miércoles, 6 de octubre de 2021

Psicoanálisis

      Casi todas las semanas acudía algún tipo raro a mi consulta. Antes de empezar cada sesión, mi secretaria acudía al despacho para informarme de algún dato relacionado con el cliente en cuestión. Luego salía contoneando sus caderas y dejando su perfume en cada rincón de la sala. Momentos después, tumbados en el diván, me contaban sus historias: desdoblamiento de personalidad, trastornos de conducta, las fobias, las angustias, los sueños. Yo trataba de escucharles instalado en la seguridad de mi posición y en mis años de experiencia. La gente acudía a mi consulta confiando en un salvavidas para sus conflictos. Durante las sesiones, algunas largas y tediosas, debía hacer un gran esfuerzo para seguir el hilo argumental de mis clientes. A menudo acudía a mi mente la voluptuosa imagen de mi secretaria, sus mohines y su manera de decir; ¿desea alguna cosa más? Al principio me dije que aquello no era mas que una relación profesional pero pasado un tiempo no pude resistir a sus encantos. Todo comenzó en un congreso celebrado en Barcelona un fin de semana en el que le pedí que me acompañara. Al final me inventaba citas como excusa para llegar tarde a casa.

     Una mañana recibí a un individuo de unos treinta años. El pelo revuelto, zapatillas deportivas, tejanos y camiseta que dejaba entrever sus numerosos tatuajes en brazos y cuello. No sabría decir cuál era el motivo de su visita pero me llamó la atención su hablar comedido y pausado. Todos los días daba gracias al sol por ser fuente de vida, aborrecía los convencionalismos sociales, se consideraba una persona libre sin ataduras, decía que amaba la belleza de las cosas simples y la verdad por encima de todo. Y bien ¿cuál es el problema? —inquirí expectante. Nosotros somos el problema —respondió de inmediato.

     Aquel tipo me hablaba desde el corazón y por primera vez  me di cuenta de la mediocridad en la que estaba instalada mi vida. Un matrimonio que naufragaba, la mentira como instrumento para sostener el tinglado, la falsa seguridad que proporcionaba una vida cómoda. Todo a mi alrededor se derrumbó de repente. Me pregunté qué hacía allí escuchando problemas que no eran míos y dando consejos sin dejar de traicionarme.


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