lunes, 6 de julio de 2020

Dos minutos y treinta segundos


      Todo el mundo le había asegurado que durante aquellos días la diversión estaba garantizada, que tan  solo era cuestión de dejarse llevar por las calles y plazas del centro de la ciudad, un hervidero de gente en donde el blanco y el rojo eran los colores predominantes. Julián se encontraba  en Pamplona un 7 de Julio, una ciudad a rebosar. Había acudido con sus amigos dispuestos a pasar un fin de semana inolvidable, aunque a decir verdad, él iba más que nada a seguir las huellas de Hemingway, un personaje que siempre le había fascinado por su vida bohemia, su pasión por la caza y la pesca, amante del deporte (practicaba el rugby, natación, waterpolo, atletismo, boxeo) su espíritu aventurero y también por la etapa de  reportero de prensa  durante la guerra civil española. Julián quedó impresionado al saber que se había enfrentado a su familia por su deseo de viajar a Europa y combatir en la primera guerra mundial cuando todavía no había cumplido los dieciocho años. Conocedor de todas sus obras,  se preguntaba qué era lo que de verdad le había atraído de los Sanfermines para ser capaz de volver varias veces a Pamplona.
      A pesar de que no habían dormido la noche anterior y estaban cansados, todavía les quedaba un último  esfuerzo: correr el encierro. Julián deseaba vivir emociones fuertes, las mismas que Hemingway había sentido y supo dar a conocer al mundo las sensaciones de una fiesta única. En el momento en que sonó el cohete sintió cómo su corazón se aceleraba mientras sus amigos se daban ánimos esperando a los toros en la calle Estafeta. Poco a poco la carrera se fue acelerando y un minuto  más tarde la manada pasó junto a él como una exhalación. Trató de buscar a sus amigos pero éstos habían desaparecido en medio del tumulto. No importaba, pronto se reunirían en el lugar acordado para desayunar y comentar  experiencias.
      En ese momento miró hacia la izquierda y lo que vio le dejó sin aliento.  Un toro rezagado venía derecho hacia  él, se encontraba a dos metros de distancia y  no tenía  escapatoria posible porque se encontraba contra la pared. En medio del espanto se fijó en las impresionantes astas que coronaban su cabeza y en unos ojos que le miraban fijamente sin prestar atención a los pastores que con sus varas trataban de llevarse al animal. No existía un manual sobre cómo salir de ésta. Correr era su única alternativa pero el miedo le dejó paralizado.En medio del pánico quiso gritar pero de la garganta tan solo salió una especie de súplica. Se acordó de que también Hemingway había asumido el riesgo físico en varios momentos de su vida. Sin saber por qué, le vino a la mente la frase “vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver” y de repente le pareció absurda y ridícula porque nadie desea morir joven. Allí se encontraba , en una de las calles más famosas del mundo, a la vista de decenas de fotógrafos y cámaras que recogerían esos momentos de angustia. Confiaba   que en  su casa no vieran esas imágenes dramáticas. Cuando el animal se abalanzó sobre él, cerró los ojos porque no deseaba ver el final.  Lo último que recordaba eran los desgarradores gritos desde los balcones.       

No hay comentarios:

Publicar un comentario