viernes, 14 de marzo de 2025

Un amor para siempre

 

     Cierto día Nick recibió un dramático mensaje de Ilse que decía: “Estoy gravemente enferma. Los médicos me dan seis meses de vida, pero antes me gustaría verte”. De golpe se le amontonaron recuerdos de su época de juventud. Hacía mucho tiempo que no se veían pero desde el primer momento tuvo claro que una petición así no podía ignorarla.

     Ilse era de su edad, propietaria de un palacete que había heredado de su padre, un rico empresario terrateniente que hizo fortuna con sus viñedos, olivares y otros negocios. Nick debía desplazarse a otro estado en un viaje en coche de varias horas. Durante el trayecto tuvo tiempo de recordar aquellos encuentros fugaces con Ilse en sus años de juventud, lejos de la mirada de su padre. Ella estaba enamorada de Nick pero su padre no aprobaba esa relación con el hijo de un empleado suyo. Suspiraba con emparentarse con alguien de su misma posición, al menos. ¿Cuántos años desde la última vez? Quince, veinte? No sabría precisarlo. La recordaba muy guapa, pelo castaño, ojos marrones. A él también le gustaba pero por algún motivo la consideraba inalcanzable. De esta manera, rememorando recuerdos y detalles, el viaje se le hizo más corto. Dejó el coche en el parking de entrada, que entonces no existía, y echó un vistazo a la casa-palacio y a sus cuidados jardines. Ya en el vestíbulo un empleado le preguntó el motivo de la visita y Nick le respondió que Ilse le estaba esperando. Durante diez minutos aprovechó para contemplar los candelabros, los cuadros de los antepasados, los espejos y relojes estilo Luis XIV. Poco después un mayordomo le pidió que le siguiera hasta la sala-biblioteca  donde Ilse se distraía ojeando viejos volúmenes y la heráldica de su familia. Nick le saludó con dos besos mientras le entregada un ramo de rosas.

     —Oh! Siempre tan distinguido y galante.

     Sus ojos habían perdido el brillo de entonces y las canas ya asomaban pero su figura seguía siendo esbelta a pesar de la enfermedad. Ilse cogió del brazo a Nick.

     —Aprovechemos el día y paseemos un rato, hace un día muy agradable.

     —Pero a lo mejor no te conviene —objetó Nick.

     —Sí, eso me dicen constantemente los médicos, que debo guardar reposo. ¡Al diablo con ellos! No sabes cómo agradezco las visitas, me sacan de la soledad y del aburrimiento. Pero… cuéntame de ti.

     Juntos recorrieron la cuidada fronda de los jardines, luego se sentaron en un banco. Nick tomó su mano entre las suyas mientras hablaban. A Ilse le costaba respirar pero hizo un esfuerzo.

     —Tuve un matrimonio desgraciado y mis hijos están más interesados en la herencia que en mí. Es algo que me duele. Por eso prefiero a las personas que nada esperan que les deje. Son más auténticas.

     Visitaron luego la bodega, las caballerizas y por último el palomar.

     —Aquí me besaste la primera vez. Me trae recuerdos muy especiales.

     Ilse apoyándose en Nick apenas pudo terminar el recorrido a causa de la fatiga. Le acompañó hasta su habitación.  Al despedirse Nick tomó las manos de Ilse y las besó. Los dos sabían que era la última vez que se veían. Ocho meses después Nick recibió con gran pesar la noticia de que Ilse había fallecido y que en su testamento había dejado a su nombre el viejo palomar.

 

domingo, 2 de marzo de 2025

Yo también sigo a un influencer

 

     Leo con cierto interés lo que publican los llamados influencers, gente que se destaca por tener cientos de miles o, incluso millones de seguidores en las redes sociales. Sus contenidos son de lo más variado: pueden versar sobre deportes, música, moda, salud, belleza, espectáculos, gastronomía, viajes, fitness, y así un largo etcétera. Reconozco que, salvo excepciones, son temas que no me interesan demasiado, pero intento hacer un esfuerzo para, entre otras cosas, comprender mejor la sociedad en la que vivo. También sus creadores ocupan un variado perfil; van desde personajes a menudo controvertidos (a veces defensores de bulos, o noticias no suficientemente contrastadas), hasta frikis que gustan de exponerse a riesgos físicos, incluso arriesgando sus vidas con tal de obtener una foto llamativa o una portada que le sirva para promocionarse. Si en algo coinciden la mayoría de analistas es en la necesidad que tienen de renovar sus propios contenidos en redes, pues una ausencia demasiado prolongada es sinónimo de que no tienes nada que decir y caer pronto en el olvido. Según la R.A.E. el término influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras.

     Pese a todo lo dicho anteriormente yo también sigo a un influencer. Se llama Antonio Machado y en julio cumpliría 150 años. Perteneció a la generación del 98 y ha ejercido una gran influencia en la literatura del siglo XX. Su poesía honda y clara, unido a la ausencia de todo artificio y de metáforas, refleja como ninguna el alma y el sentir del pueblo español y más concretamente de las tierras de Castilla.

     No voy a descubrir nada nuevo que no hayan dicho ya críticos y especialistas de su obra, tan sólo que he seguido los pasos de su ciclo vital. El primer lugar que visité hace muchos años aprovechando que me encontraba en Cataluña fue su sencilla tumba en Colliure, siempre cubierta con flores frescas dejadas por manos anónimas. Junto a la tumba hay una especie de buzón donde la gente deja sus poemas, que un empleado municipal ha de retirarlos cada cierto tiempo para que no se amontonen. En el año 2007 con motivo del centenario de la llegada del poeta a Soria, el Ayuntamiento organizó una serie de actos para ensalzar su figura. Allí acudí con algunos amigos acompañados por un guía que nos hizo el recorrido machadiano: los álamos del Duero, la ermita de San Saturio, el cementerio del Espino donde está enterrada Leonor, el parque donde se encuentra el famoso olmo, la iglesia donde se casó, el Casino que él frecuentaba en la calle Collado, el reloj de la Audiencia… Hace algún tiempo en alguno de mis muchos viajes al norte, la casualidad me llevó a visitar un castillo en Almenar, un pequeño pueblo cerca de Soria. El castillo es ahora propiedad privada pero en aquel entonces una familia llevaba rehabilitándolo todos los veranos desde hacía varios años. Me llamaron la atención los azulejos en una de las paredes con una inscripción que decía: “Aquí nació Leonor Izquierdo, esposa y musa de Antonio Machado”. Más tarde me enteré que el padre de Leonor era Guardia Civil y que a finales del siglo XIX el edificio estaba ocupado por la Benemérita.

     Visita obligada para quien recorre Sevilla es el Palacio de las Dueñas,  propiedad de la Casa de Alba. Allí nació el poeta (“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero”…). En Baeza visité también el aula donde impartía clases Antonio Machado que se conserva tal como él la conoció. El guía nos comentó la divertida anécdota de que Machado el primer día que llegó llevaba una recomendación para presentarse ante determinada persona. Preguntó por él y la respuesta fue que estaba en la agonía. Machado se quedó lívido y al percatarse de ello su comunicante, le contestó que no se preocupara, que La Agonía era el nombre del bar que se encontraba en la esquina. Ya por último, en Segovia, visité el año pasado la posada que Machado habitó cuando fue trasladado desde Baeza. La casa, los enseres y su cama se conservan tal como estaban entonces. Esa casa fue la última que habitó antes de la guerra civil, ahora reconvertida en casa-museo. Compartía la posada con un funcionario de Hacienda, el cual padecía de insomnio, que solo era capaz de superar cuando Antonio Machado le recitaba versos en francés de Baudelaire y de Rimbaud. Increíble.

       El amor secreto de Antonio Machado fue Pilar de Valderrama (Guiomar), los cuales se veían en el café Franco-Español de la glorieta de Cuatro Caminos, un lugar discreto hoy por desgracia desaparecido y que ellos llamaban “nuestro rincón”. Un amor platónico, idealizado y casto entre dos personas provenientes de mundos diferentes. Por cierto, los padres de Antonio Machado se conocieron sobre un puente del río Guadalquivir. Resulta que unos delfines se equivocaron de ruta  y enfilaron el Guadalquivir arriba hasta Sevilla. Tola la ciudad se asomó para ver el espectáculo.