sábado, 5 de marzo de 2022

El botín de guerra

       En mi casa había un objeto que era el resultado de un botín de guerra,  pero nosotros los hermanos, no lo sabíamos. La Real Academia de la Lengua lo define como "el conjunto de armas o de bienes muebles que se apropian los soldados del enemigo tras las batallas". Dicho botín era un pesado diccionario Sopena del que mi padre se apropió al término de la guerra civil española arrebatado en su cuartel al ejército republicano. Era el segundo tomo, desde la letra L hasta la Z. Ignoro el motivo por el que lo hizo, siendo además un libro voluminoso y difícil de manejar. Sobrevivió a los diferentes traslados de domicilio y hoy en día lo conservo en mi biblioteca con mucho cariño. A aquel tocho de mil setecientas páginas y numerosos grabados y dibujos, toda una joya para la época, le rodeaba un halo de misterio, pues tenía las dos primeras páginas pegadas por alguna razón que nosotros desconocíamos. Un día, al despegar las hojas descubrimos el por qué. En la parte superior derecha figuraba un escrito: "Cogido al ejército rojo el 29 de marzo de 1939". Tenía su explicación. Hasta muchos años después de terminada la contienda, mencionar la guerra significaba resucitar viejos fantasmas. Luego descubrí con tristeza que una de las primeras medidas del bando vencedor fue represaliar a todos los maestros que en la época republicana se habían esforzado en aras de la instrucción pública. Uno de esos maestros represaliados me dio clases particulares un verano durante mi época adolescente. Hoy no le hubiera preguntado sobre los polinomios sino cómo sobrevivió a aquellos años de incuria en una España provinciana y pacata. En estos tiempos de amnesia siento que tenemos una deuda  con esa generación que tuvo que empezar de cero con el fin de reconstruir sus vidas.

     Entonces en mi casa no había muchos libros excepto los clásicos de literatura infantil de Enid Blyton, algunos de Julio Verne y pocos más, pero todos heredamos de mi padre la costumbre de leer, sobre todo la prensa, que compraba todos los días. Recuerdo haberle oído comentar que,  siendo adolescente, los castigos en casa consistían en aprenderse de memoria párrafos enteros del periódico. Todavía hoy cuando lo pienso, me pregunto el por qué se fijó en aquel diccionario. Entiendo que cada cual arrampló con lo que pudo y ante la imposibilidad de llevarse los dos tomos, lo repartiera con otro compañero. Mi padre entró en Madrid con veintiún años recién acabada la guerra, cuando Franco conquistó el poder. Yo me trasladé a Madrid también con veintiún años cuando el dictador estaba agonizando, pero afortunadamente ni la ciudad ni el propio país eran ya los mismos. A punto de cumplirse ochenta y tres años de aquel triste acontecimiento, pienso que nunca un botín de guerra fue tan inocente pero al mismo tiempo tan aleccionador. Aquel arma no disparaba balas sino palabras y significados, es decir, era una herramienta para hablar y entenderse. Hacía falta entonces, y también ahora.

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