Ocurrió hace algunos años un sábado por la noche, lo recordaba bien. Ezequiel Cardoso venía de cumplir su turno como guardia de seguridad en una importante cadena de alimentación en Aranjuez. De vuelta a Madrid las luces de la ciudad se reflejaban al fondo, momento en el que una débil lluvia hizo su aparición. Conducía relajado y tranquilo, escuchando música con el volumen de la radio más bien alto, como a él le gustaba. Hasta el martes no le tocaba incorporarse al turno. Instantes después algo le sobresaltó: a lo lejos dos individuos en medio de la carretera le hacían señas para que parase. Pensó que algo grave estaba ocurriendo como para que se jugaran la vida de esa manera. De inmediato puso el intermitente y paró en el arcén. En ese momento uno de ellos abrió el maletero y un tercero que apareció entonces introdujo un pesado bulto y cerró de golpe. Nada más parar ya se dio cuenta de que algo raro estaba ocurriendo y su impulso fue arrancar rápido y escapar pero uno de ellos se situó estratégicamente delante para impedir la maniobra. Todo estaba perfectamente calculado y la operación no duró más allá de quince segundos. Tres golpes en el techo y el imperativo "largo de aquí" no admitieron ninguna clase de réplica. Salió con el corazón desbocado y con la certeza de haber sido engañado como un incauto.
La razón le decía que no debía seguir conduciendo sin saber lo que llevaba detrás. Le hizo caso. Paró en un apartado y con temblor de manos cogió la linterna que llevaba en la guantera. Luego abrió el maletero contemplando con horror el cadáver de un hombre con un tiro en la cabeza y manchas de sangre en la manta y en otras pertenencias. Su primera decisión fue acudir a una comisaría y denunciar lo ocurrido pero poco después recapacitó. Tenía antecedentes penales por robo y estancia de un año en prisión y, aunque había rehecho su vida y ya se consideraba plenamente rehabilitado, se preguntaba hasta qué punto ellos creerían su versión. Cambió de estrategia y unos kilómetros más adelante se desvió hacia el polígono industrial de Pinto. Lo conocía bien, había trabajado allí varios años. Enfiló la calle principal, todo estaba desierto. Siguió avanzando hasta el final a la derecha donde había una empresa que se dedicaba al almacenaje de chatarra. Detrás no había mas que terrenos baldíos. Apagó el motor. Todo estaba en penumbra y solo se oía el silencio de la noche. Cuando estaba a punto de salir del vehículo vio los faros de un coche que se acercaba con una luz azul en la parte superior. Era la Guardia Civil en labores de vigilancia. Últimamente se habían producido varios robos en empresas de la zona los fines de semana. El coche se detuvo como a unos cincuenta metros del suyo. Al pronto se percató de que un vehículo solitario siempre induce a sospechas. Empezó a ponerse nervioso. No disponía de ninguna coartada que justificara su presencia allí a esas horas. Con toda seguridad registrarían el coche, prefería no pensar en el momento en que abrieran el maletero, pero se tranquilizó algo cuando vio salir humo de la ventanilla. Se habían detenido para fumar un cigarrillo. Cinco minutos después reanudaron la marcha pero ya no se quedó tranquilo. Abandonó el lugar y se dirigió hasta la estación de servicio más próxima donde compró una lata de cinco litros de gasolina. Antes de entrar tuvo la precaución de aparcar el coche a cien metros de distancia y subir la capucha de la sudadera. No era buena idea dejar que las cámaras le grabasen. A continuación condujo hacia un descampado, la noche era cerrada y era lo que le convenía. Arrancó las matrículas y las metió en una mochila junto al uniforme de trabajo. Luego, con un destornillador borró el número de bastidor del motor.
Tras asegurarse de recoger todas sus pertenencias abrió el capó y el maletero, roció con gasolina todo el habitáculo procurando que ninguna gota le salpicara. Echó una última mirada. Lo sentía por el muerto. Tal vez no fue su deseo que lo incineraran pero no tenía demasiadas alternativas, y además le pareció más digno acabar así que abandonado junto a una tapia. ¿El coche? Ya se inventaría algo. Se lo robaron y no quisieron dejar huellas. Era viejo, cada dos por tres en el taller. Desde hacía tiempo quería desprenderse de él.
Con las primeras llamas se fue del lugar. Mientras caminaba miró la manecilla del reloj. Siempre tuvo la costumbre de comprobar la hora desde sus años de atracador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario