Me ocurre cada vez
que entro en una biblioteca o en un espacio grande con abundantes libros en las
estanterías; tal cantidad de títulos me abruman, si tengo que escoger uno la
tarea es titánica aunque uno ya haya aprendido algunas claves que utilizan los
autores para que el cliente elija comprar uno de los suyos. Aparte del
marketing promocional, el secreto reside en elegir un título lo suficientemente
sugerente y atractivo como para que el lector se decida a comprarlo. Pongo
varios ejemplos: algo relacionado con la Segunda Guerra Mundial es sinónimo de
ventas, sobre todo si incluye la palabra Auschwitz. Los libros de autoayuda por
supuesto. Y no digamos nada si el título lleva la coletilla “basada en hechos
reales”, es un anzuelo que rara vez falla para que el lector lo compre. Y yo me
pregunto ¿La ficción no puede ser verosímil? Tal vez por eso procuro huir de
los títulos excesivamente llamativos, hay demasiada hojarasca en el mundo
editorial. Empiezas a leer y enseguida te das cuenta que no cumple nuestras
expectativas. Ocurre lo mismo con los libros excesivamente voluminosos. Durante
la pandemia me tragué un libro de más de mil quinientas páginas de un
reconocido escritor norteamericano. Me pregunto qué necesidad hay de castigar
al lector con semejante mamotreto. Soy de los que piensan que ciento cincuenta
o doscientas páginas son suficientes para crear una buena historia. Solo
conozco el caso de un libro de más de mil páginas que no me haya aburrido: El
Quijote. Bueno, a lo que iba. Resulta que el otro día elegí en una de las
bibliotecas de la ciudad donde veraneo el libro titulado “Maestros de la
felicidad”, donde el autor, Rafael Narbona, habla de las diferentes escuelas
helenísticas que han guiado el pensamiento filosófico desde la Antigüedad hasta
nuestros días, todo ello aderezado con comentarios de su papel como profesor en
un instituto público y las anécdotas con sus alumnos. Pero resulta que hoy en
día la filosofía está en desuso, en los planes de estudio la han devaluado
hasta hacer de ella algo residual, para dar prevalencia a las carreras técnicas
que aseguren un futuro laboral.
Algo parecido
ocurre con el periodismo. Da grima ver a algunos periodistas persiguiendo
(literalmente) micrófono en mano a personajillos famosos en busca de una exclusiva. Uff, lo que
hay que hacer para ganarse el pan; mientras tanto Tik Tok y las redes sociales
van ganando espacio propagando bulos e infundios con noticias no contrastadas,
al final la gente se queda con esos titulares en caso de no elegir bien las
fuentes de información. En momentos de crisis como el actual recomiendo
encarecidamente leer a los clásicos. Hace dos mil quinientos años hubo una
pléyade de filósofos que se hacían preguntas todavía vigentes como por ejemplo qué es la libertad, la felicidad, la belleza,
la verdad, etc. Hoy el sesgo es altamente preocupante: mientras en nuestros
barrios cierran librerías, los gimnasios están llenos a rebosar. De resultas de
ello tenemos cuerpos atléticos, pero en muchos casos las mentes están
atrofiadas. El primer mundo en el que vivimos tiene un reto formidable y no
sabe cómo afrontarlo. Me refiero a los cientos de personas que cada día llegan
a nuestras costas huyendo de la miseria, las guerras y el hambre. Hace unos
años leí la novela “Las uvas de la ira” de John Steimbeck, en la que relata las
consecuencias sociales de la crisis de 1929 en EEUU. Todo lo que vemos ahora en
nuestro país de xenofobia y racismo ya aparecen ahí.
Marco Aurelio, próximo a la filosofía estoica,
destacó entre los emperadores romanos, pero si tengo que elegir entre los
filósofos me inclino por Séneca (“nada de lo humano me es ajeno”).
Exaltó la libertad cuestionando la esclavitud, exigió respeto a la naturaleza,
elogió la austeridad, advirtió sobre la rápida decadencia de las naciones. La
mirada de Séneca conecta con la sensibilidad contemporánea y un aprecio por lo
humano. Hoy en nuestras sociedades también tenemos personas de reconocido
prestigio en todos los campos, técnicos, especialistas, etc, pero ellos no
detentan el poder. Hay bastante unanimidad en que el mundo está gobernado por patanes
incompetentes y megalómanos, de lo que se deduce que algo habremos hecho mal
para que les hayamos aupado al poder. Nos faltan lideres con carisma capaces de
arrastrar a las masas, personas íntegras como Simone Weil o Pepe Múgica
fallecido recientemente. Meses atrás, a raíz de la DANA de Valencia, la
ultraderecha se apropió de la frase, aunque no es suya, “solo el pueblo salva
al pueblo”. Yo prefiero pensar que solo la cultura, el saber, el conocimiento,
y en último caso la ciencia, son los que de verdad salvan al pueblo.
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