sábado, 20 de agosto de 2022

Gente curiosa

      Por cosas del azar he leído en una revista que cayó en mis manos la nueva modalidad para conocer sitios sorprendentes. Resulta barato, no hay aglomeraciones ni tampoco debes preocuparte en hacer reservas porque en  general son sitios solitarios pero igualmente fascinantes para el viajero que se adentra a conocerlos. Se trata del turismo urbex (exploración urbana). Todos tienen en común que son parajes solitarios y abandonados como por ejemplo pueblos fantasma, ermitas o iglesias en ruinas, antiguas naves industriales, molinos, castillos, monasterios ya vacíos, puentes destruidos, viejos balnearios en desuso, estaciones de tren abandonadas, y así un largo etcétera. La falta del elemento humano  es su principal característica; sin embargo esa decrepitud y decadencia la hace irresistible a quienes sentimos que también hay belleza en las ruinas de lo que en otro tiempo fueron sitios habitados y llenos de vida. No todo el mundo está preparado para visitar estos lugares; a menudo el terreno se vuelve abrupto, la vegetación ha invadido el espacio, hace falta linterna y un resbalón o un mal paso nos pueden causar un accidente. Pero a cambio, obtener una buena fotografía de estos lugares es algo reconfortante. Ojo, no estoy hablando de esa absurda moda de hacerse selfis al lado de precipicios o similares donde literalmente uno se juega la vida. Lo desconocido, la aventura y un halo de misterio juegan un papel importante en este tipo de turismo cada vez más presente en las redes sociales. El paso inexorable del tiempo es el factor determinante de todos ellos. Nosotros estamos de paso pero las piedras ya estaban allí, y seguirán allí cuando nosotros ya no estemos, guardando secretos o contando historias a los que se acerquen (depende de la actitud o del grado de sensibilidad del visitante), de sus antiguos moradores, historias fascinantes contadas a la luz de un candil o en noches de tormenta cuando no había otra distracción que no fueran los relatos orales que se iban transmitiendo de padres a hijos. Son lugares donde uno se da verdaderamente cuenta de lo efímero de nuestras vidas. Conozco algunos de estos lugares y puedo asegurar que siguen transmitiendo el mismo poder evocador y la misma energía que cuando lo habitaban sus gentes. Hoy todos ofrecen la misma estampa de silencio y abandono, de entre los cuales destacaríamos, por ser de actualidad,  los numerosos pueblos deshabitados de la España interior.

     Una de las máximas de este turismo urbex es no compartir ubicaciones, tan solo con los exploradores de confianza por el afán de muchos en llevarse recuerdos, hacer grafitis, dejar basura, prender fuego, etc. En un caso que conozco, unos individuos estuvieron varios días cortando con una radial, la maquinaria de un molino para venderla al peso. Las dos reglas de oro de este turismo son: "no te lleves nada, solo fotos. No dejes nada, solo huellas". Quienes amamos la soledad no nos sentimos solos cuando visitamos estos lugares; muy al contrario, todavía nos llegan los ecos de la vida sencilla de sus antiguos moradores guiada únicamente por las estaciones y la siembra y recolección de sus campos, las privaciones para sacar adelante la numerosa prole o la pérdida de todo cuando venía una prolongada sequía o el granizo arruinaba sus cosechas. Vidas por otra parte respetuosas con la naturaleza y el entorno en el que vivían. Esas gentes nunca sospecharon que muchos años más tarde esos mismos lugares serían objeto de culto y de la curiosidad de otros humanos atraídos por el misterio y por la fascinación que ejerce entre nosotros lo desconocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario