En tiempos de crisis la xenofobia es una característica común a todas las sociedades. Es como un virus que ataca a la mayoría de estamentos sociales como bien pude comprobar yo mismo recientemente. Como las desgracias nunca vienen solas, por esa época andaba yo enemistado con el mundo debido a que semanas atrás me habían robado el coche, y más recientemente, en un descuido mío, también la cartera, con la consiguiente pérdida de tiempo en denuncias y otros trámites engorrosos.
Sucedió que por esas fechas debía viajar a Barcelona por asunto de trabajo y me encontraba en la estación de Atocha haciendo tiempo hasta la salida del tren. Una docena de personas nos encontrábamos en el exterior, unos fumando y otros haciendo llamadas desde su móvil en la explanada que hay debajo de la torre del reloj, donde antiguamente los taxis hacían turno para recoger a los viajeros. Un vagabundo de aspecto desastrado merodeaba por el lugar con una lata de cerveza en la mano pidiendo dinero para coger el metro. Instantes después apareció una mujer ya entrada en años, con un viejo abrigo ya raído y en zapatillas de andar por casa mendigando unas monedas en una frase aprendida y repetida centenares de veces. Por el acento me pareció rumana o de algún país eslavo. El vagabundo nada más verla le espetó a grandes voces:
—Ehh, ehh. Largo de aquí hija puta. ¿No ves que me estás jodiendo a mí? Vete a tu país!!
La mujer, humillada, bajó la cabeza y dio media vuelta. Nadie hizo el menor comentario y el mendigo continuó con su perorata ante la indiferencia general de los allí reunidos. A mi lado un joven mochilero sacó su paquete de tabaco y encendió un cigarrillo. Iba cargado con un macuto a la espalda y saco de dormir. Lucía una poblada barba y larga melena recogida en una coleta. Su aspecto no difería demasiado con respecto al vagabundo salvo su indumentaria, limpia y cuidada y por las botas de alta montaña. Momentos después el vagabundo se le acercó haciendo gestos de pedirle tabaco.
—¿Me puedes dar uno? —preguntó con voz ronca.
El mochilero le miró con mal disimulado desprecio.
—¿No te da vergüenza tratar así a la gente? Los perros muestran más sensibilidad que tú. ¿Quién te da derecho a echar a nadie? ¡¡Largo de aquí!!
El vagabundo se retiró echando pestes y mascullando entre dientes mientras el mochilero apagaba su cigarrillo en una cajita que sacó del bolsillo. Gracias a él, que demostró más dignidad que el resto, me reconcilié con el género humano.
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