Hace ahora tres meses llegó un cayuco a la isla de El Hierro procedente
de Mauritania con sesenta y cinco ciudadanos subsaharianos en unas condiciones
sumamente penosas, sin apenas agua y casi desfallecidos después de recorrer 1400
kilómetros y nueve días de navegación. Entre ellos se encontraba Abdou Bayé, ciudadano
senegalés que tuvo que huir de su país para salvar la vida. Una hermana de
Abdou fue violada al volver una noche a su casa. El violador fue detenido pero
luego absuelto en el juicio porque pertenecía a una familia adinerada. Abdou
juró vengarse y propinó tal paliza al culpable que a los pocos días pusieron
precio a su cabeza y tuvo que huir.
En la actualidad
malvive en la capital española y su mayor deseo es abandonar la marginalidad.
Es inteligente, trabajador y está dispuesto a lo que sea antes que volver a su
país, donde no hay futuro y además está amenazado de muerte. Aunque lleva poco
tiempo en Madrid se da cuenta de la masiva presencia de inmigrantes, nota el
recelo de la gente en sus actitudes y miradas pero sobre todo en el color de su
piel. Antes de acostarse hace balance de su situación: tiene todo en su contra:
el idioma, el desarraigo, sin empleo, sin vivienda; pero tiene un bien muy codiciado:
sus veinte años y 1,95 de estatura. A través de Pierre, un camerunés que hizo
el viaje con él, consigue la dirección de Servicios Sociales, una institución
de ayuda a las personas migrantes con escasos recursos.
Como todos los
viernes, Beatriz sale con sus amigos a divertirse y tomar algo. Tiene mucho
estrés en el trabajo y por unas horas trata de olvidarse de las presiones. Es
una persona empática, trabaja de cara al público y necesita estar
psicológicamente fuerte para poder aislarse de los problemas con los que tiene
que lidiar a diario, dentro de unos meses se casará y le gustaría contar con la
presencia de sus compañeras de más confianza. Son las diez y media de la noche
y se despide de sus amigos para volver a su casa, antes ha de atravesar unos
pequeños jardines, nunca ha tenido problemas pero esa noche es asaltada por dos
individuos que tratan de robarle el bolso. Tal vez lo más sensato hubiera sido
dárselo, pero ella se resiste, forcejea con los agresores, empieza a gritar y a
pedir ayuda. Pierre y Abdou se encuentran por la zona y la oyen. Pierre le dice
que no se meta en líos, pero él en ese momento piensa en su hermana y acude en
auxilio de la chica. Tal vez ella también gritó pero nadie le ayudó. Los
ladrones al verle con un palo en la mano huyen a la carrera. Beatriz está en el
suelo llorando, tiene rasguños en la cara y muy asustada, le agradece la ayuda
y le pide su nombre, pero en ese momento se oyen las sirenas de un coche
patrulla de la policía y Abdou opta por salir corriendo.
Han pasado varios
meses desde el incidente. Beatriz se reincorpora hoy a su trabajo en Servicios
Sociales después de dos meses de baja por depresión. Cuando ha ido a desayunar,
sus compañeras le han animado a seguir
siendo la que siempre fue: alegre, optimista, si acaso tomando algunas
precauciones. Ya lleva cuatro años en el cargo y ha visto de todo. Gente en la
indigencia más absoluta, personas que no entienden el idioma, personas que
solicitan una beca comedor para sus hijos y con un Smartphone último modelo en
la mano… Cuando vuelve de desayunar se sienta en su mesa de trabajo, está
adscrita al servicio de residencia temporal para personas adultas en situación
de exclusión. Un hombre alto se sienta frente a su mesa. Cruzan sus miradas y
nota como una sacudida. Ella enseguida le reconoce como a su salvador, rara vez
olvida una cara. Lo primero que le viene a la mente es que está en deuda con la
persona que tiene delante; le gustaría sincerarse y decirle quién es, darle las
gracias y abrazarle, pero sabe que no puede permitirse ser débil porque todas
las personas que allí se encuentran son vulnerables y necesitan ayuda.
—¿Tu nombre?
—Abdou Bayé. En mi
país era albañil pero puedo hacer cualquier trabajo.
—¿Dónde vives?
Abdou baja la
cabeza y mira al suelo, pasan unos segundos, se siente observado y en una
situación incómoda.
—¿Duermes en la
calle? Aquí viene gente que no tiene casa. No deberías avergonzarte.
—Antes sí dormía
en la calle pero la gente molestaba, borrachos, sobre todo fin de semana. Hizo
una pequeña pausa y después continuó —Ahora duermo en el cementerio, en un
nicho. Nadie molesta.
Beatriz ha de
hacer un esfuerzo por dominarse, ha visto muchos casos de precariedad pero nunca
había escuchado una confesión así. Le ofrece la dirección de varios albergues, allí podrá
dormir hasta que consiga otra cosa. Antes de terminar la entrevista le da a
Abdou su número de móvil. Esa misma noche hablará con su novio que tiene una
empresa de construcción para ver si tiene un hueco para él.
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