Vaya por delante que no pretendo alardear de nada ni tampoco atribuirme méritos que no me corresponden. Nada hay más pedante y patético como el ensalzamiento propio con el fin de impresionar a terceros o para situarse en un plano de superioridad frente a los demás exagerando los hechos y tergiversándolos con el único fin de sacar mayor provecho. Digo esto porque meses atrás hice un tramo a pie del Camino de Santiago desde Roncesvalles hasta Carrión de los Condes, aproximadamente unos 350 km distribuidos en dieciséis etapas. Repito, nada que no hubieran hecho ya antes miles de peregrinos, teniendo en cuenta además que sólo hice la mitad del recorrido. El único interés que me mueve al escribir estas líneas es reflejar lo que vi y sentí a lo largo del Camino, destacar algunos hechos que me parecen dignos de ser mencionados por cuanto constituyen una fuente de conocimientos reales, al margen de otras muchas lecturas y conversaciones sobre el tema. Un viaje que desde hacía años me había propuesto hacer pero que por unas circunstancias u otras siempre lo posponía. Tuve suerte y el buen tiempo me acompañó durante casi todo el recorrido. Tan sólo hubo dos jornadas en las que la lluvia y el viento dificultaron la marcha pero a cambio recibí un montón de sensaciones, tuve la oportunidad de conocer gente increíble, admirar hermosos paisajes y vivir desde dentro, aunque con las comodidades actuales, la incertidumbre de quienes se lanzaron a hacer el camino a Santiago en los siglos pasados guiados por la fe, o bien para redimir culpas o en busca de aventuras.
Después de algunos siglos de olvido el interés por revitalizar el Camino de Santiago comenzaría a mediados de los años sesenta en la era del desarrollismo, aunque con una carencia casi total en cuanto a infraestructuras y medios: no existían señalizaciones, albergues, información, etc. El régimen de Franco intentaba, aunque tímidamente, dar a conocer al exterior una ruta que había dejado de frecuentarse desde el s. XVIII.
En 1965 se inauguró en Puente la Reina (Navarra) el monumento al peregrino (señalado con una flecha, el autor) por ser ésta la localidad en la que el camino francés y el aragonés se unificarán hasta Santiago. Pero es a partir de la visita del Papa a Santiago en 1982 y sobre todo a la promulgación por parte de la UNESCO del Camino como Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1995 cuando de verdad toma un impulso imparable superando año tras año la cifra de peregrinos y turistas.
Caminar cinco o seis horas diarias durante dos semanas, aparte de una exigencia física, me ofreció un montón de posibilidades que yo desconocía. Hubo momentos de euforia como cuando finalizas una etapa particularmente dura o difícil. Otros fueron de compartir experiencias, de intercambios, ayudas... y también los hubo de soledad, de silencio, de pensar en tu vida, en tu familia, en las tareas aplazadas, en los proyectos de futuro… Todo eso y mucho más lo viví durante dieciséis días junto a mi compañero Pedro, en cuya compañía todo se vuelve más fácil. No me olvido de mis hermanas y parientes que nos brindaron su apoyo logístico durante dos jornadas.
El camino es también un viaje interior para descubrir los límites de uno mismo y la capacidad para comunicar y escuchar, para poner a prueba tu resistencia y saber interpretar los innumerables mensajes y sorpresas que te aguardan durante tantos días de peregrinaje.
Hablar de Roncesvalles es hablar de historia, de leyendas. Desde allí a un kilómetro de distancia por carretera subimos hasta el alto de Ibañeta. Robles y hayas conforman un paisaje espectacular. Los Pirineos se observan majestuosos en la distancia y también el desfiladero en el que según la tradición murió Carlomagno a manos de los vascones en represalia por haber destruido las murallas de Pamplona. Junto a la carretera se observan algunos búnkeres ya casi engullidos por la maleza. Explico a Pedro que una vez acabada la guerra civil, Franco, mandó construir a lo largo del Pirineo numerosos búnkeres para hacer frente a una posible invasión aliada.
Pamplona, la primera gran ciudad del Camino, nos recibe en la siguiente etapa que ha estado marcada por la lluvia. Acudimos a la Catedral para que nos sellen la Compostela, al igual que haremos luego al finalizar cada jornada. Verme cargado con la mochila en mi ciudad natal me resulta un tanto extraño al entrar por el portal de Francia, también llamado de Zumalacárregui.
En la tercera etapa llegamos a Puente la Reina, un lugar especial en mi vida. Allí cursé mis primeros estudios. Atravesar la calle Mayor, por la que durante años he visto cruzar a tantos peregrinos me produce una emoción que no esperaba. Saludo a familiares y amigos. Todos nos despiden con el socorrido ¡buen camino!
La siguiente fue una jornada con mucho calor. Dejamos el asfalto y nos adentramos por un sendero en el monte entre pinares y carrascas. Al poco nos cruzamos con una moto que nos anuncia que nos apartemos del camino porque hay una prueba de mountain bike y están próximos a llegar. Instantes después aparecen los primeros ciclistas, los cuales bajan a una velocidad endiablada por un sendero de no más de un metro de ancho. Aprovechamos y hacemos alguna foto mientras observamos el arriesgado descenso entre piedras en un terreno irregular. Una vez que han pasado todos reiniciamos la marcha y en un claro del monte nos topamos con un coche de la organización. Nos cuentan que es una prueba internacional en la que participan casi mil corredores y que el recorrido son 90 kilómetros. Las vistas son espectaculares, estamos en las faldas de Montejurra y acabamos de dejar Estella.
Cerca del mediodía el calor comienza a apretar mientras oigo a lo lejos una melodía musical. Según nos vamos acercando distingo claramente un acordeón que va desgranando las notas de un tango, pero el momento y el lugar no dejan de chocarme. Finalmente a la vuelta de un recodo veo a una mujer sentada bajo un olmo interpretando con mucho sentimiento Por una cabeza, el conocido tango de Gardel. Es un regalo al caminante y cuando paso frente a ella le doy las gracias con una sonrisa.
En la localidad navarra de Los Arcos después de finalizar la etapa, la casualidad quiso que aquel día coincidiera con una charla en el Centro Cultural del conocido alpinista Alberto Iñurrategui, uno de los mejores alpinistas y montañeros del mundo y de los pocos españoles que han coronado los catorce “ochomiles”. Ante una sala abarrotada habló de los meses de preparación que se requieren para afrontar con garantías a un coloso de ese tipo, del sacrificio, del esfuerzo que cuesta hacer cumbre, todo ello acompañado de impresionantes fotografías del Himalaya y de otros lugares del planeta. Curiosamente la conferencia se titulaba “Elogio del fracaso” y sirvió tanto para desmitificar el éxito como para perdonar o quitar la carga negativa que conlleva el término fracaso, porque a veces resulta tan débil la frontera entre ambas que acabamos confundiéndolas. Traigo esta anécdota porque durante las etapas posteriores recordé las palabras sacrificio, esfuerzo y cansancio cuando subíamos por el monte rampas con el 10 o 12% de desnivel y al llegar a lo alto no atisbábamos ningún pueblo en la lejanía.
Uno de los momentos placenteros fue sin duda la parada que hicimos para tomar un café en uno de los numerosos pueblos que jalonan el Camino. Eran las diez de la mañana de una jornada de calor en un puesto ambulante que luego volvimos a ver para abastecer al viajero-peregrino del oportuno refresco y descanso antes de emprender de nuevo la ruta. En los altavoces la música de Ludovico Einaudi nos envuelve con sus melodías. ¿Quién no se siente agradecido ante una bienvenida así?
Abandonamos los viñedos de La Rioja en plena época de vendimia y nos adentramos en la meseta castellana por la provincia de Burgos. Después de pasar el bello pueblo de Belorado el sendero nos lleva hasta el alto de La Pedraja. Desde lejos se observa una especia de monolito y gente haciendo fotos a sus pies. Es en recuerdo a los represaliados por el franquismo durante los primeros meses de la guerra civil. A pocos metros de allí una gran fosa común alberga los cuerpos de ciento treinta personas asesinadas durante aquellos días. Una lápida con sus nombres junto a la bandera tricolor y unos cuantos ramos de flores ya marchitos dignifican el lugar. Pasados más de ochenta años, el horror de la guerra civil vuelve una y otra vez a nuestro recuerdo.
La etapa que finalizó en Burgos se nos hizo interminable pues debido a un despiste nos perdimos y tuvimos que añadir varios kilómetros extra a la etapa. Después de atravesar el interminable polígono industrial ¿existe algo más feo y horrible? llegamos al centro de la ciudad y luego de hacernos la consabida foto ante la catedral preguntamos a un señor de mediana edad por una calle que nos habían recomendado donde existe un albergue. Amablemente nos acompaña y nos informa de diferentes sitios para comer y cenar a precios asequibles mientras no para de recibir llamadas al móvil y saludar a unos y a otros. Le preguntamos medio en broma si por casualidad es el alcalde. Sonríe y dice que no. Nos explica que él también hizo años atrás el Camino de Santiago y sabe lo que es llegar sudoroso y cansado a una ciudad que no conoces. Tras darle las gracias nos despide con el clásico ¡buen camino!
En San Juan de Ortega nos alojamos en una antigua hospedería que desde 1432 atendían los Jerónimos para dar refugio a los peregrinos durante la peligrosa travesía de los Monte de Oca. En la actualidad se conserva la iglesia de cabecera románica y dos cortas naves del gótico final, además del severo claustro del s. XVII. La pequeña localidad tiene otro albergue a la entrada y unas pocas casas diseminadas. Pronto descubrimos alarmados que nos hemos quedado sin tabaco y que el único bar carece de él. Por fortuna la solidaridad siempre aparece y otro peregrino con el mismo problema que el nuestro se ha desplazado hasta la siguiente localidad a cuatro kilómetros para conseguirlo.
El albergue de Hornillos del Camino, lo regenta Jennifer, una estadounidense que habla español por haber vivido en Puerto Rico. Conversamos con ella y nos dice que presta apoyo a grupos que vienen a hacer el Camino y que a las seis de la tarde hay una misa para los peregrinos. Lo comento con Pedro y ante la ausencia de alternativas decidimos acudir más que nada por curiosidad. Cuando llegamos, la misa ya ha comenzado y el cura entona algunas canciones en latín. Me parece algo trasnochado pero lo achaco a la diversidad de procedencias. Al final nos reúne por nacionalidades; ingleses, españoles, franceses, brasileños y una persona de la República Checa. Sus maneras, un tanto autoritarias nos resultan chocantes y me recuerdan al profesor y a los alumnos, desatando algunas risas entre nosotros. Nos da una hoja escrita en cada idioma para rezar en alto una oración y acto seguido cantamos todos una canción del peregrino en francés. Para finalizar nos invita a que cada cual cante una canción popular de su país. A Pedro y a mí el ofrecimiento nos parece algo folcrórico y al final optamos por salir.
La humildad y el trabajo desinteresado de los voluntarios hospitaleros que atienden los albergues ha sido una de las cosas que más me han llamado la atención. En el antiguo convento (hoy abandonado) de San Antón del s. XIV cercano a Burgos encontramos a Graziella, una joven italiana que a cambio de la voluntad atiende un pequeño albergue con capacidad para seis camas. La austeridad es la regla general: no hay agua caliente ni electricidad ni tampoco comodidades de ningún tipo. Nos brinda un café y charlamos un rato con ella. Nos cuenta que a través de su trabajo intenta recuperar el espíritu de los antiguos peregrinos medievales, enumerando lo que a su juicio son los males del actual Camino: la masificación, la irrupción de las redes sociales permitiendo reservar alojamiento por Booking o la posibilidad de conectarse a Facebook para solicitar plaza en albergues, las empresas que se dedican a transportar las mochilas de los turistas, los abusivos precios de algunas pensiones-hostales, y en definitiva la deriva mercantilista de un fenómeno que poco tiene que ver con sus inicios. Graziella viene de hacer el camino franciscano en su país. Un recorrido de unos quinientos kilómetros, que aunque no tan conocido a nivel internacional como el de Santiago, comienza a tener auge. Aunque me hubiera gustado seguir charlando con ella nos despedimos y seguimos nuestro camino después de dejar dos euros en una sencilla caja que hay encima de la mesa.
En cualquier rincón el Camino te reserva una sorpresa; ya sea en una gran ciudad o en un pueblo cualquiera de la Castilla burgalesa como es el caso de este magnífico mural que nos llamó la atención en una de las etapas. Dispongo de muchos más documentos pero me faltaría espacio para poder plasmar todos.
Castrojeriz es un bonito pueblo al pie de un monte en el que se asientan las ruinas de un castillo. La calle principal, de más de un kilómetro, está jalonada a ambos lados por casas de piedra de bella factura. Nos hospedamos en el albergue y Juan, el encargado, nos explica su trabajo. Lleva doce años de voluntario y junto a su mujer ha recorrido el camino portugués, el inglés y el occitano. Es un enamorado del Camino, algo que salta a la vista en su animada conversación en la que nos va desgranando divertidas anécdotas. Aunque su inglés es muy rudimentario, se ofrece para llevar al hospital más cercano a una peregrina irlandesa que se encuentra enferma y sin fuerzas para seguir el camino. Ella parece desconfiar del ofrecimiento pero al final acaba aceptando. El viaje en taxi le supondría un dinero que no tiene. Me sorprende la cantidad de chicas que viajan solas, seguramente yo en su lugar no lo haría.
En Frómista, después de admirar la iglesia románica de S. Martín de Tours siento la necesidad de noticias y ponerme al día. Pregunto en la recepción del hostel si tienen prensa pero me dicen que no. Me tiendo en la cama para matar el tiempo y de paso descansar un rato. Quienes estamos acostumbrados a leer prensa echamos de menos esos momentos de íntima satisfacción, aunque a veces las noticias vuelven siempre una y otra vez sobre los mismos temas. A los pocos minutos alguien llama a mi habitación. Abro y el recepcionista me ofrece el ABC y El País. Es un detalle que no esperaba y que hace que entre los viajeros del Camino se cree una especie de vínculo que se traduce en pequeños gestos de complicidad.
En Carrión de los Condes, cerca de Palencia, nuestro viaje toca a su fin. Dormir durante dos semanas cada día en un sitio diferente ha sido una experiencia única, comprobar que uno es capaz de afrontar y superar pruebas físicas es algo que refuerza la autoestima, pero conocer personas que transmiten energía positiva ha sido el mejor regalo del Camino. Aquí he encontrado paz y he descubierto la humildad en gente de mucha valía. El año que viene volveré para terminar esta aventura.