Leo con cierto
interés lo que publican los llamados influencers, gente
que se destaca por tener cientos de miles o, incluso millones de seguidores en
las redes sociales. Sus contenidos son de lo más variado: pueden versar sobre
deportes, música, moda, salud, belleza, espectáculos, gastronomía, viajes,
fitness, y así un largo etcétera. Reconozco que, salvo excepciones, son temas
que no me interesan demasiado, pero intento hacer un esfuerzo para, entre otras
cosas, comprender mejor la sociedad en la que vivo. También sus creadores
ocupan un variado perfil; van desde personajes a menudo controvertidos (a veces
defensores de bulos, o noticias no suficientemente contrastadas), hasta frikis
que gustan de exponerse a riesgos físicos, incluso arriesgando sus vidas con
tal de obtener una foto llamativa o una portada que le sirva para
promocionarse. Si en algo coinciden la mayoría de analistas es en la necesidad que
tienen de renovar sus propios contenidos en redes, pues una ausencia demasiado
prolongada es sinónimo de que no tienes nada que decir y caer pronto en el
olvido. Según la R.A.E. el término influencer es un anglicismo usado en
referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras.
Pese a todo lo
dicho anteriormente yo también sigo a un influencer. Se llama Antonio
Machado y en julio cumpliría 150 años. Perteneció a la generación del
98 y ha ejercido una gran influencia en la literatura del siglo XX. Su poesía honda
y clara, unido a la ausencia de todo artificio y de metáforas, refleja como
ninguna el alma y el sentir del pueblo español y más concretamente de las
tierras de Castilla.
No voy a descubrir
nada nuevo que no hayan dicho ya críticos y especialistas de su obra, tan sólo
que he seguido los pasos de su ciclo vital. El primer lugar que visité hace
muchos años aprovechando que me encontraba en Cataluña fue su sencilla tumba en
Colliure, siempre cubierta con flores frescas dejadas por manos anónimas. Junto
a la tumba hay una especie de buzón donde la gente deja sus poemas, que un
empleado municipal ha de retirarlos cada cierto tiempo para que no se amontonen.
En el año 2007 con motivo del centenario de la llegada del poeta a Soria, el
Ayuntamiento organizó una serie de actos para ensalzar su figura. Allí acudí
con algunos amigos acompañados por un guía que nos hizo el recorrido
machadiano: los álamos del Duero, la ermita de San Saturio, el cementerio del
Espino donde está enterrada Leonor, el parque donde se encuentra el famoso
olmo, la iglesia donde se casó, el Casino que él frecuentaba en la calle
Collado, el reloj de la Audiencia… Hace algún tiempo en alguno de mis muchos
viajes al norte, la casualidad me llevó a visitar un castillo en Almenar, un
pequeño pueblo cerca de Soria. El castillo es ahora propiedad privada pero en
aquel entonces una familia llevaba rehabilitándolo todos los veranos desde
hacía varios años. Me llamaron la atención los azulejos en una de las paredes con
una inscripción que decía: “Aquí nació Leonor Izquierdo, esposa y musa de
Antonio Machado”. Más tarde me enteré que el padre de Leonor era Guardia
Civil y que a finales del siglo XIX el edificio estaba ocupado por la
Benemérita.
Visita obligada
para quien recorre Sevilla es el Palacio de las Dueñas, propiedad de la Casa de Alba. Allí nació el
poeta (“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro
donde madura el limonero”…). En Baeza visité también el aula donde impartía
clases Antonio Machado que se conserva tal como él la conoció. El guía nos
comentó la divertida anécdota de que Machado el primer día que llegó llevaba
una recomendación para presentarse ante determinada persona. Preguntó por él y
la respuesta fue que estaba en la agonía. Machado se quedó lívido y al
percatarse de ello su comunicante, le contestó que no se preocupara, que La
Agonía era el nombre del bar que se encontraba en la esquina. Ya por último, en
Segovia, visité el año pasado la posada que Machado habitó cuando fue
trasladado desde Baeza. La casa, los enseres y su cama se conservan tal como estaban
entonces. Esa casa fue la última que habitó antes de la guerra civil, ahora
reconvertida en casa-museo. Compartía la posada con un funcionario de Hacienda,
el cual padecía de insomnio, que solo era capaz de superar cuando Antonio
Machado le recitaba versos en francés de Baudelaire y de Rimbaud. Increíble.
El amor secreto de Antonio Machado fue
Pilar de Valderrama (Guiomar), los cuales se veían en el café Franco-Español de
la glorieta de Cuatro Caminos, un lugar discreto hoy por desgracia desaparecido
y que ellos llamaban “nuestro rincón”. Un amor platónico, idealizado y casto
entre dos personas provenientes de mundos diferentes. Por cierto, los padres de
Antonio Machado se conocieron sobre un puente del río Guadalquivir. Resulta que
unos delfines se equivocaron de ruta y
enfilaron el Guadalquivir arriba hasta Sevilla. Tola la ciudad se asomó para
ver el espectáculo.
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