sábado, 1 de febrero de 2025

Dakar-Madrid

 

     Hace ahora tres meses llegó un cayuco a la isla de El Hierro procedente de Mauritania con sesenta y cinco ciudadanos subsaharianos en unas condiciones sumamente penosas, sin apenas agua y casi desfallecidos después de recorrer 1400 kilómetros y nueve días de navegación. Entre ellos se encontraba Abdou Bayé, ciudadano senegalés que tuvo que huir de su país para salvar la vida. Una hermana de Abdou fue violada al volver una noche a su casa. El violador fue detenido pero luego absuelto en el juicio porque pertenecía a una familia adinerada. Abdou juró vengarse y propinó tal paliza al culpable que a los pocos días pusieron precio a su cabeza y tuvo que huir.

     En la actualidad malvive en la capital española y su mayor deseo es abandonar la marginalidad. Es inteligente, trabajador y está dispuesto a lo que sea antes que volver a su país, donde no hay futuro y además está amenazado de muerte. Aunque lleva poco tiempo en Madrid se da cuenta de la masiva presencia de inmigrantes, nota el recelo de la gente en sus actitudes y miradas pero sobre todo en el color de su piel. Antes de acostarse hace balance de su situación: tiene todo en su contra: el idioma, el desarraigo, sin empleo, sin vivienda; pero tiene un bien muy codiciado: sus veinte años y 1,95 de estatura. A través de Pierre, un camerunés que hizo el viaje con él, consigue la dirección de Servicios Sociales, una institución de ayuda a las personas migrantes con escasos recursos.

     Como todos los viernes, Beatriz sale con sus amigos a divertirse y tomar algo. Tiene mucho estrés en el trabajo y por unas horas trata de olvidarse de las presiones. Es una persona empática, trabaja de cara al público y necesita estar psicológicamente fuerte para poder aislarse de los problemas con los que tiene que lidiar a diario, dentro de unos meses se casará y le gustaría contar con la presencia de sus compañeras de más confianza. Son las diez y media de la noche y se despide de sus amigos para volver a su casa, antes ha de atravesar unos pequeños jardines, nunca ha tenido problemas pero esa noche es asaltada por dos individuos que tratan de robarle el bolso. Tal vez lo más sensato hubiera sido dárselo, pero ella se resiste, forcejea con los agresores, empieza a gritar y a pedir ayuda. Pierre y Abdou se encuentran por la zona y la oyen. Pierre le dice que no se meta en líos, pero él en ese momento piensa en su hermana y acude en auxilio de la chica. Tal vez ella también gritó pero nadie le ayudó. Los ladrones al verle con un palo en la mano huyen a la carrera. Beatriz está en el suelo llorando, tiene rasguños en la cara y muy asustada, le agradece la ayuda y le pide su nombre, pero en ese momento se oyen las sirenas de un coche patrulla de la policía y Abdou opta por salir  corriendo.

     Han pasado varios meses desde el incidente. Beatriz se reincorpora hoy a su trabajo en Servicios Sociales después de dos meses de baja por depresión. Cuando ha ido a desayunar, sus compañeras le han animado  a seguir siendo la que siempre fue: alegre, optimista, si acaso tomando algunas precauciones. Ya lleva cuatro años en el cargo y ha visto de todo. Gente en la indigencia más absoluta, personas que no entienden el idioma, personas que solicitan una beca comedor para sus hijos y con un Smartphone último modelo en la mano… Cuando vuelve de desayunar se sienta en su mesa de trabajo, está adscrita al servicio de residencia temporal para personas adultas en situación de exclusión. Un hombre alto se sienta frente a su mesa. Cruzan sus miradas y nota como una sacudida. Ella enseguida le reconoce como a su salvador, rara vez olvida una cara. Lo primero que le viene a la mente es que está en deuda con la persona que tiene delante; le gustaría sincerarse y decirle quién es, darle las gracias y abrazarle, pero sabe que no puede permitirse ser débil porque todas las personas que allí se encuentran son vulnerables y necesitan ayuda.

     —¿Tu nombre?

     —Abdou Bayé. En mi país era albañil pero puedo hacer cualquier trabajo.

     —¿Dónde vives?

     Abdou baja la cabeza y mira al suelo, pasan unos segundos, se siente observado y en una situación incómoda.

     —¿Duermes en la calle? Aquí viene gente que no tiene casa. No deberías avergonzarte.

     —Antes sí dormía en la calle pero la gente molestaba, borrachos, sobre todo fin de semana. Hizo una pequeña pausa y después continuó —Ahora duermo en el cementerio, en un nicho. Nadie molesta.

     Beatriz ha de hacer un esfuerzo por dominarse, ha visto muchos casos de precariedad pero nunca había escuchado una confesión así. Le ofrece  la dirección de varios albergues, allí podrá dormir hasta que consiga otra cosa. Antes de terminar la entrevista le da a Abdou su número de móvil. Esa misma noche hablará con su novio que tiene una empresa de construcción para ver si tiene un hueco para él.

   

 

 

 

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