Recientemente me ocupé en mi blog de la gente con poca empatía, individualista y egoísta, que únicamente miran su provecho en detrimento de los que les rodean. Sus acciones a menudo son noticia en portadas de periódicos y revistas generando ruido mediático y morbo, dando la impresión de que todo es negativo en esta sociedad en que vivimos. A esto se une el hecho de que las buenas noticias, que las hay, son relegadas a segundo plano siguiendo la máxima periodística de que una buena noticia son es noticia, y es que, como dice el escritor japonés H. Murakami, las buenas noticias, en la mayoría de los casos, se dan en voz baja.
Hoy quiero hablar de esas personas generosas que realizan una labor callada en sus profesiones y en el medio en el que se desenvuelven, la mayoría de las veces poco o nada reconocida pero no por eso menos importante. A menudo suben con nosotros en el ascensor o pasan a nuestro lado sin que nos demos cuenta, porque no sabemos que ellos son magníficos; sus caras no nos dicen nada debido a que no salen en la tele ni en los anuncios publicitarios, sin embargo tienen el don de hacer la vida más agradable a la gente que les rodea. Ellos y ellas son médicos, enfermeras o personal sanitario que cuidan de nuestra salud. Puede ser el pequeño comerciante de nuestro barrio, el maestro, el educador, el transportista, la limpiadora del hotel. O también los inmigrantes que vienen a hacer los trabajos duros que nosotros no queremos: temporeros, albañiles, repartidores, mensajeros, camareros, cuidadores de personas mayores...
Pero como muchas veces pasa en la vida, sólo nos damos cuenta de su valía en el momento en que nos enteramos de que han fallecido, instante en el que todos nos volcamos en su reconocimiento. Ocurre que normalmente concedemos un crédito relativo a la gente que conocemos, los consideramos "gente normal", como si existiera un estrato superior en el que vivieran las personas con rango de excepcionales. No todos asumimos en mismo grado de compromiso, es cierto, pero los pequeños gestos en nuestro devenir diario también ayudan a conseguir un mundo mejor. Vale para ello el viejo slogan ecologista que bien se podría hacer extensible a otros ámbitos de la vida: pensar globalmente, actuar localmente.
Mención especial se merecen los cooperantes. Son los héroes de nuestro tiempo, gente anónima que trabajan por un mundo mejor. No buscan publicidad ni recompensa alguna; les mueven valores de orden ético, religioso o humano. Allí donde hay una crisis humanitaria y una necesidad, ellos son los primeros en acudir. La humanidad los necesita pero pocas veces ocupan los titulares de los medios de comunicación a no ser por algún suceso luctuoso. Ellos deberían ser los auténticos influencers de nuestros días, gente con energía positiva, cercana en el trato, con capacidad para generar entusiasmo. Como diría Bertolt Brecht, son los imprescindibles. Pero en su lugar quienes triunfan y arrasan son los youtubers e influencers que cuentan con centenares de miles de seguidores en redes sociales, los cuales han creado toda una industria del entretenimiento en forma de videojuegos porque ya todo nos cansa y continuamente necesitamos estímulos nuevos. A través de las redes también nos venden belleza, moda, estilo, salud y demás ingenios, lo cual, nos retrata como sociedad y de alguna manera cuestiona nuestros valores. Conozco a uno de estos cooperantes, se llama Joaquín Arnáiz y durante un tiempo conviví con él. Lleva cuarenta años en las selvas de Panamá ayudando a los campesinos, creando cooperativas y trabajando por un comercio justo y sostenible, siendo además un elemento incómodo para los poderosos. Hace pocas semanas estuve con él en una de sus esporádicas visitas a España y debo añadir que me siento muy honrado de su amistad y de conocer a gente que dedica su tiempo y sus esfuerzos para hacer realidad que otro mundo sí es posible.
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