martes, 15 de junio de 2021

Tal día como hoy

      Tal día como hoy, el 15 de junio de 1977, se celebraron las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco casi dos años antes. Se trataba de las primeras elecciones libres tras cuarenta años de dictadura. Ese día acudí como apoderado de un partido de izquierdas a un colegio público situado en San Cristóbal de los Ángeles, uno de los barrios más deprimidos de Madrid. Se palpaba el nerviosismo ante la falta de práctica en estos menesteres de todos los que componíamos la mesa, nadie conocía los mecanismos y nos veíamos obligados a improvisar o a  echar mano de los manuales sobre cómo actuar. Recuerdo que antes de comenzar las votaciones el representante de un partido de izquierdas formuló la petición de que el crucifijo que presidía el aula se retirara con el fin de no orientar el voto hacia una determinada opción. Era normal por aquel entonces que determinada simbología apareciera en lugares públicos (estando yo en la mili en el año 1979, un enorme retrato de Franco todavía presidía el comedor del cuartel en Ceuta con una dedicatoria: "en recuerdo de mis años de teniente y capitán"), con el fin de que el tejido  social se impregnara. La proposición fue secundada por mayoría ante la protesta de algún partido de derechas y el referido crucifijo se guardó en un  cajón de la mesa. 

     Salvo ese incidente, las votaciones se desarrollaron con normalidad y hubo una gran participación en aquel día histórico. Pasadas las ocho de la tarde finalizaron las votaciones, en ese momento votamos la Mesa,  los apoderados a continuación y dio comienzo el escrutinio. Los nervios afloraron de nuevo.  Luego, la sonrisa se me fue helando conforme iban  transcurriendo los minutos. Mi partido tan sólo obtuvo un voto: el mío.

viernes, 4 de junio de 2021

Pagar con la misma moneda

     En tiempos de crisis la xenofobia es una característica común a todas las sociedades. Es como un virus que ataca a la mayoría de estamentos sociales como bien pude comprobar yo mismo recientemente. Como las desgracias nunca vienen solas, por esa época andaba yo enemistado con el mundo debido a que semanas atrás me habían robado el coche, y más recientemente, en un descuido mío, también la cartera, con la consiguiente pérdida de tiempo en denuncias y otros trámites engorrosos.

   Sucedió que por esas fechas debía viajar a Barcelona por asunto de trabajo y me encontraba en la estación de Atocha haciendo tiempo hasta la salida del tren. Una docena de personas nos encontrábamos en el exterior, unos fumando y otros haciendo llamadas desde su móvil en la explanada que hay debajo de la torre del reloj, donde antiguamente los taxis hacían turno para recoger a los viajeros. Un vagabundo de aspecto desastrado merodeaba por el lugar con una lata de cerveza en la mano pidiendo dinero para coger el metro. Instantes después apareció una mujer ya entrada en años, con un viejo abrigo ya raído  y en zapatillas de andar por casa mendigando unas monedas en una frase aprendida y repetida centenares de veces. Por el acento me pareció rumana o de algún país eslavo. El vagabundo nada más verla le espetó a grandes voces:

   —Ehh, ehh. Largo de aquí hija puta. ¿No ves que me estás jodiendo a mí? Vete a tu país!!

   La mujer, humillada, bajó la cabeza y dio media vuelta. Nadie hizo el menor comentario y el mendigo continuó con su perorata ante la indiferencia general de los allí reunidos. A mi lado un joven mochilero sacó su paquete de tabaco y encendió un cigarrillo. Iba cargado con un macuto a la espalda y saco de dormir. Lucía una poblada barba y larga melena recogida en una coleta. Su aspecto no difería demasiado con respecto al vagabundo salvo su indumentaria, limpia y cuidada y por las botas de alta montaña. Momentos después el vagabundo se le acercó haciendo gestos de pedirle tabaco.

   —¿Me puedes dar uno? —preguntó con voz ronca.

   El mochilero le miró con mal disimulado desprecio.

   —¿No te da vergüenza tratar así a la gente? Los perros muestran más sensibilidad que tú. ¿Quién te da derecho a echar a nadie? ¡¡Largo de aquí!!

   El vagabundo se retiró echando pestes y mascullando entre dientes mientras el mochilero apagaba su cigarrillo en una cajita que sacó del bolsillo. Gracias a él, que demostró más dignidad que el resto, me reconcilié con el género humano.