miércoles, 30 de octubre de 2019

El molino Balmaseda

    Nadie ha superado la definición de Rainer Maria Rilke, según la cual la infancia es la verdadera patria del hombre. Todos somos de un sitio, pertenecemos a algún lugar. Nuestra infancia ha sido esculpida en un entorno concreto en el que nos reconocemos porque siempre estará en alguna parte de nuestra memoria por muchos años que hayan pasado.

    La infancia, ese lugar común al que muchas veces va unida la felicidad, al margen de credos, razas o lugar en el que uno haya nacido. Pero mi intención no es hablar de la felicidad o no en nuestra infancia, cuanto asociar ésta a un lugar determinado. Todos recordamos ese sitio especial en el que crecimos, que reconocemos como nuestro y con el que muchas veces soñamos.

    En mi caso ese lugar especial es un antiguo molino emplazado junto a un río. Fue propiedad de los Templarios y, tras su desaparición a comienzos del s. XIV, pasó a manos de los Caballeros de la Orden de Malta. Están documentados numerosos litigios y procesos judiciales entre arrendadores y vecinos de la villa a cuenta de la molienda del trigo. Su actividad cesó a finales del s. XIX para transformarse en central hidroeléctrica. En 1929 mi abuelo materno fue el encargado de la central hasta su jubilación.

    Mi infancia está ligada a este lugar, sobre todo en época de verano cuando acudíamos a bañarnos. Ubicado al pie de un monte, los chopos que lo rodeaban y sobre todo los gruesos muros nos cobijaban del sol durante los meses de estío. A la entrada una amplia parra daba la bienvenida al visitante. Estaba algo alejado del pueblo y los únicos ruidos que se escuchaban eran el rumor del agua de la presa y el tañido de campanas de un convento cercano. Las palabras paz y tranquilidad reflejaban la esencia de aquel lugar, refugio de algunos pescadores o paseantes solitarios. Si durante el verano el molino era un oasis de paz, por contra en invierno las frecuentes lluvias en la zona daban paso a las avenidas del río que cubrían de agua y lodo la parte baja de vivienda y molino. Mi abuelo tuvo que salir en barca ante la muy seria amenaza de la riada que tuvo lugar durante el invierno que yo nací.

    Hace más de cuatro décadas que el viejo molino se encuentra abandonado. Al poco de clausurarse por haberse quedado obsoleto frente a una mayor demanda de energía y después de sufrir el expolio  y pillaje, se convirtió en refugio ocasional para vagabundos, para más tarde ser pasto de las llamas que ocasionaron el derrumbe del tejado.  Hoy su silueta se asemeja a un fantasmal espectro, pero su imponente figura, gracias a sus gruesos sillares de piedra, sigue desafiando el paso de los siglos cual coloso que se resiste a morir.

    Tiempo atrás contacté con la empresa que suministró el equipo material y técnico a la central hidroeléctrica cuando se inauguró en la segunda década del siglo pasado. Yo tan solo disponía de un dato: el nombre de la firma era Voith. La verdad es que las esperanzas de que me proporcionaran algún tipo de información eran más bien escasas pero eso no me disuadió y seguí adelante. Cuál no sería mi sorpresa cuando  al cabo de tres semanas  recibí una completa documentación desde Alemania en la que se incluía el nombre del antiguo molino, su ubicación, los planos del edificio a escala, los motores que la alimentaban, el número de serie de la turbina y demás elementos que la componían. Todo lo conservo por si algún día, quién sabe, el edificio se restaurase con fines didácticos.


    Poco a poco la maleza se ha ido adueñando de su interior y la hiedra va cubriendo sus paredes. Me siento y contemplo las marcas de los canteros. En la parte superior todavía son visibles las saeteras construidas para defender el molino frente a las tropas que lo asediaban durante la primera guerra carlista. No consta oficialmente, pero el edificio forma parte del patrimonio de la localidad por ser de los más antiguos. Para mí significa mucho más que eso, es parte de mi vida.

    El viejo molino de origen templario es mi refugio. Aquí nació y vivió mi madre hasta que se casó. Aquí se conocieron mis padres. El día que se me acabe el permiso quiero que mis cenizas reposen en este lugar.

    La vida la entiendo como un círculo; de aquí partí y aquí deseo volver para  poder escuchar de nuevo el rumor del agua de la presa y para que su sonido me arrulle  en un sueño sin fin.

Gabriela

     Todos los días por la mañana Gabriela abre las cortinas del amplio dormitorio de Dª. Pilar Rocamador ubicado en una céntrica calle de la ciudad. Es la primera tarea de su jornada laboral. A continuación deberá preparar el desayuno, hacer la compra, y demás tareas que ella le mande. Dª. Pilar es viuda y sus muchos años necesitan de una persona que la cuide y haga compañía para combatir las largas horas de soledad. Su marido, que era militar, murió hace unos años y al golpe inicial se unió el hecho de estar en un mundo que va demasiado deprisa y que ella apenas comprende. A menudo piensa en sus hijos. El mayor siguió la carrera militar y ostenta un alto cargo en el Ministerio de Defensa, da conferencias y preside un comité que tiene como objetivo la implantación y modernización de armamento en países del tercer mundo. El pequeño es economista y da clases en la Universidad.

      Pronto hará un año que Gabriela lleva empleada en casa de Dª. Pilar. Está contenta con su suerte pero la felicidad no es completa porque por culpa del pendejo de su marido que los abandonó, tuvo que dejar a sus dos pequeños  a cargo de su hermana en Potosí. Todos los días reza a su virgencita para que nada malo les pase y pronto puedan reunirse con ella, pero eso de momento no podrá ser porque sus ahorros apenas le alcanzan para el pasaje y todavía tendrá que esperar. Un par de días a la semana acude al locutorio  y habla con ellos a través de internet, pero luego sufre con las despedidas y sale hecha un mar de lágrimas camino de su casa.  En alguna ocasión ha pedido a Dª Pilar formalizar el contrato de trabajo, siempre dice que sí pero enseguida se olvida. El primer día de cada mes acude a la oficina de Correos para enviar algo de dinero a sus hijos; no es mucho la verdad, que ese dinero bien le haría falta a ella, pero piensa que allí es más necesario sobre todo para poder escolarizarlos.

     Los días de buen tiempo Gabriela acompaña a Dª Pilar, juntas dan un paseo y luego se sientan en un banco del parque. En ocasiones charlan de cosas intrascendentes pero las más de las veces permanecen calladas y se refugian en sus recuerdos; una en el tiempo pasado y la otra en lo que dejó en su país y que espera recuperar pronto. A la vuelta pasan delante del bar donde trabaja Nelson, amigo y compatriota de Gabriela que le hace señas para que entren pero Dª Pilar dice que no, el suelo está sucio, lleno de servilletas de papel y cabezas de gambas. Ella prefiere la cafetería que está cerca de su casa, allí la conocen y se siente querida, siempre ocupa la misma mesa y el camarero no necesita preguntar porque sabe que tomará un café con leche y un trozo de tarta de manzana. Gabriela dice que no quiere nada, para ella ese gasto es un pequeño lujo innecesario y de inmediato piensa en sus hijos.

     Hoy 12 de Octubre Dª Pilar ha invitado a sus hijos y nietos a su fiesta de cumpleaños. Mientras prepara el café y la tarta en la cocina, Gabriela oye a los nietos que hablan algo de Machu Pichu y a continuación unas risas, luego reprendidas por los mayores, pero ella enseguida lo olvida porque ya está acostumbrada a ese tipo de comentarios. Aunque tuvo que ponerse a trabajar antes de terminar la escuela, Gabriela sabe que su ciudad tuvo una gran importancia en épocas pasadas cuando desde allí salían barcos cargados de plata hacia España, que por entonces era el país más importante del mundo. Por tradición oral de parte de su abuela sabe también que sus antepasados habían sido mitayos, es decir, aborígenes obligados a trabajar en las minas jornadas de doce horas, embrutecidos por el trabajo y la chicha, la bebida que ellos consumían para ahogar sus penas.

      A los postres Dª Pilar recibe regalos y besos pero su mayor felicidad es sentirse rodeada de sus hijos y nietos.  En un momento dado se le escapan algunas lágrimas recordando a su difunto marido, pero enseguida sus hijos le dicen que es un día para celebrar y cambian de conversación  diciéndole que está estupenda y que ya quisieran ellos llegar a su edad con la salud que ella disfruta. Luego Dª Pilar llama a Gabriela, ven hija y brinda con nosotros –le dice-, que hoy es el día de la Hispanidad y es también tu fiesta. Tímidamente se acerca a la mesa, alza la copa de champán y sólo moja los labios porque esa bebida no le gusta pero no se atreve a decirlo. Vuelve a la cocina y Dª Pilar en un aparte cuenta a sus hijos y nueras que últimamente la nota rara, que al principio era más sumisa y que cuando le daba instrucciones obedecía con la vista clavada en el suelo.

     Tras ordenar y recoger la cocina, Gabriela entra en el salón y se despide hasta el día siguiente entre alguna mirada lastimera. Mientras baja en el ascensor recuerda el triste destino de su país. Hace quinientos años le robaron su riqueza y ahora se aprovechan de su pobreza.

Aquellos maravillosos años

    Conocí a Gonzalo en la Complutense cuando cursábamos periodismo en nuestro primer año de carrera, que casualmente coincidió con la muerte de Franco. La universidad era entonces un hervidero de proclamas políticas donde no cabían las posiciones intermedias, que era justo la que yo defendía. Teníamos dieciocho años y un nuevo país por hacer. Gonzalo era un líder que se manejaba en las asambleas con soltura, siempre dispuesto para la acción y con un entusiasmo capaz de arrastrar a los indecisos hacia las posiciones que él defendía. Aquel ambiente tan crispado no iba con mi forma de ser ni tampoco con mi temperamento. A decir verdad yo iba a clase más que nada por Andrea, cuya silueta no dejaba de mirar a todas horas. Me gustaban sus ojos azules y sus labios sensuales, pero sobre todo la naturalidad con la que se desenvolvía, nada que ver con  la afectación de otras chicas que hacían por dejarse ver y llamar la atención. A pesar de que continuamente estaba en mi pensamiento, tan sólo un par de veces logré hablar con ella cuando le presté los apuntes que me pidió por haber faltado a clase.

    Yo envidiaba en secreto a Gonzalo porque le veía hablar mucho con ella. Además, en las asambleas defendían siempre las mismas posiciones y planteamientos, que en resumen venían a decir que la vanguardia estudiantil debía estar mano con mano con el movimiento obrero. Por aquel entonces se convocó una manifestación a favor de la legalización del Partido Comunista y de la amnistía para los presos políticos. Toda la Facultad estaba llena de carteles llamando a la movilización.
     Un día al terminar la clase, Andrea se me acercó muy sonriente. Pensé que de nuevo me pediría los apuntes.
    —Vendrás a la manifestación  ¿no?
    —Claro, no faltaré —fue mi cobarde respuesta.

     El día señalado, exactamente dos meses después de la muerte de Franco,  me situé en medio del gentío en la Plaza de la Independencia pensando con ingenuidad que allí estaría más arropado en caso de problemas. Eran las ocho de una fría tarde de enero y la primera vez que yo acudía a una manifestación. Estiré el cuello y vi a Gonzalo junto a la pancarta y a su lado, como siempre, a Andrea que esta vez llevaba al cuello un pañuelo palestino. No habíamos recorrido ni cincuenta metros cuando una barrera de policías antidisturbios con los cascos y las armas en la mano nos bloquearon el paso. La visión de aquellos tíos tan grandes me produjo flojera en las piernas y me pregunté qué hacía yo en aquel lugar cuando ni siquiera Andrea se había percatado de mi presencia. A los pocos minutos empezaron a llover los botes de humo. Me quedé paralizado sin saber qué hacer. Un policía vino hacia mí y me golpeó con la porra en el muslo al tiempo que me insultaba. Reaccioné como pude y seguí a un numeroso grupo que se adentraba en el Retiro. Un helicóptero de la policía sobrevolaba la zona enfocando con un potente reflector  a aquel ejército en desbandada. Aquello me parecía de película pero era real y yo iba cagado de miedo. No tenía un plan concreto, tan sólo trataba de escapar de aquel lugar como fuera, pero en mi camino se cruzó un tipo con un bate de béisbol. Es lo último que recuerdo.

     Desperté, abrí los ojos y vi los rayos de  luz que se filtraban por la ventana. La cabeza me dolía terriblemente y mientras intentaba adivinar en qué lugar me encontraba noté que alguien apretaba mi mano. Giré la vista y vi a Andrea sentada en una silla al  lado de la cama sujetando mi mano entre las suyas. Tuve que mirar de nuevo porque no sabía si estaba soñando o era real.
      —¿Qué pasó? —le pregunté con voz débil. Ignoraba el tiempo que llevaba allí.
 Sus ojos expresaban una mezcla de ternura y alivio en el momento en que le hice la pregunta.
      —Te golpearon en la cabeza—respondió sin soltar mi mano.
      —¿Y Gonzalo? 
      Vi dibujado en su cara un gesto de clara decepción.
     —Menudo valiente. Huyó en cuanto apareció la policía. Decía que  en la lucha revolucionaria los cuadros dirigentes debían tomar precauciones para no correr riesgos inútiles.
     Andrea se puso de pie. Llevaba el pelo suelto y algo de maquillaje. Me hubiera gustado decirle que estaba más guapa que nunca pero no me atreví. Se agachó, me acarició suavemente la cabeza y me besó con dulzura en los labios. 
      Tan solo en ese momento comprendí que todos mis sufrimientos habían merecido la pena.

lunes, 28 de octubre de 2019

Bienvenid@s


Bienvenidos a este blog.
     Soy Víctor Manuel Balda, aficionado desde mi juventud a este oficio de escribir y que poco a poco se ha ido acrecentando con el paso de los años. Lo supe desde el momento en que dejar de hacerlo me producía desasosiego y una cierta angustia. Por eso escribo, para calmar la sed que llevo dentro.       
     Debo admitir que la foto de portada no es en absoluto casual. Es mi pequeño homenaje a la biblioteca de mi barrio, que nos da la bienvenida a cuantos nos acercamos a ese espacio íntimo de encuentro con las letras y el saber. Detrás de la persona que escribe hay siempre un lector insatisfecho, porque lectura y escritura son las dos caras de una misma moneda.  Tratar de encontrar la frase exacta, el tempo adecuado, el ritmo de la narración, es el empeño y la tarea que me lleva a presentar este blog, en el que pretendo reflejar mi particular mirada del mundo que me rodea. Una realidad que me condiciona porque formo parte de ella y que me exige al mismo tiempo un esfuerzo para poder distinguir, como diría el poeta, las voces de los ecos.
     A veces siento terror ante la hoja en blanco (o el Word), y me asaltan dudas acerca de la utilidad de lo que escribo. Pero un impulso natural me lleva a seguir haciéndolo, siempre confiado en que algún curioso indague en mis historias. Precisamente estas líneas van dirigidas hacia esas personas que buscan ser sorprendidas por alguien no perteneciente  al selecto club de los llamados autores “consagrados”.
     Os invito a acompañarme en este viaje en el que irán apareciendo algún reportaje, relatos cortos, crónicas, un pequeño ensayo, y por supuesto retazos de vida en los que ficción y realidad se funden sin poder discernir con claridad lo uno de lo otro.
     Este espacio pretende ser también un lugar de encuentro para exponer o sugerir otras lecturas que nos hayan llamado la atención.
      Cuento de antemano con vuestra colaboración.