Nadie ha superado la definición de Rainer Maria Rilke, según la cual la infancia es la verdadera patria del hombre. Todos somos de un sitio, pertenecemos a algún lugar. Nuestra infancia ha sido esculpida en un entorno concreto en el que nos reconocemos porque siempre estará en alguna parte de nuestra memoria por muchos años que hayan pasado.
La infancia, ese lugar común al que muchas veces va unida la felicidad, al margen de credos, razas o lugar en el que uno haya nacido. Pero mi intención no es hablar de la felicidad o no en nuestra infancia, cuanto asociar ésta a un lugar determinado. Todos recordamos ese sitio especial en el que crecimos, que reconocemos como nuestro y con el que muchas veces soñamos.
En mi caso ese lugar especial es un antiguo molino emplazado junto a un río. Fue propiedad de los Templarios y, tras su desaparición a comienzos del s. XIV, pasó a manos de los Caballeros de la Orden de Malta. Están documentados numerosos litigios y procesos judiciales entre arrendadores y vecinos de la villa a cuenta de la molienda del trigo. Su actividad cesó a finales del s. XIX para transformarse en central hidroeléctrica. En 1929 mi abuelo materno fue el encargado de la central hasta su jubilación.
Mi infancia está ligada a este lugar, sobre todo en época de verano cuando acudíamos a bañarnos. Ubicado al pie de un monte, los chopos que lo rodeaban y sobre todo los gruesos muros nos cobijaban del sol durante los meses de estío. A la entrada una amplia parra daba la bienvenida al visitante. Estaba algo alejado del pueblo y los únicos ruidos que se escuchaban eran el rumor del agua de la presa y el tañido de campanas de un convento cercano. Las palabras paz y tranquilidad reflejaban la esencia de aquel lugar, refugio de algunos pescadores o paseantes solitarios. Si durante el verano el molino era un oasis de paz, por contra en invierno las frecuentes lluvias en la zona daban paso a las avenidas del río que cubrían de agua y lodo la parte baja de vivienda y molino. Mi abuelo tuvo que salir en barca ante la muy seria amenaza de la riada que tuvo lugar durante el invierno que yo nací.
Hace más de cuatro décadas que el viejo molino se encuentra abandonado. Al poco de clausurarse por haberse quedado obsoleto frente a una mayor demanda de energía y después de sufrir el expolio y pillaje, se convirtió en refugio ocasional para vagabundos, para más tarde ser pasto de las llamas que ocasionaron el derrumbe del tejado. Hoy su silueta se asemeja a un fantasmal espectro, pero su imponente figura, gracias a sus gruesos sillares de piedra, sigue desafiando el paso de los siglos cual coloso que se resiste a morir.
Tiempo atrás contacté con la empresa que suministró el equipo material y técnico a la central hidroeléctrica cuando se inauguró en la segunda década del siglo pasado. Yo tan solo disponía de un dato: el nombre de la firma era Voith. La verdad es que las esperanzas de que me proporcionaran algún tipo de información eran más bien escasas pero eso no me disuadió y seguí adelante. Cuál no sería mi sorpresa cuando al cabo de tres semanas recibí una completa documentación desde Alemania en la que se incluía el nombre del antiguo molino, su ubicación, los planos del edificio a escala, los motores que la alimentaban, el número de serie de la turbina y demás elementos que la componían. Todo lo conservo por si algún día, quién sabe, el edificio se restaurase con fines didácticos.

Poco a poco la maleza se ha ido adueñando de su interior y la hiedra va cubriendo sus paredes. Me siento y contemplo las marcas de los canteros. En la parte superior todavía son visibles las saeteras construidas para defender el molino frente a las tropas que lo asediaban durante la primera guerra carlista. No consta oficialmente, pero el edificio forma parte del patrimonio de la localidad por ser de los más antiguos. Para mí significa mucho más que eso, es parte de mi vida.
El viejo molino de origen templario es mi refugio. Aquí nació y vivió mi madre hasta que se casó. Aquí se conocieron mis padres. El día que se me acabe el permiso quiero que mis cenizas reposen en este lugar.
La vida la entiendo como un círculo; de aquí partí y aquí deseo volver para poder escuchar de nuevo el rumor del agua de la presa y para que su sonido me arrulle en un sueño sin fin.
La infancia, ese lugar común al que muchas veces va unida la felicidad, al margen de credos, razas o lugar en el que uno haya nacido. Pero mi intención no es hablar de la felicidad o no en nuestra infancia, cuanto asociar ésta a un lugar determinado. Todos recordamos ese sitio especial en el que crecimos, que reconocemos como nuestro y con el que muchas veces soñamos.
En mi caso ese lugar especial es un antiguo molino emplazado junto a un río. Fue propiedad de los Templarios y, tras su desaparición a comienzos del s. XIV, pasó a manos de los Caballeros de la Orden de Malta. Están documentados numerosos litigios y procesos judiciales entre arrendadores y vecinos de la villa a cuenta de la molienda del trigo. Su actividad cesó a finales del s. XIX para transformarse en central hidroeléctrica. En 1929 mi abuelo materno fue el encargado de la central hasta su jubilación.
Mi infancia está ligada a este lugar, sobre todo en época de verano cuando acudíamos a bañarnos. Ubicado al pie de un monte, los chopos que lo rodeaban y sobre todo los gruesos muros nos cobijaban del sol durante los meses de estío. A la entrada una amplia parra daba la bienvenida al visitante. Estaba algo alejado del pueblo y los únicos ruidos que se escuchaban eran el rumor del agua de la presa y el tañido de campanas de un convento cercano. Las palabras paz y tranquilidad reflejaban la esencia de aquel lugar, refugio de algunos pescadores o paseantes solitarios. Si durante el verano el molino era un oasis de paz, por contra en invierno las frecuentes lluvias en la zona daban paso a las avenidas del río que cubrían de agua y lodo la parte baja de vivienda y molino. Mi abuelo tuvo que salir en barca ante la muy seria amenaza de la riada que tuvo lugar durante el invierno que yo nací.
Hace más de cuatro décadas que el viejo molino se encuentra abandonado. Al poco de clausurarse por haberse quedado obsoleto frente a una mayor demanda de energía y después de sufrir el expolio y pillaje, se convirtió en refugio ocasional para vagabundos, para más tarde ser pasto de las llamas que ocasionaron el derrumbe del tejado. Hoy su silueta se asemeja a un fantasmal espectro, pero su imponente figura, gracias a sus gruesos sillares de piedra, sigue desafiando el paso de los siglos cual coloso que se resiste a morir.
Tiempo atrás contacté con la empresa que suministró el equipo material y técnico a la central hidroeléctrica cuando se inauguró en la segunda década del siglo pasado. Yo tan solo disponía de un dato: el nombre de la firma era Voith. La verdad es que las esperanzas de que me proporcionaran algún tipo de información eran más bien escasas pero eso no me disuadió y seguí adelante. Cuál no sería mi sorpresa cuando al cabo de tres semanas recibí una completa documentación desde Alemania en la que se incluía el nombre del antiguo molino, su ubicación, los planos del edificio a escala, los motores que la alimentaban, el número de serie de la turbina y demás elementos que la componían. Todo lo conservo por si algún día, quién sabe, el edificio se restaurase con fines didácticos.

Poco a poco la maleza se ha ido adueñando de su interior y la hiedra va cubriendo sus paredes. Me siento y contemplo las marcas de los canteros. En la parte superior todavía son visibles las saeteras construidas para defender el molino frente a las tropas que lo asediaban durante la primera guerra carlista. No consta oficialmente, pero el edificio forma parte del patrimonio de la localidad por ser de los más antiguos. Para mí significa mucho más que eso, es parte de mi vida.
El viejo molino de origen templario es mi refugio. Aquí nació y vivió mi madre hasta que se casó. Aquí se conocieron mis padres. El día que se me acabe el permiso quiero que mis cenizas reposen en este lugar.
La vida la entiendo como un círculo; de aquí partí y aquí deseo volver para poder escuchar de nuevo el rumor del agua de la presa y para que su sonido me arrulle en un sueño sin fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario