Toda la familia del
joven Nurzhan son ganaderos trashumantes en las estepas de Mongolia, tal como
lo heredaron de su cultura durante generaciones. Su actividad principal es el
pastoreo de ganado, que en total suman más de trescientas cabezas entre ovejas,
cabras y yaks de los que obtienen, leche, queso, lana, carne y otras bebidas
fermentadas.
Nurzhan tiene diecisiete años. Es más bien pequeño de
estatura pero de complexión robusta al igual que su padre. Conoce bien el
oficio desde que dejó la escuela a los doce años. Ama la vida que lleva y
quiere seguir la tradición familiar. Él y su familia viven en una tienda
circular, al estilo nómada tradicional, que en cada cambio de estación se ven obligados
a desmontar, siempre en busca de tierras fértiles para su ganado. En cambio su primo
Arman, que es dos años mayor, emigró a la capital Ulan Bator en busca de
oportunidades, harto de la vida en las montañas, pero ahora malvive en los
suburbios aceptando trabajos míseros y mal pagados.
Hoy debe
desplazarse para vigilar el rebaño de ovejas que pastan en la infinita llanura
verde salpicada de pequeños cerros que se abre ante sus ojos. Un riachuelo que
nace en las montañas, discurre entre la vegetación de matorral bajo y sirve de
abrevadero para el ganado. El cielo azul anuncia un espléndido día de
primavera. A lo lejos se divisan las nevadas cumbres que dejaron atrás para
asentarse en este valle rico de pastos al abrigo de un clima más benigno. Es
casi mediodía y ayudado por sus perros Nurzhan trata de reunir el rebaño
disperso por el gran valle, que ramonea buscando los tallos más tiernos de los
arbustos. Momentos después nota que los rayos del sol son menos intensos pero
apenas le da importancia, más preocupado en reunir el rebaño para la vuelta.
Con el dinero que obtenga de la venta de leche de sus ciento cincuenta ovejas
tendrán para comprar un generador para la tienda. La luz solar va descendiendo
paulatinamente y algo más tarde las primeras sombras comienzan a aparecer sin que
haya señal de tormenta. Nurzhan se pregunta qué está sucediendo pero no tiene a
nadie a quien recurrir. Los animales se quedan quietos, como atemorizados, y
los perros dejan de ladrar. Una hora más tarde la oscuridad es total y puede observar
las estrellas y constelaciones que él conoce bien. Observa con claridad Orión,
la Osa Mayor y Casiopea. Está algo asustado, hay algo de misterio, pero todo es
hermoso y mágico a la vez. A pesar de conocer de memoria el cielo de las
estaciones, nadie hasta ahora le ha hablado del fenómeno que está sucediendo.
Minutos después la claridad vuelve de nuevo y las sombras se van retirando. Se
pregunta si estará soñando, pero no, porque los perros de nuevo vuelven a
ladrar en cuanto aparecen los rayos del sol. Sabe que ha sido testigo de un
espectáculo extraordinario y está deseando
volver con los suyos a la tienda para contarlo.
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