lunes, 3 de octubre de 2022

Senderos y caminos (3 parte)

 

     "Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que tu camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias". Así comienza el hermoso poema a Ítaca de  C. Kavafis, que sirve también para cualquier viaje o proyecto que emprendamos, porque Ítaca, no deja de ser una metáfora del camino de la vida.

     Recientemente finalicé uno de mis sueños tras largos años de espera, consistente en realizar a pie el Camino de Santiago. En el momento de escribir estas líneas  todavía estoy tratando de asimilar lo vivido  en todos estos días de peregrinaje. Un viaje que ha durado tres años (interrumpido por el Covid), acumulando casi ochocientos km desde Roncesvalles y en el que al reto físico de una larga travesía, se unían las dudas que sobrevienen en momentos de debilidad y flaqueza hasta encontrar la fortaleza mental necesaria para encontrar un sentido al hecho de caminar durante un mes. Sé positivamente que algunos de los que ahora me están leyendo también han realizado el Camino y que por tanto es ridículo y absurdo pretender colgarse medallas pero, con todo, debo decir que me siento muy orgulloso de haberlo realizado. El Camino de Santiago es un viaje físico pero también tiene una vertiente introspectiva, de viaje interior hacia uno mismo. Es el que más me ha motivado. Uno de los recordatorios del Camino es que nada se consigue sin esfuerzo, frase que también es válida para cualquier empresa que nos propongamos en la vida. Otra enseñanza es que necesitamos salir de las grandes ciudades. La ciudad genera crispación, ruido, contaminación, prisas, estrés y un sinnúmero de problemas psíquicos como la ansiedad o depresión. En medio de la naturaleza he encontrado la paz y el silencio que buscaba en los cielos abiertos o en las llanuras infinitas de la meseta castellana; me he sentido pequeño en los bosques de castaños y robles de Galicia y en los profundos barrancos de Roncesvalles, allí donde la leyenda dice que cayó derrotado el ejército de Carlomagno.

     No puede faltar una mención para los hospitaleros, esas gentes encargadas de los albergues que cuidan y protegen al peregrino; de manera muy especial tengo un recuerdo para los hospitaleros de los albergues públicos: son el orgullo del Camino de Santiago. Tienen en común que todos ellos han hecho el Camino y luego, tras realizar un breve cursillo, les destinan en diferentes albergues por un periodo de quince días con el fin de atender, dar información y tratar de ayudar al peregrino en sus pequeños problemas. En Ponferrada nos recibieron con un abrazo y una limonada. Luego de ducharnos, lavar la ropa y pernoctar, tan solo nos pidieron la voluntad, toda una declaración de intenciones si lo comparamos con los establecimientos comerciales al uso donde la pregunta pertinente es si el pago lo vas a realizar en metálico o con tarjeta. A lo largo del viaje nadie está exento de un mal día o de una lesión. Ocurrió ya en Galicia al final de una de las etapas, cuando una contractura muscular me dejó maltrecho y casi sin poder caminar. Gracias a mi compañero Pedro que cargó con mi mochila pude terminar. El hospitalero de Samos (Lugo) se preocupó de llamar al Centro de Salud para que me atendieran y él mismo me acompañó. No sé su nombre pero si por una de esas casualidades de la vida leyera estas líneas, que sepa que le estoy muy agradecido, lo mismo que al equipo médico que me atendió a pesar de que había terminado ya su jornada de trabajo.

     A lo largo del viaje han sido muchas las ocasiones en las que me he acordado de mis padres ya fallecidos. Les debo la alegría de vivir y la de disfrutar de tantos momentos buenos que me ha deparado el viaje. Mi madre era natural de Puente la Reina, una población muy arraigada al Camino de Santiago por ser allí donde se unen los peregrinos venidos de Roncesvalles con los de Somport. A lo largo de su vida vio infinidad de peregrinos cruzar la calle Mayor. Tal vez nunca imaginó que algún día yo también sería uno de ellos.

     Me faltaría espacio para reproducir aquí todas las enseñanzas y los buenos momentos que me proporcionó el viaje, no obstante, intentaré resumir brevemente algunos. Nos impresionó gratamente el puente medieval de Hospital de Órbigo. Al cruzarlo vemos unas estructuras de madera junto al río y queriendo saber de qué se trata, el panel informativo nos explica que todos los años se celebran torneos y justas a caballo como en la Edad Media. Ponferrada tiene un imponente castillo templario que visitamos. Desde fuera se aprecia parte de un lienzo de la muralla reconstruido y desde la torre del homenaje el animado ajetreo de la calle que coincide con el mercado medieval que ese día hay en la ciudad. El hospitalero de nuestro albergue en la ciudad es español y se hace acompañar por una voluntaria italiana, otra japonesa y un alemán que apenas habla español. Ya  desde poco antes de llegar a Galicia cambia la arquitectura de las casas: los tejados son todos de pizarra, al ser un material que se encuentra por todas partes. El ladrillo prácticamente desaparece, es la piedra la que está presente en todas las construcciones y también son típicas por esta zona las balconadas de madera. En Villafranca del Bierzo nos alojamos en un antiguo convento del S. XVII que en la actualidad funciona como albergue, algo común en otras zonas por las que hemos pasado. En Fonfría (Lugo) a 1300 m de altitud nos acomodamos en un hostal luego de una dura etapa de siete horas con lluvia y niebla. Somos los únicos inquilinos y el matrimonio que lo regenta nos trata con suma amabilidad. No salimos del hostal porque no para de llover en toda la tarde. Mientras cenamos, el marido nos relata historias de peregrinos que escucho con atención. Cuenta que en cierta ocasión en una noche de invierno de nieve con ventisca, la puerta se abrió repentinamente apareciendo una chica japonesa en chancletas, sin ropa adecuada, con  síntomas de hipotermia y congelación en los pies. La sentaron junto a la estufa, incapaz de hablar ni decir nada. Tras tomar un cuenco bien caliente de potaje parece que al fin reaccionó algo. A la mañana siguiente prosiguió su camino y un mes más tarde el matrimonio recibió una carta dándoles las gracias por haberle salvado la vida. En una de las etapas con sol justiciero y tras una dura subida por el monte aparece en medio de la nada "La Casa de los Dioses", un espacio abierto que gestiona David, el cual ofrece al peregrino un refrigerio que se agradece. Encima de una improvisada mesa hay frutas, refrescos, zumo, leche, café. Nos ofrece una limonada y charlamos brevemente con él. Al fondo, bajo un cobertizo, dispone de unas pocas camas por si acaso algún peregrino despistado no tuviera donde dormir. Su gesto es una forma de protesta contra la deriva mercantilista en que se ha convertido últimamente el Camino: precios abusivos, maletas en lugar de mochilas y masificación en las últimas etapas. Dejamos unas monedas y proseguimos la marcha. Pasamos por Astorga y admiramos el palacio de Gaudí. En Rabanal del Camino cenamos en un restaurante anejo a nuestro albergue, regentado por un noruego. Habla perfectamente español y nos aclara que su padre es español. Nos anuncian que hay una misa con canto gregoriano por si nos interesa. En Sarria se incorpora mucha gente organizada que previamente ha venido en autobús. A partir de aquí el ambiente es más distendido, mayoría de gente joven, casi de romería. Portomarín tiene un aire mediterráneo. Lo atraviesa el río Miño que ahora baja con poca agua pero que en época de lluvias debe alcanzar una anchura considerable a tenor de una caseta de embarcadero que hay en la parte alta.

     Santiago nos recibe con una lluvia fina que pronto desaparece entre turistas deseosos de avistar la catedral. Hemos llegado al final de nuestro camino y nada más pisar la plaza del Obradoiro me abrazo emocionadamente con mi compañero Pedro. Juntos hemos compartido buenos momentos pero también hemos sufrido. Tras hacernos las fotos de rigor visitamos la catedral y paseamos por las estrechas calles porticadas entre riadas de peregrinos y turistas que no paran de hacer fotografías y comprar recuerdos de la ciudad. Me vienen a la memoria las palabras de Kavafis: "Itaca te brindó un hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino".

 

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