La mañana amaneció soleada el día que iban a enterrar a Aurelio Arteta, fallecido después de una enfermedad que le fue diagnosticada meses antes, cuando ya estaba haciendo planes de cara a su pronta jubilación. Por expresa voluntad suya la ceremonia quedó reducida a una breve intervención en el cementerio por parte de un familiar próximo, el cual glosó la figura de Aurelio con sentidas palabras, que aunque no mitigaron el dolor, sí al menos llevaron un poco de consuelo a su viuda e hijos, así como a los numerosos familiares y amigos allí presentes que no pudieron contener las lágrimas.
La claridad de la mañana se vio interrumpida por la aparición de nubes negras sobre el horizonte, que poco a poco se fueron extendiendo hasta cubrir el cielo casi en su totalidad. En esos momentos una persona que hasta entonces había permanecido en un discreto segundo lugar se acercó y depositó una rosa encima del féretro. Era un hombre alto, bien trajeado y con un elegante sombrero panamá. La escena, tan normal en momentos y escenarios como este, dejaba sin embargo una importante duda: ninguno de los allí presentes sabía quién era el desconocido. Justo en el instante en que los operarios comenzaron a descender el ataúd, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, primero de manera aislada, y luego de forma ininterrumpida y cada vez con más fuerza. Pronto, todos corrieron a refugiarse en una capilla con un pequeño altar situado a sus espaldas. Desde allí contemplaban al hombre que seguía impasible con la vista clavada en el féretro, ajeno a cuanto sucedía a su alrededor. Los familiares y parientes comenzaron a preguntarse quién era aquel individuo que de manera tan estoica como absurda desafiaba semejante aguacero. Las opiniones se dividían entre quienes pensaban que aquella persona no estaba muy en sus cabales y los que creían que se había equivocado de entierro.
Nadie podía imaginar sin embargo que, muchos años atrás, aquel señor tan impecablemente trajeado y con un elegante sombrero blanco panamá, había sido el primer gran amor de su vida.
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