Uno de los debates más encendidos que se dan hoy en día en
nuestra sociedad es el concerniente a las corridas de toros y la consiguiente discusión
acerca de su prohibición o no. Pienso que esa imparable corriente de opinión
acabará por llevarse por delante las corridas de toros allá donde esté menos
arraigada. El debate no es nuevo, es cierto que desde hace varias décadas hay
una sensibilidad que antes no existía en torno al maltrato animal en general y
en particularmente en el caso de los toros. Estoy de acuerdo en que el toro sufre
en el ruedo y que todo el espectáculo es una lenta agonía desde el momento en
que aparecen los picadores, la suerte de banderillas y la estocada final. Otra
cuestión es si se puede considerar arte y cultura la lidia, pero me niego a
pensar que destacados miembros de la poesía, la literatura, el cine y las artes,
que se destacaron precisamente por el apoyo a los toreros carecieran de
sensibilidad y de la más mínima humanidad por saberse incondicionales del
espectáculo taurino. Pienso que cada época modela en cierto modo al individuo,
le hace partícipe de una manera de pensar, sentir y expresarse.
Yo no soy
partidario de su prohibición, es más, me parece éticamente más reprobable que
dos personas se líen a puñetazos entre el delirio de una multitud que les jalea
y aplaude. No me refiero solo al boxeo, sino también a las artes marciales mixtas
y similares. Dicho lo cual, tengo que decir que he asistido a algunas corridas
de la Feria de San Fermín en Pamplona, un lugar donde el verdadero espectáculo
reside tanto o más en las gradas que en el ruedo. Algunos toreros se niegan a
venir porque entienden que el público está a otra cosa mientras ellos se juegan
la vida. Están en su derecho y no les critico.
Pamplona es así, se distingue de las demás plazas porque la fiesta no tiene
descanso durante ocho días. En la plaza se come, se bebe y se canta,
convirtiéndose de esta manera en un gran coro, ya sea para interpretar “El
rey”, “La chica ye-yé”, los éxitos del grupo de rock Barricada o los que
correspondan.
Existen dos
ambientes claramente diferenciados: el de sol y el de sombra. El de sol es
irreverente, contestatario, reivindicativo, mordaz, etc; el de sombra es
tranquilo, conservador, más atento a la lidia pero también al espectáculo que
montan las gradas de sol. El primero lo conforman mayoritariamente jóvenes de
entre dieciocho y cuarenta años, el segundo es más heterogéneo. A primera vista
se diría que son antagónicos, pero en el fondo se respetan y se quieren. Pese a
los tímidos intentos de un determinado sector político para sondear la
población de cara a un hipotético futuro de Sanfermines sin toros, yo creo que
a corto plazo esa posibilidad todavía no se vislumbra a tenor de la fría
reacción con que la mayoría de la población ha recibido la propuesta. Lo pude comprobar el 14 de julio, último día de
fiestas, cuando al término de la corrida todo el mundo se quedó en la localidad
para cantar y despedirse hasta el año que viene. ¡¡¡Viva San Fermín, Gora San
Fermín!!!