La pandemia mundial provocada por la Covid19 ha cambiado el protagonismo informativo que antaño, recuerdo, volvía de manera recurrente una y otra vez sobre el avistamiento de ovnis o el monstruo del lago Ness como noticias durante el mes de agosto en nuestro país. En la actualidad los contenidos rosa de ciertas cadenas de televisión ya forman parte de algunos medios generalistas y las noticias que se cuelan es que Fulanita incendia las redes con su posado en bikini o bien nos adelantan los tres consejos infalibles para eliminar esa grasa que se acumula con los años en el abdomen.
En mi caso particular la noticia a la vuelta de las vacaciones ha sido que unos desalmados entraron en mi domicilio con la intención de llevarse dinero en metálico o algún objeto de valor. Después de revolver en armarios y cajones se ensañaron con una vieja maleta que había a la entrada. Los ladrones, que al parecer desconocían el mecanismo de apertura de las maletas antiguas, la destrozaron forzándola creyendo que allí se custodiaban objetos de algún valor y en la que únicamente guardaba recuerdos familiares: fotografías en blanco y negro, el historial militar de mi abuelo una vez concedida la licencia absoluta en 1915 en Larache (Marruecos), recortes de periódicos antiguos, mi cartilla escolar, el árbol genealógico de la familia, una cajita con esquirlas de metralla de la Batalla del Jarama de la guerra civil en la que participó mi padre... Lo curioso es que buscaron también en el doble fondo, tal como se ve en las películas de serie B cuando los narcotraficantes colocan ahí su mercancía para esquivar a la policía en los aeropuertos. Total, que la maleta no contenía nada interesante para ellos pero quedó destrozada y mi tarea es ahora ver la forma de recomponerla sin que se note demasiado el asalto.
Esa maleta era todo cuanto mi tía Luchy tenía cuando emigró a Argentina en 1946, un país entones próspero que nos enviaba barcos cargados de cereal y de carne congelada para paliar el hambre de la posguerra. Al cabo de unos años mi tía volvió a España y probó fortuna en Suiza y luego en Francia hasta que definitivamente se estableció de nuevo en nuestro país. Hace unos pocos años la encontré abandonada y polvorienta en el desván de la casa de mis abuelos junto a otros muchos enseres. Tras enterarme por terceras personas de la historia de esa maleta, le pedí permiso para quedármela. Desde entonces todo lo que considero antiguo y de algún interés histórico lo guardo allí, como si fuera depositaria de retazos de nuestras vidas.
Contemplo la vieja maleta destrozada y me pregunto de cuántos adioses fue testigo, los barcos y trenes que la transportaron, los secretos que vio y guardó. Ahora es el tiempo de su retiro, ya no viajará más. Permanecerá visible a la entrada de mi casa, orgullosa de su pasado, tal vez con añoranza de tiempos que ya no volverán.
Cuando el perito del Seguro me preguntó en cuánto valoraba la maleta me quedé dudando. ¿Es posible poner precio a un recuerdo familar? A veces ocurre que las cosas que verdaderamente amamos, para otros no tiene absolutamente ningún valor.
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