizar a la viuda de un fallecido en 1917 con 2900 pesetas de la época.

     La actividad cesó a mediados de los años cincuenta del pasado siglo cuando el transporte por carretera pasó a mitigar el peligro de quienes transportaban la madera. Únase a esto la construcción de pantanos y embalses que obstaculizaban el paso de la conducción de troncos por vías fluviales. Muchos hijos de familias de la zona pirenaica, principalmente de los valles de Roncal en Navarra y Ansó en Huesca, emigraron a Norteamérica y Argentina desde 1870 hasta 1930 aproximadamente. Las hijas, también llamadas golondrinas, generalmente emigraban al sur de Francia, a la localidad de Mauleon (Zuberoa) a las fábricas de alpargatas establecidas allí, en un viaje de tres o cuatro días cruzando la frontera a pie acompañadas por algún familiar. Se les llamaba golondrinas porque iban ataviadas de negro y el éxodo comenzaba en octubre y volvían en primavera. De esta manera las familias se evitaban una boca que alimentar  y a cambio obtenían una pequeña renta que generalmente consistía en ropa de ajuar.

     Los chicos adolescentes al abandonar la escuela  iban al monte a ayudar en las tareas de cortar pinos y hayas, arrastrar los troncos con caballerías, destajar ramas etc. Los más veteranos se encargaban de navegar los troncos río abajo en un viaje lleno de aventuras: había que sortear curvas, salvar recodos, saltar presas, empapados hasta la cintura. Había emplazamientos peligrosos donde solo se atrevían los más experimentados. Uno de ellos era la foz de Arbaiun, un cortado entre paredes de piedra temido por todos los almadieros que debían atravesarlo. Allí falleció Donato Mendibe en 1942 cuando la almadía que conducía se estrelló contra las rocas. El peligro no era solo caer al agua sino que algún tronco de doscientos o trescientos kilos se soltara del resto y te golpeara. El paso por las diferentes localidades llevaba aparejado el pago de un tributo que los almadieros se veían obligados a abonar. No faltaban los procesos judiciales motivados por la rotura parcial de algunas piedras de la presa a causa del empuje de los troncos.

     La travesía generalmente se hacía en primavera desde los ríos más próximos a los montes donde se extraía la madera que en Navarra solía corresponder al río Esca enclavado en el valle del Roncal, de ahí pasaba al río Aragón y de éste al Ebro. Visitar la ciudad de Zaragoza era todo un descubrimiento para las gentes que no habían salido de su lugar de origen, desde el valle de Roncal tardaban aproximadamente ocho días. Pinos, hayas y abetos era la madera que se utilizaba en las almadías. Cada una estaba formada por 16 o 18 troncos amarrados entre sí mediante jarcias vegetales, principalmente avellano, las cuales se unían formando varios tramos de entre dos y siete almadías. Por lo general la temporada empezaba a últimos de noviembre hasta el mes de mayo.

     La leña tenía diversos usos, unas veces se empleaban para calefacción en invierno. La más delgada era para los tejados, la mediana para pisos y la más gruesa para la serrería. En ocasiones el viaje concluía en la desembocadura del Ebro en Tortosa. De ahí se transportaba la carga en barco hasta la ciudad de Cartagena y servía para la construcción de barcos (siglo XIX).

     Desde el año 1990 la localidad de Burgui (Navarra) celebra un homenaje el último sábado de abril o el primero de mayo a cuantos desempeñaron ese duro oficio, un reconocimiento en el que no falta la música y el baile, así como la artesanía  y la degustación de productos locales como el queso, yogures, miel, espárragos, tortas de txantxigorri y otros productos ecológicos.  

 

    

sábado, 19 de abril de 2025

Los prisioneros

 

     La sola presencia de aquella mujer alborotaba a los presos del penal. Se trataba de la esposa del director Emeterio Rojas, veinte años más joven que él. Era una mujer de buen ver, guapa y elegante, que de vez en cuando acudía al penal a visitar a su marido. Ya se sabe que los rumores son la antesala de las noticias y en el penal no se hablaba de otra cosa desde hacía varios días. La situación de los presos estaba en el punto de mira desde el momento en que se dispuso el cambio en la dirección hacía ya más de un año. Desde el primer día el nuevo director de la prisión (un sádico que disfrutaba con el dolor ajeno), ejercía el mando de una manera arbitraria y despótica. Según él la excesiva relajación era la culpable de todo. Por expresa orden suya se cancelaron los permisos, el acceso al tercer grado y aumentaron las horas de trabajo. El ambiente poco a poco se fue enrareciendo y todo explotó el día en que apareció en el patio una gran pintada en la pared “Rojas cornudo”. Inmediatamente mandó que todos los presos sin excepción formaran allí mismo. A través de un megáfono y subido a una tribuna prometió que todo se olvidaría si el culpable reconocía el delito, se presentaba ante él y pedía perdón, de lo contrario todos los presos asumirían las consecuencias. Al día siguiente ordenó que le sirvieran la comida delante de todos los presos, los cuales llevaban un día sin probar bocado. Rápidamente un camarero dispuso el mantel, la botella de vino, el pan y los cubiertos mientras él peroraba a los presos acerca de la disciplina y la igualdad de trato.

     —Aquí no se admiten privilegios. El rancho es el mismo para todos, desde el director hasta el último recluso. Todavía están a tiempo. El valiente que lo hizo que dé un paso al frente, de lo contrario entenderé que todos ustedes le protegen.

     Miró a los presos pero nadie se movió. Luego, disfrutando del momento se recreaba con el cuchillo y el tenedor cortando el bistec con guarnición mientras echaba una ojeada a los presos. Los más salivaban, otros preferían no mirar. El Director de momento ha suprimido las visitas porque no quiere que el control se le vaya de las manos, lo último que desea ver es un enjambre de periodistas pregonando a los cuatro vientos que el director ha suprimido el rancho a los internos. Otro día, después de una dura mañana de trabajo los presos guardan turno en espera de sus raciones. Al momento aparecen dos cocineros que traen una gran olla humeante que contiene trozos de carne, tocino, nabos y berzas. Todos esperan con el plato en la mano pero cuando va a dar comienzo la distribución, el director vuelca la olla de una patada derramando todo su contenido. Los prisioneros se lanzan como posesos a coger con las manos los trozos más grandes de carne, para mayor satisfacción del oficial que no oculta una sonrisa burlona.

     Sólo un hombre se ha mantenido firme despreciando la comida derramada en el suelo. Con gesto altivo y mirada desafiante observa fijamente al director al mando, al que poco a poco se le va helando la sonrisa. Nunca un prisionero se había atrevido a desafiar su autoridad con esa insolencia y, en un arranque de ira arrebata el arma a un guardia, con pasos decididos se planta ante el prisionero y lanzándole un culatazo con el fusil en la cara le derriba al suelo. Los demás prisioneros observan la escena sobrecogidos, presintiendo el duro castigo que le espera. A duras penas se levanta sin emitir una queja mientras un chorro de sangre le cae de la nariz hasta la barbilla. Sus compañeros, avergonzados, tiran al suelo los trozos de carne que han cogido. Nada es más humillante que la propia dignidad pisoteada.

     Para entonces los hechos ya están en los despachos de las agencias y en las mesas de redacción. Uno de los guardias ha destapado la noticia denunciando la situación en la cárcel. El escándalo es mayúsculo en toda la ciudad. El director es sustituido de manera fulminante para regocijo de todos los presos que lo celebran entre abrazos en el patio.

     Cuando Rojas abandona la prisión a bordo del coche de un familiar echa un último vistazo a los muros de la prisión. En todas las ventanas de las celdas que daban a la calle, colgaban carteles donde se leía “fui yo”. En el coche, Rojas iba rumiando una amarga letanía “hijos de puta, hijos de puta…”.

domingo, 6 de abril de 2025

Frases

 

1.    “Cuando los libros pasan de moda solo sirven para envolver pescado”.  

      Robert Graves (Yo Claudio)

2.    “Nunca pidas prestado. Primero pides prestado, luego pides limosna”

      Ernest Hemingway (El viejo y el mar)

3.    “Nadie debiera estar solo en su vejez”

       Ernest Hemingway (El viejo y el mar)

4.    “Si vi más lejos que nadie es porque me subí a hombros de gigantes”

             Isaac Newton (Refiriéndose a Galileo y Copérnico)

5.     “Siempre que hablo con gentes del campo pienso en lo mucho que ellos saben y nosotros ignoramos, y en lo poco que a ellos importa conocer cuanto nosotros sabemos”

     Antonio Machado (Campos de Castilla)

6.    “En España en general  no se paga el trabajo, sino la sumisión”

      Pío Baroja (El árbol de la ciencia)

7.    “España mi natura, Italia mi aventura, Flandes mi sepultura”

      Frase de los Tercios

8.    “Sólo la ciencia es noticia, todo lo demás es chismorreo”

      Eduardo Punset (Excusas para no pensar)

9.  —Roberto, ¿qué es un hombre sin carrera y con pistola?

     —Un capullo con pistola.

     —¡Bien! ¿Qué es un hombre con carrera y sin pistola?

     —Un capullo con carrera.

 

   —¡Bien! ¿Y qué es un hombre con carrera y con pistola?

   —¡Un hombre, papá!

   —¡Muy bien Robertito!

    Roberto Saviano (Gomorra)

10. “La aparición de Maud Brewster en mi vida me había transformado. En definitiva —pensé— es mejor y más hermoso amar que ser amado”.

Jack London (El Lobo de mar)

11. “A lo que veo Sancho, éstos no son caballeros sino gente soez y de baja ralea”.

Miguel de Cervantes (Don Quijote de la Mancha)