Adriana se sabe el centro de las miradas de sus compañeros de clase. A su belleza se une su carácter abierto y espontáneo que la hacen ser la admiración de ellos y la envidia más o menos disimulada de ellas. Estudia segundo de Bachillerato y ya está pensando en su ingreso en la Universidad aunque todavía no tiene muy claro qué carera elegir. Desde pequeña sus padres le han inculcado que debe ser responsable de sus acciones y en general son tolerantes con ella respecto a horarios y esas cosas que inquietan cuando se tienen hijos en edad adolescente.
Suele recibir en el móvil mensajes y bromas sobre todo de Alex y Pablo, compañeros de clase, pero a ella quien de verdad le atrae es Diego, un tipo alto y atlético, que casualmente es de los pocos que no le rondan a su alrededor. A menudo piensa la manera de estar a solas con él y lo comenta con sus amigas Lucía y Raquel para saber su opinión.
—Hija, deja algo para las demás —le responden con sorna. Además, ese chico no te va. Sólo piensa en los estudios. Debe ser un aburrimiento salir con él.
El colegio está preparando el viaje de fin de curso a Roma. Quieren saber qué conocimientos tienen los alumnos de la ciudad y qué lugares desean visitar, pero de momento Adriana piensa más en la fiesta de su cumpleaños y a quién piensa invitar.
—Tía, vas a flipar —le dice Lucía. Ayer casi sin querer miré en la mochila de Diego.
—¿De verdad era sin querer?
—Escucha. Tiene una agenda con los datos de todos nosotros: nombres, edades, dónde vivimos, aficiones... ¿no te parece algo raro?
—¿Pone algo de mí?
—Joder tía. ¿Sólo te preocupa eso? Esas cosas en el cine las hacen los psicópatas.
Adriana no quiere darle más importancia al asunto pero en su interior piensa si su amiga no tendrá algo de razón. Intenta concentrarse en la preparación de la fiesta de cumpleaños en el chalet que sus padres tienen en un pueblo cerca de Madrid. Ha invitado a quince compañeros, también a Diego aunque sus amigas creen que no acudirá porque es un tío raro que va a su aire.
El día de la fiesta la previsión es de una jornada de mucho calor. Alex es el primero que llega en una Harley que conduce su primo Mario, algo mayor que él. Se lo presenta y una vez que están todos, después de recibir los regalos y las sorpresas, Adriana invita al resto a refrescarse y tras un momento de vacilación la mayoría acaban en la piscina. Las miradas y las risas se entremezclan con las bromas de los más atrevidos. Adriana se siente un tanto desilusionada porque Diego al final no ha acudido a la fiesta pero intenta disimular su decepción y propone que Lucía y Raquel se encarguen de la música y que Pablo, Alex y Mario preparen la barbacoa. En ese momento y ante la sorpresa de todos aparece Diego de manera discreta con un ramo de flores. Adriana no lo dice pero es el regalo que más ilusión le ha hecho. Sus amigas se dan cuenta inmediatamente e intercambian miradas de complicidad.
Después de la comida la fiesta continúa entre risas. El alcohol comienza a aflojar los sentidos y a liberar las voluntades de los más reticentes. Entre todos han alquilado un micro bus que les llevará de regreso a sus hogares ya que era la condición que habían impuesto los padres de Adriana que, radiante, apaga las diecisiete velas, siente que la vida es una fiesta que contagia alegría y ganas de ser feliz. El reggaeton y el trap se hacen los dueños de la tarde mientras Alex y Mario consumen alguna sustancia fuera del alcance de las miradas indiscretas del resto, que se divierten chapoteando en la piscina.
A media tarde, cuando el ambiente está lo suficientemente animado, Alex y Pablo proponen que jueguen a "verdad o reto", un juego de preguntas y respuestas en el que se ponen a prueba el humor, salen a relucir los requiebros, la fantasía y el atrevimiento de los participantes. Todos aceptan. El juego comienza con preguntas inocentes pero poco a poco el nivel va subiendo. Se sortean las parejas que deberán permanecer durante un máximo de cinco minutos en una habitación. Cuando la pareja Adriana y Mario resulta elegida al azar, se escuchan los primeros murmullos a su alrededor que pronto desaparecen porque Lucía sube el volumen del reggaeton. Han pasado casi los cinco minutos cuando Diego sale del baño y escucha gritos que provienen de la habitación de arriba. Abre la puerta sin llamar y les sorprende forcejeando en la cama con Adriana al borde del llanto. Diego fulmina con la mirada a Mario diciéndole que se largue de casa. Aliviada por su presencia, se abraza a él y éste le tranquiliza con palabras cariñosas llenas de ternura que era lo que Adriana necesitaba, en vez del comportamiento zafio del bruto que le cayó en suerte. Ya más relajada, echa el pestillo a la puerta, lentamente se va desnudando y busca la boca de él poniéndose de puntillas. Luego le quita la camisa a Diego y abraza su torso musculoso, pero le nota algo frío y distante sin entender cuál es el motivo. Ella sin embargo se siente feliz, era lo que siempre había deseado apareciendo por sorpresa en el momento oportuno. Los ecos de una Harley que desaparece se escuchan entre el sonido del reggaeton. Luego Diego se separa y camina despacio hacia la ventana mirando un largo rato fijamente a un punto. Adriana siente curiosidad y acude para saber cuál es el objeto de su interés. Los dos observan en silencio a Pablo que está sentado en el columpio con un vaso en la mano contemplando sonriente al resto del grupo.
Adriana, decepcionada, ahora lo comprende todo. El juego ha terminado para ella.