Cierto día Nick
recibió un dramático mensaje de Ilse que decía: “Estoy gravemente enferma. Los
médicos me dan seis meses de vida, pero antes me gustaría verte”. De golpe se
le amontonaron recuerdos de su época de juventud. Hacía mucho tiempo que no se
veían pero desde el primer momento tuvo claro que una petición así no podía
ignorarla.
Ilse era de su
edad, propietaria de un palacete que había heredado de su padre, un rico
empresario terrateniente que hizo fortuna con sus viñedos, olivares y otros
negocios. Nick debía desplazarse a otro estado en un viaje en coche de varias
horas. Durante el trayecto tuvo tiempo de recordar aquellos encuentros fugaces
con Ilse en sus años de juventud, lejos de la mirada de su padre. Ella estaba
enamorada de Nick pero su padre no aprobaba esa relación con el hijo de un
empleado suyo. Suspiraba con emparentarse con alguien de su misma posición, al
menos. ¿Cuántos años desde la última vez? Quince, veinte? No sabría precisarlo.
La recordaba muy guapa, pelo castaño, ojos marrones. A él también le gustaba
pero por algún motivo la consideraba inalcanzable. De esta manera, rememorando
recuerdos y detalles, el viaje se le hizo más corto. Dejó el coche en el
parking de entrada, que entonces no existía, y echó un vistazo a la
casa-palacio y a sus cuidados jardines. Ya en el vestíbulo un empleado le
preguntó el motivo de la visita y Nick le respondió que Ilse le estaba
esperando. Durante diez minutos aprovechó para contemplar los candelabros, los
cuadros de los antepasados, los espejos y relojes estilo Luis XIV. Poco después
un mayordomo le pidió que le siguiera hasta la sala-biblioteca donde Ilse se distraía ojeando viejos
volúmenes y la heráldica de su familia. Nick le saludó con dos besos mientras
le entregada un ramo de rosas.
—Oh! Siempre tan
distinguido y galante.
Sus ojos habían
perdido el brillo de entonces y las canas ya asomaban pero su figura seguía
siendo esbelta a pesar de la enfermedad. Ilse cogió del brazo a Nick.
—Aprovechemos el
día y paseemos un rato, hace un día muy agradable.
—Pero a lo mejor
no te conviene —objetó Nick.
—Sí, eso me dicen constantemente
los médicos, que debo guardar reposo. ¡Al diablo con ellos! No sabes cómo
agradezco las visitas, me sacan de la soledad y del aburrimiento. Pero…
cuéntame de ti.
Juntos recorrieron
la cuidada fronda de los jardines, luego se sentaron en un banco. Nick tomó su
mano entre las suyas mientras hablaban. A Ilse le costaba respirar pero hizo un
esfuerzo.
—Tuve un
matrimonio desgraciado y mis hijos están más interesados en la herencia que en
mí. Es algo que me duele. Por eso prefiero a las personas que nada esperan que
les deje. Son más auténticas.
Visitaron luego la
bodega, las caballerizas y por último el palomar.
—Aquí me besaste
la primera vez. Me trae recuerdos muy especiales.
Ilse apoyándose en
Nick apenas pudo terminar el recorrido a causa de la fatiga. Le acompañó hasta
su habitación. Al despedirse Nick tomó
las manos de Ilse y las besó. Los dos sabían que era la última vez que se
veían. Ocho meses después Nick recibió con gran pesar la noticia de que Ilse
había fallecido y que en su testamento había dejado a su nombre el viejo
palomar.
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