Me estoy haciendo mayor, lo reconozco. Lo sé, no ya por las naturales evidencias físicas y estéticas (arrugas, manchas en la piel, etc.), sino por determinados tics y reacciones ante diferentes situaciones que antes no me pasaban y ahora sí. Lo percibo de manera clara cuando veo salir a mi hijo a las once de la noche los fines de semana para acudir a una fiesta y a la pregunta de si no le da pereza salir a esas horas, responderme con una sonrisa. O esos consejos que me dirigen en casa para que tenga cuidado al comer el jamón con el fin de que no me atragante, y la insistencia en que parta trozos pequeños de carne y mastique bien. Es cierto que la percepción de las cosas es diferente cuando eres joven a cuando llegas a la edad madura. Ya Chejov en algunos de sus cuentos se refiere a los personajes sexagenarios como ancianos. Sin llegar a esa afirmación puedo decir que me tengo por mayor pero no tanto. Siendo chaval recuerdo la risa que nos producía el cabreo de los viejos cuando estando sentados en el banco pasaba cerca una motocicleta petardeando y haciendo un ruido infernal. Con la edad se acrecienta la mala leche, de la misma forma que disminuye la paciencia y el aguante. Ahora me pasa algo parecido pero sufriéndolo yo, por eso sé que me estoy haciendo viejuno.
Llevo mal los comportamientos antisociales e incívicos y de esos los hay a porrillo, por ejemplo contemplando el espectáculo del día después de un macrobotellón. No hay derecho a dejar toda la porquería en la calle ahí tirada e irse tranquilamente a sus casas. Y mejor no hablar de lo que se ve en localidades turísticas como Magaluf que abochornan la sensibilidad de cualquiera. Me pasa algo parecido con el vandalismo y los destrozos del mobiliario urbano en nuestras ciudades. Cajeros, cabinas, contenedores de basura, papeleras, escaparates, todo vale con tal de pasarse una juerga por todo lo alto. Deberían pagarlo los padres por consentidores, pero al final lo pagamos todos. Y no digamos nada de los conductores que provocan accidentes, muchos de ellos mortales, cuadruplicando o más la tasa de alcohol o bajo los efectos de estupefacientes. Eso sin contar los que se dan a la fuga. Una sentencia que los condenara a picar piedra en una cantera no estaría mal.
De siempre he sido aficionado al fútbol. Recuerdo haber ido al campo cogido de la mano de mi papá, como canta Sabina en una de sus canciones, cuando todavía la palabra hooligan no la conocíamos, ni los aficionados portaban camisetas ni bufandas de sus clubes. Ahora hay mejores instalaciones deportivas y accesos para minusválidos, los terrenos de juego parecen alfombras, pero me da grima y vergüenza ajena ver a esos grupos de hinchas violentos que jalean gritos racistas y homófobos en los estadios. Por higiene moral debería prohibírseles la entrada. Hay mucha gente que ignora conceptos básicos como por ejemplo tolerancia, educación, respeto, ciudadanía. Me refiero a muchos dueños de perros que aprovechan la oscuridad o se hacen los despistados cuando sus perros dejan sus mierdas por las aceras. O los vecinos que ponen la música a todo trapo y se "olvidan" de que hay personas que viven a su lado. La lista es innumerable y no sigo por no resultar pesado y aburrido.
Prometo que otro día dedicaré este espacio para enumerar actitudes y mensajes en positivo que también los hay y muchos; lo que ocurre es que son noticias silenciosas, no ocupan titulares de prensa ni abren los informativos porque dicen que una buena noticia no es noticia. Será por eso o porque nos va más el barro y el ruido, el caso es que acabamos hablando de los temas de siempre. O acaso será la Navidad que nos vuelve más susceptibles y sensibleros, eso y la percepción de que otro año más ha pasado. En fin, ya lo dije al principio, me estoy haciendo mayor.