lunes, 25 de enero de 2021

La nieve

Hoy he vuelto a ver la nieve/

a través de la ventana contemplo los copos 

caer mansamente en el pequeño jardín 

que ya aparece alfombrado de blanco/

en el interior de mi cuarto la estufa de leña

me procura un ambiente caldeado mientras escucho

con deleite el crepitar de los troncos que arden/

aquí leo, escribo, sueño despierto, paso las horas 

y tengo la tranquilidad y la paz que necesito

al lado de los libros y de un collage 

de fotos familiares colgado en la pared 

que me recuerdan quién soy y de dónde vengo/

me vienen a la memoria los crudos inviernos

de mi niñez, el frío de las sábanas al acostarme/

los cristales siempre empañados,

las manos con sabañones/

ver nevar es un regalo que en la actualidad

con mucha suerte se nos ofrece tan solo

una vez al año/

un acontecimiento hermoso y gratuito

lo mismo que contemplar el resplandor

de la luna llena, o la belleza de un atardecer/ 

por eso disfruto del espectáculo

embelesado con la mirada del niño que fui/

hoy viendo nevar he recordado 

mis años de infancia cuando la nieve

duraba semanas en los tejados de las casas

y en aceras y cunetas de los caminos del pueblo

donde crecí en las faldas del Pirineo/

esos días todos en la escuela

deseábamos que las clases finalizaran pronto

para ponernos a la salida todos en fila/ 

ver quién meaba más largo

e iniciar luego una guerra de bolazos.


domingo, 10 de enero de 2021

Las heridas nunca se olvidan

      Recios temores  acompañaban a diario al muchacho camino de la escuela, el cual recibía continuas burlas y chanzas de los compañeros a causa de su nombre, más hirientes todavía cuando iban acompañadas de rimas y pareados. Se llamaba Celino y soportaba con amarga resignación la crueldad del resto de la clase. Sucedió que un buen día, estando en mitad del recreo, se hartó de tantas burlas y vejaciones acumuladas y al más gallito de la clase, apellidado Carmona, que era un año mayor que él, le atizó un sopapo en toda la cara que le derribó al suelo  dejándole los dedos marcados. El impacto se oyó en todo el patio y a la acción le siguió un  espeso silencio cargado de drama. Nadie hubiera esperado una respuesta así y todos aguardaban a ver cuál sería la reacción de Carmona. Pero éste, que no esperaba esa respuesta violenta de Celino, rojo de vergüenza, se retiró humillado y cabizbajo entre sus compañeros, los cuales tomaron buena nota de cómo se las gastaba Celino cuando estaba enfadado. Desde entonces, una guerra larvada se desató entre ambos. Carmona se sintió humillado y juró que tarde o temprano se tomaría cumplida venganza de la afrenta recibida. 

     Sabido es que a esas edades el grupo siempre se ceba con el más débil y eso mismo ocurrió en la clase de Celino. A partir de entonces el blanco de las burlas pasó a ser Miguel, al que empezaron  a llamar patachula a causa de la cojera que sufría por culpa de la polio. Para don Tomás, el maestro, aquelas eran bromas sin importancia. Él ejercía su autoridad a golpe de reglazos cuando el aula se le alborotaba. Cuando algún alumno se le desmadraba demasiado, hablaba con su padre y al día siguiente volvía más manso que un cordero. Comprenderá el lector/a, que estamos hablando de otra época, cuando los castigos en la escuela eran los reglazos, copiar cien veces una frase en el cuaderno o estar de rodillas con los brazos en cruz mirando a la pared. 

     Pero volvamos a la historia que nos ocupa. Como muchas otras por aquella época, la familia de Celino emigró a la capital en busca de fortuna. La vida en el campo no daba para mucho y el padre deseaba para los suyos un futuro mejor. Las cosas le fueron razonablemente bien y así pasaron los años hasta que un buen día el joven Celino fue llamado a filas para cumplir el servicio militar. Por aquel entonces ya había acabado el Bachillerato con notas brillantes y se estaba preparando para comenzar la carrera de Veterinaria, pues tenía muy presente su pasado en el pueblo al lado de pastores y ganaderos. Pero la milicia no hacía distingos entre ilustrados o ignorantes, espíritus refinados o toscos. Todos estaban allí para obedecer y cumplir órdenes. Los primeros días fueron duros: aprender a desfilar, soportar las bromas de los veteranos, conocer el manejo del armamento...

     Pocos días después el Teniente de su Compañía mandó formar en el patio, pasó revista y acto seguido pasó el mando al Sargento. Éste se dirigió a la tropa pidiendo un voluntario que supiera escribir a máquina. Fueron varios los que levantaron la mano, pero Celino fue el el que lo hizo con mayor rapidez y determinación. El Sargento le comunicó que una vez acabados los ejercicios de desfile se presentara ante él para recibir las instrucciones. A la mañana siguiente Celino, portando un par de cubos, fregona y una manguera, ya estaba limpiando desde primera hora todas las letrinas del cuartel soportando continuas arcadas y ganas de vomitar. A media mañana un ruido de pasos a su espalda le hizo volverse. El Sargento Carmona, con un cigarrillo en las manos, le observaba con indisimulada sonrisa pensando que diez años de espera bien habían merecido la pena. Pero esto solo era el principio. Su cabeza empezó a maquinar contra un hombre sometido a su merced.

     Tenían toda la razón. La venganza  era un plato que sabe mejor frío.