En tiempos convulsos como los actuales escribir es una forma de terapia, algo que me hace olvidar por unos instantes el mal trago de sentir la casa como una cárcel que me aprieta y ahoga por tratar de evitar a un enemigo que por otra parte resulta invisible. En estas y otras cavilaciones andaba yo cuando veía desde mi terraza al vecino de enfrente pasear junto a su perro todas las mañanas más o menos a la misma hora. Hasta aquí todo perfectamente normal si no fuera porque en dos ocasiones le pillé haciéndose el distraído mientras su perro dejaba una buena mierda en la acera. Tras mirar a un lado y a otro y no ver a nadie, continuó su paseo tranquilamente como si nada hubiera sucedido.
Estos actos incívicos es algo que no puedo aguantar. En ocasiones el tratar de reprochar estas conductas supone llegar a enfrentamientos y es que donde no hay educación ni respeto cualquier cosa puede suceder. En cierta ocasión observé a una señora cuyo perro se estaba ciscando tranquilamente en un jardín comunitario sin que ella posteriormente hiciera nada. Le afeé la conducta y la señora en cuestión me respondió con total tranquilidad que ella "pagaba sus impuestos". La estupidez no conoce género. Conste que no tengo especial animadversión hacia los perros pero sí contra algunos dueños. Tampoco soy muy entendido en la materia. Solamente conozco algunas razas: pastor alemán, rottweiler, mastín, galgo y poco más. Los demás son simplemente perros.
Bueno pues a lo que iba. Resulta que ese vecino (del que ignoro su nombre), tiene su terraza frente a la mía. Por las tardes le observo tomar el sol o leer un libro, disfrutando de la primavera los días que se prestan a ello. Otras veces acaricia a su perro y juega con él. Pero lo verdaderamente curioso es que minutos antes de las ocho de la tarde (cuando la gente salimos a la terraza a aplaudir el esfuerzo y trabajo de tantos profesionales), cierra la terraza y se mete en casa. La primera vez lo interpreté como mera casualidad o debido a alguna urgencia. Me quedé con la duda y los días posteriores le estuve observando para ver cuál era su proceder. Sé que no es muy edificante espiar a los vecinos y en cierto modo me avergüenza reconocerlo, pero la curiosidad me pudo. Todas las tardes poco antes de las ocho se metía en casa. Ningún día salía a aplaudir al balcón.
Uno de los días del confinamiento algunos medios invitaron a la ciudadanía a través de las redes sociales a una cacerolada de protesta contra el gobierno por la manera de gestionar la pandemia del coronavirus. Espié a través de la ventana y cuál es mi sorpresa cuando veo a mi vecino aporreando la sartén con gran entusiasmo. Conste que no le culpo por eso. Me pareció que estaba en su derecho a criticar al Gobierno. Pero negar ese pequeño gesto de aplaudir y agradecer el esfuerzo y el trabajo del personal sanitario y de otros profesionales me pareció difícil de justificar.
Desde entonces aborrecí a mi vecino. Además de incívico, insolidario.