Ya nos habían advertido que aquel profesor
nunca defraudaba ni dejaba indiferente a nadie. Ocurrió hace un año
aproximadamente en clase de Sociología. El profesor, mucho más joven que
nosotros, con vaqueros, barba y pelo largo, nos contó que él no estaba allí
para enseñar, que posiblemente nosotros, sus alumnos, sabíamos más que él, sino
que su labor era la de despertar algunas conciencias a través del pensamiento
crítico de la realidad en la que vivimos. Acto seguido nos preguntó cuál era el
medio más influyente en nuestro entorno
social y cultural. Algunos le respondieron que el cristianismo, otros que el
islam, etc.
—Frío, frío. El
asunto no va por ahí —dijo con una sonrisa mientras se paseaba por la clase.
Algo tramaba, estuvo un buen rato paseando entre las mesas con las manos en la
espalda mientras esperaba oír alguna nueva respuesta.
—Internet, las
redes sociales —aventuró otro, seguro de dar en el clavo. El profesor volvió a
negar con la cabeza.
—Yo creo que el
teléfono móvil —insinuó un tercero.
—Tampoco —fue su
respuesta.
—La globalización
—preguntó un cuarto.
El profesor,
después de pensar unos segundos respondió.
—Bueno, eso podría
ser consecuencia de algo anterior. Hoy en día lo llamaríamos efecto colateral,
pero tampoco es eso.
Nos miramos unos a
otros mientras nos observaba con gesto
divertido.
—Alguna sugerencia
más o se rinden ustedes.
Después de algunos
segundos de duda, una compañera que estaba en las primeras filas intervino.
—Vale, nos
rendimos.
El profesor se
quedó en pie frente a la clase. Todos le miramos con expectación, como el
público que, ansioso espera el truco que el mago está a punto de realizar.
—No señores, el
medio más influyente en nuestro entorno se llama Mercado. Y cuando hablo de
mercado me estoy refiriendo a fuerzas anónimas, sin rostro ni domicilio fijo,
ninguno las ha elegido pero tienen mucho poder y nadie es capaz de limitar,
controlar o guiar. Es un dios invisible, pero de una gran influencia en la vida
de todos nosotros.
Ante las caras de
extrañeza que vio en nuestros rostros siguió hablando.
—Sí, han oído bien
y todos, en mayor o menor medida, pertenecemos a esa religión. Como el resto de
creencias, ésta también tiene sus rituales, sus sacerdotes y propagandistas,
solo que estos no usan ropajes llamativos; visten a la manera occidental y por
supuesto tienen sus códigos, controlan la inmensa mayoría de los medios de
comunicación y hasta las mismísimas aspiraciones de la mayoría social. Su
primer mandamiento es el Consumo. Por supuesto también tienen sus teóricos, las
universidades más prestigiosas, sus escuelas de negocios y sus dogmas. Muy de
vez en cuando surgen crisis pero siempre salen fortalecidos de ellas. El
Balance y la Cuenta de Resultados es el punto final, cuyo máximo objetivo se
llama Beneficio.
Nos miramos con
gesto entre divertido y de sorpresa. La verdad es que tenía más pinta de líder
estudiantil que de profesor universitario. Siguió hablando.
—Al igual que el
resto de religiones, tiene sus lugares de culto, el principal de ellos es la
Bolsa o, si lo prefieren ustedes Wall Street. Allí fijan las miradas sus
ministros y valedores con el fin de observar cómo van sus cotizaciones.
En ese momento el
compañero que estaba a mi lado exclamó.
—Pero existe una
diferencia fundamental. Esa religión como usted la llama, no promete ni cree en
otra vida después de la muerte.
—¿Quién ha afirmado
eso? —dijo levantando la cabeza. Mi compañero levantó tímidamente la mano. A grandes
zancadas se aproximó hasta casi tocarlo.
—Tenga usted la
completa seguridad de que si pudieran vender parcelas de cielo en cómodos plazos lo harían —afirmó
provocando las risas de toda la clase. Siguió hablando.
—Como rasgos
distintivos del Mercado podemos citar dos. De una parte, la falsa sensación de
felicidad que nos proporciona el hecho de adquirir determinados bienes y de
otro su voracidad, nunca es suficiente, siempre quiere más. Por lo demás, si
algo caracteriza a nuestra sociedad es el miedo y el miedo provoca
incertidumbre. Miedo a que nos quiten lo nuestro, miedo a lo desconocido , a lo
que viene de fuera. El miedo se ha convertido en una nueva mercancía de consumo
y se ha sometido a las leyes del mercado.
—Alguna pregunta
más? —dijo levantando la mirada a toda la clase.
Todos nos quedamos
en silencio. Acto seguido consultó su reloj. Era la hora de terminar. En efecto,
en su primera clase el profesor no había defraudado.
*Con este nuevo
relato retomo mi blog. Quienes tenemos inoculado el virus de escribir, no podemos
evitarlo. Mi vida se vuelve errática y confusa.