jueves, 17 de julio de 2025

Un orfeón de veinte mil voces

 

     Uno de los debates más encendidos que se dan hoy en día en nuestra sociedad es el concerniente a las corridas de toros y la consiguiente discusión acerca de su prohibición o no. Pienso que esa imparable corriente de opinión acabará por llevarse por delante las corridas de toros allá donde esté menos arraigada. El debate no es nuevo, es cierto que desde hace varias décadas hay una sensibilidad que antes no existía en torno al maltrato animal en general y en particularmente en el caso de los toros. Estoy de acuerdo en que el toro sufre en el ruedo y que todo el espectáculo es una lenta agonía desde el momento en que aparecen los picadores, la suerte de banderillas y la estocada final. Otra cuestión es si se puede considerar arte y cultura la lidia, pero me niego a pensar que destacados miembros de la poesía, la literatura, el cine y las artes, que se destacaron precisamente por el apoyo a los toreros carecieran de sensibilidad y de la más mínima humanidad por saberse incondicionales del espectáculo taurino. Pienso que cada época modela en cierto modo al individuo, le hace partícipe de una manera de pensar, sentir y expresarse.

     Yo no soy partidario de su prohibición, es más, me parece éticamente más reprobable que dos personas se líen a puñetazos entre el delirio de una multitud que les jalea y aplaude. No me refiero solo al boxeo, sino también a las artes marciales mixtas y similares. Dicho lo cual, tengo que decir que he asistido a algunas corridas de la Feria de San Fermín en Pamplona, un lugar donde el verdadero espectáculo reside tanto o más en las gradas que en el ruedo. Algunos toreros se niegan a venir porque entienden que el público está a otra cosa mientras ellos se juegan la vida.  Están en su derecho y no les critico. Pamplona es así, se distingue de las demás plazas porque la fiesta no tiene descanso durante ocho días. En la plaza se come, se bebe y se canta, convirtiéndose de esta manera en un gran coro, ya sea para interpretar “El rey”, “La chica ye-yé”, los éxitos del grupo de rock Barricada o los que correspondan.

     Existen dos ambientes claramente diferenciados: el de sol y el de sombra. El de sol es irreverente, contestatario, reivindicativo, mordaz, etc; el de sombra es tranquilo, conservador, más atento a la lidia pero también al espectáculo que montan las gradas de sol. El primero lo conforman mayoritariamente jóvenes de entre dieciocho y cuarenta años, el segundo es más heterogéneo. A primera vista se diría que son antagónicos, pero en el fondo se respetan y se quieren. Pese a los tímidos intentos de un determinado sector político para sondear la población de cara a un hipotético futuro de Sanfermines sin toros, yo creo que a corto plazo esa posibilidad todavía no se vislumbra a tenor de la fría reacción con que la mayoría de la población ha recibido la propuesta. Lo pude  comprobar el 14 de julio, último día de fiestas, cuando al término de la corrida todo el mundo se quedó en la localidad para cantar y despedirse hasta el año que viene. ¡¡¡Viva San Fermín, Gora San Fermín!!!

martes, 1 de julio de 2025

Amigos para siempre

 

     Una gran mayoría de psicólogos y pedagogos está de acuerdo en afirmar que el núcleo familiar y el ambiente en que se desenvuelve el niño durante los años de formación, son fundamentales a la hora de buscar un equilibrio cuando lleguen a la edad adulta. Me faltaba escribir en este post acerca de gente a la que aprecio y que conozco desde hace un montón de años. Tuve la suerte de formar parte de un grupo humano excepcional y, aunque algunos ya nos conocíamos por haber estudiado juntos los primeros años de Bachillerato no fue hasta 1969 en Alba de Tormes (Salamanca) donde comenzó nuestra andadura. Yo me incorporé a mediados del mes de octubre de ese año porque estuve ingresado diez días en el hospital debido a una bronquitis. Mi padre me acompañó en el viaje al ser yo menor de edad. Era la primera vez que salía de la provincia, cuatrocientos km. era para mí como ir al fin del mundo. Entonces los viajes en tren eran pesados e incómodos. Salimos de Pamplona a las diez de la mañana rumbo a Alsasua. Allí cogimos otro tren procedente de Hendaya con destino a Salamanca y Fuentes de Oñoro, casi en la frontera con Portugal, por fin llegamos a Alba de Tormes a la hora de cenar. Teníamos alrededor de quince años y estábamos internos en un colegio religioso. Para quienes nos gusta rememorar efemérides importantes diré que 1969 fue la llegada del ser humano a la Luna y, 1970 fue la disolución definitiva de los Beatles. Nuestro curso lo componíamos vascos, navarros (para algunos una redundancia), castellano-leoneses, manchegos, extremeños, asturianos, andaluces, levantinos… allí aprendimos lo que significaba la España plural y diversa; salvo Galicia y Cataluña prácticamente todas las CCAA estaban representadas, pero entre nosotros nunca hubo conflictos territoriales en función de nuestra procedencia.

     Han pasado casi sesenta años desde entonces y aunque algunos compañeros siguen en la vida religiosa, la mayor parte nos fuimos descolgando por el camino. Hoy la mayoría somos abuelos o en vías de serlo. Pues bien, a lo largo de estos años hemos celebrado congresos en Salamanca, Madrid, Valencia, Cuenca, Navarra y Almería celebrando la vida y el poder encontrarnos de nuevo. Lo de menos es si en la actualidad nos consideramos creyentes, ateos o agnósticos porque lo que nos une es un pasado en común, los valores que se asientan en la amistad, el compromiso, la lealtad, en definitiva creer en la utopía en aras a conseguir un mundo mejor.  El artífice de todo esto es un cura, Simón Reyes, un hombre adelantado a su tiempo, favorecedor del diálogo, partidario de tener siempre un espíritu crítico frente a la realidad que nos rodea y frente al poder, la importancia de creer en las personas, el cual nos inculcó que la fuerza del grupo reside en potenciar todas las capacidades de cada individuo. En ese grupo aprendí, por testimonios de otros compañeros, que nada en la vida se consigue sin esfuerzo, el respeto a las personas y la solidaridad entre ellas.

     Siempre es un regalo volver a encontrarse a los setenta años con personas que conocimos cuando teníamos quince. No hace falta que diga  sus nombres porque ellos saben muy bien a quiénes me refiero. Todavía nos quedan algunos proyectos que compartir. Nuestro próximo congreso será en Alicante en septiembre, donde esperamos reunir a unas 20-25 personas, actualmente distribuidas por toda la geografía nacional.