martes, 17 de junio de 2025

Terapia musical

 

     En la planta de oncología del hospital Gregorio Marañón se halla el paciente Miguel Arazuri, el cual se encuentra en tratamiento por un tumor en el colon. Tiene sesenta y cuatro años, no es ni muy mayor ni tampoco joven. Una edad en la que uno piensa que todavía le quedan bastantes años de vida, tiene planes para su próxima jubilación pero la enfermedad nunca pregunta, simplemente aparece y punto. Lleva varias semanas ingresado y está esperando el dictamen final de los médicos y, aunque él es una persona optimista también se está preparando para lo peor. Observa con atención a otros pacientes que se encuentran en la misma o en parecidas circunstancias: cómo afrontan la enfermedad, las visitas que reciben, cuál es el reflejo de sus caras. Piensa que hay una verdad evidente y es que nunca estamos preparados para el viaje final que nos espera, porque la muerte es una palabra que nadie queremos oír. Para referirnos a ella preferimos utilizar eufemismos que resultan menos traumáticos como por ejemplo “fulanito nos ha dejado” o bien “menganito se ha ido para un largo viaje”.

     Por la planta del hospital aparecen de vez en cuando gente ajena al servicio médico y personal de enfermería o de limpieza. Se trata de personas voluntarias que ofrecen de manera solidaria interpretación, canto, etc. dirigido a pacientes que se encuentran hospitalizados. A veces también reciben la visita de algún deportista famoso que charla un rato con los enfermos, firma camisetas o se fotografía con ellos. Hoy lunes han recibido la visita de dos chicas jóvenes. Están en una gran sala, en medio de la curiosidad y rodeadas de enfermos, médicos y personal de enfermería, una ha colocado su teclado y la otra afina el violoncello. Poco antes de dar comienzo, la pianista, Lucía, ha presentado a su compañera Olga Kutnesova. Dice que pertenecen a la asociación Música en Vena, una organización sin ánimo de lucro formada por músicos voluntarios, que están allí para hacer olvidar por unos momentos el desconsuelo y la tristeza de quienes sufren enfermedades. Asegura que la fuerza de la música consiste en unir a las personas por encima de cualquier condición en un sentimiento de humanidad que engloba a todos. Sus palabras son recibidas con aplausos por parte de los enfermos y personal médico que se hallan presentes. Luego, y por espacio de media hora interpretan sonatas de Bach, Brahms, Debussy, Chopin, Mozart… Junto a los enfermos hay también familiares que les acompañan, muchos de los cuales apenas pueden dominar sus emociones.

    Para las intérpretes es un momento muy especial porque es la primera vez que actúan en un hospital y sienten esa comunión con el paciente que les escucha con respeto y atención. El concierto acaba con una salva de aplausos por parte de los asistentes. Luego se paran a hablar con los enfermos, se preocupan por su salud y se fotografían con ellos. Cuando se acercan a Miguel éste les pregunta qué obra han interpretado en último lugar. Olga le responde que la Serenata de Schubert.

     —Podríais tocarla de nuevo?

     —Por supuesto que sí.

     Cuando suenan los primeros compases del violoncello, Miguel siente que es una música triste pero al mismo tiempo de una gran belleza; piensa que tal vez el compositor se inspiró en un momento parecido a éste o después de padecer un tiempo de depresión. Hay un punto de melancolía en toda la obra. Luego siente que la música fluye hasta elevarse casi hasta el cielo. Han sido apenas cinco minutos pero Miguel se siente enormemente agradecido y cuando terminan besa las manos de las intérpretes.

     —¿Le ha gustado? —le pregunta Olga.

     —¿Qué si me ha gustado? Pensé que eran dos ángeles las que tocaban —ha respondido visiblemente emocionado.

    

    

 

 

 

 

 

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