Todos los días por la mañana Gabriela abre las cortinas del amplio dormitorio de Dª. Pilar Rocamador ubicado en una céntrica calle de la ciudad. Es la primera tarea de su jornada laboral. A continuación deberá preparar el desayuno, hacer la compra, y demás tareas que ella le mande. Dª. Pilar es viuda y sus muchos años necesitan de una persona que la cuide y haga compañía para combatir las largas horas de soledad. Su marido, que era militar, murió hace unos años y al golpe inicial se unió el hecho de estar en un mundo que va demasiado deprisa y que ella apenas comprende. A menudo piensa en sus hijos. El mayor siguió la carrera militar y ostenta un alto cargo en el Ministerio de Defensa, da conferencias y preside un comité que tiene como objetivo la implantación y modernización de armamento en países del tercer mundo. El pequeño es economista y da clases en la Universidad.
Pronto hará un año que Gabriela lleva empleada en casa de Dª. Pilar. Está contenta con su suerte pero la felicidad no es completa porque por culpa del pendejo de su marido que los abandonó, tuvo que dejar a sus dos pequeños a cargo de su hermana en Potosí. Todos los días reza a su virgencita para que nada malo les pase y pronto puedan reunirse con ella, pero eso de momento no podrá ser porque sus ahorros apenas le alcanzan para el pasaje y todavía tendrá que esperar. Un par de días a la semana acude al locutorio y habla con ellos a través de internet, pero luego sufre con las despedidas y sale hecha un mar de lágrimas camino de su casa. En alguna ocasión ha pedido a Dª Pilar formalizar el contrato de trabajo, siempre dice que sí pero enseguida se olvida. El primer día de cada mes acude a la oficina de Correos para enviar algo de dinero a sus hijos; no es mucho la verdad, que ese dinero bien le haría falta a ella, pero piensa que allí es más necesario sobre todo para poder escolarizarlos.
Los días de buen tiempo Gabriela acompaña a Dª Pilar, juntas dan un paseo y luego se sientan en un banco del parque. En ocasiones charlan de cosas intrascendentes pero las más de las veces permanecen calladas y se refugian en sus recuerdos; una en el tiempo pasado y la otra en lo que dejó en su país y que espera recuperar pronto. A la vuelta pasan delante del bar donde trabaja Nelson, amigo y compatriota de Gabriela que le hace señas para que entren pero Dª Pilar dice que no, el suelo está sucio, lleno de servilletas de papel y cabezas de gambas. Ella prefiere la cafetería que está cerca de su casa, allí la conocen y se siente querida, siempre ocupa la misma mesa y el camarero no necesita preguntar porque sabe que tomará un café con leche y un trozo de tarta de manzana. Gabriela dice que no quiere nada, para ella ese gasto es un pequeño lujo innecesario y de inmediato piensa en sus hijos.
Hoy 12 de Octubre Dª Pilar ha invitado a sus hijos y nietos a su fiesta de cumpleaños. Mientras prepara el café y la tarta en la cocina, Gabriela oye a los nietos que hablan algo de Machu Pichu y a continuación unas risas, luego reprendidas por los mayores, pero ella enseguida lo olvida porque ya está acostumbrada a ese tipo de comentarios. Aunque tuvo que ponerse a trabajar antes de terminar la escuela, Gabriela sabe que su ciudad tuvo una gran importancia en épocas pasadas cuando desde allí salían barcos cargados de plata hacia España, que por entonces era el país más importante del mundo. Por tradición oral de parte de su abuela sabe también que sus antepasados habían sido mitayos, es decir, aborígenes obligados a trabajar en las minas jornadas de doce horas, embrutecidos por el trabajo y la chicha, la bebida que ellos consumían para ahogar sus penas.
A los postres Dª Pilar recibe regalos y besos pero su mayor felicidad es sentirse rodeada de sus hijos y nietos. En un momento dado se le escapan algunas lágrimas recordando a su difunto marido, pero enseguida sus hijos le dicen que es un día para celebrar y cambian de conversación diciéndole que está estupenda y que ya quisieran ellos llegar a su edad con la salud que ella disfruta. Luego Dª Pilar llama a Gabriela, ven hija y brinda con nosotros –le dice-, que hoy es el día de la Hispanidad y es también tu fiesta. Tímidamente se acerca a la mesa, alza la copa de champán y sólo moja los labios porque esa bebida no le gusta pero no se atreve a decirlo. Vuelve a la cocina y Dª Pilar en un aparte cuenta a sus hijos y nueras que últimamente la nota rara, que al principio era más sumisa y que cuando le daba instrucciones obedecía con la vista clavada en el suelo.
Tras ordenar y recoger la cocina, Gabriela entra en el salón y se despide hasta el día siguiente entre alguna mirada lastimera. Mientras baja en el ascensor recuerda el triste destino de su país. Hace quinientos años le robaron su riqueza y ahora se aprovechan de su pobreza.
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