Hace ya algún tiempo en este mismo post escribí acerca de los oficios perdidos en las últimas décadas, bien porque no habían encontrado el relevo generacional o porque cada época determina una manera de ser, de pensar, de organizarse y hasta en lo que hoy llamaríamos relaciones de productividad. Estoy hablando de un oficio que lleva en torno a setenta años desaparecido, el de los almadieros.
Las almadías
son un conjunto de troncos de árboles engarzados entre sí que se transportaban
desde los valles pirenaicos a través de los ríos. En Navarra se llamaban almadías
pero dependiendo de la zona se conocían por otros nombres: en Aragón se
llamaban nabatas, en Cataluña raiers y en Castilla balsas de troncos y quienes
las transportaban se denominaban gancheros. Era un oficio duro no exento de
peligros que a veces provocaban la muerte de quienes los conducían
(generalmente no sabían nadar) debido a la fuerte hidrodinámica de los ríos
pirenaicos. Así lo atestigua la Sociedad de Almadieros de Vidángoz (Navarra),
la cual tuvo que indemnizar a la viuda de un fallecido en 1917 con 2900 pesetas
de la época.
La actividad cesó
a mediados de los años cincuenta del pasado siglo cuando el transporte por
carretera pasó a mitigar el peligro de quienes transportaban la madera. Únase a
esto la construcción de pantanos y embalses que obstaculizaban el paso de la
conducción de troncos por vías fluviales. Muchos hijos de familias de la zona
pirenaica, principalmente de los valles de Roncal en Navarra y Ansó en Huesca,
emigraron a Norteamérica y Argentina desde 1870 hasta 1930 aproximadamente. Las
hijas, también llamadas golondrinas, generalmente emigraban al
sur de Francia, a la localidad de Mauleon (Zuberoa) a las fábricas de
alpargatas establecidas allí, en un viaje de tres o cuatro días cruzando la
frontera a pie acompañadas por algún familiar. Se les llamaba golondrinas
porque iban ataviadas de negro y el éxodo comenzaba en octubre y volvían en
primavera. De esta manera las familias se evitaban una boca que alimentar y a cambio obtenían una pequeña renta que
generalmente consistía en ropa de ajuar.
Los chicos
adolescentes al abandonar la escuela
iban al monte a ayudar en las tareas de cortar pinos y hayas, arrastrar
los troncos con caballerías, destajar ramas etc. Los más veteranos se
encargaban de navegar los troncos río abajo en un viaje lleno de aventuras:
había que sortear curvas, salvar recodos, saltar presas, empapados hasta la
cintura. Había emplazamientos peligrosos donde solo se atrevían los más
experimentados. Uno de ellos era la foz de Arbaiun, un cortado entre paredes de
piedra temido por todos los almadieros que debían atravesarlo. Allí falleció
Donato Mendibe en 1942 cuando la almadía que conducía se estrelló contra las
rocas. El peligro no era solo caer al agua sino que algún tronco de doscientos
o trescientos kilos se soltara del resto y te golpeara. El paso por las
diferentes localidades llevaba aparejado el pago de un tributo que los
almadieros se veían obligados a abonar. No faltaban los procesos judiciales
motivados por la rotura parcial de algunas piedras de la presa a causa del
empuje de los troncos.
La travesía
generalmente se hacía en primavera desde los ríos más próximos a los montes
donde se extraía la madera que en Navarra solía corresponder al río Esca
enclavado en el valle del Roncal, de ahí pasaba al río Aragón y de éste al
Ebro. Visitar la ciudad de Zaragoza era todo un descubrimiento para las gentes
que no habían salido de su lugar de origen, desde el valle de Roncal tardaban
aproximadamente ocho días. Pinos, hayas y abetos era la madera que se utilizaba
en las almadías. Cada una estaba formada por 16 o 18 troncos amarrados entre sí
mediante jarcias vegetales, principalmente avellano, las cuales se unían
formando varios tramos de entre dos y siete almadías. Por lo general la
temporada empezaba a últimos de noviembre hasta el mes de mayo.
La leña tenía diversos usos, unas veces se
empleaban para calefacción en invierno. La más delgada era para los tejados, la
mediana para pisos y la más gruesa para la serrería. En ocasiones el viaje
concluía en la desembocadura del Ebro en Tortosa. De ahí se transportaba la
carga en barco hasta la ciudad de Cartagena y servía para la construcción de
barcos (siglo XIX).
Desde el año 1990
la localidad de Burgui (Navarra) celebra un homenaje el último sábado de abril
o el primero de mayo a cuantos desempeñaron ese duro oficio, un reconocimiento
en el que no falta la música y el baile, así como la artesanía y la degustación de productos locales como el
queso, yogures, miel, espárragos, tortas de txantxigorri y otros productos
ecológicos.