sábado, 21 de noviembre de 2020

Amor de juventud

   Todas las mañanas cuando iba a la universidad me cruzaba con un grupo de chicas que hacían comentarios y se sonreían al verme. Ellas estudiaban en la facultad que estaba al lado de la mía. Varias veces estuve tentado de cambiar el itinerario con el fin de evitar ese momento un tanto embarazoso para mí, y si no lo hice fue porque una de ellas me atraía demasiado como para dejar de verla aunque fuera tan solo unos segundos. Así que seguí mortificándome cada vez que pasaba junto a  ellas, pero todo lo daba por bien empleado los días en que nuestras miradas se cruzaban en un instante fugaz.

     Semanas más tarde coincidí con ella en una fiesta universitaria que se celebró pocos días antes de la Navidad. Un amigo común nos presentó. Se llamaba Nekane y todo en ella me gustaba; su grácil figura de  pelo castaño, la belleza de su risa, los ojos de un azul intenso. Como no sabía de qué hablar le pregunté por sus amigas y al momento me di cuenta de que esa era una pregunta inapropiada y estúpida. Luego, traté de que mostrara un cierto interés hacia mí  e hice tímidos intentos por seducirla, al principio con pequeños detalles que tal vez para otras personas pudieran pasar desapercibidos, pero confiando en que ella los supiera interpretar. Procuraba llamar su atención, siempre calculando la manera de que no fuera demasiado evidente con el fin de no presionarla. Tanto de día como de noche no dejaba de pensar en ella. Por fin había encontrado a la mujer que amaba. Animado por la pasión que vivía me puse a escribir poemas pero no me salía nada que no fuera acaramelado y cursi.  Las veces que  la veía acompañada de algún amigo no podía evitar un terrible ataque de celos. Me di cuenta de que debía ser más práctico así que  busqué sorprenderla invitándola al concierto de su artista preferido, al estreno de tal o cual  película, regalándole un libro el día de su cumpleaños... 

     Reanudado el curso después de las vacaciones, me extrañó no verla junto a sus amigas cuando iban a clase.  Poco días después recibí una llamada suya citándome en una cafetería. Pensé que ya había tomado una decisión y acudí esperanzado y lleno de alegría. Sentados frente a frente, mi corazón galopaba inquieto en espera de sus noticias. Luego, tras agradecerme  todas y cada una de las atenciones recibidas, me dejó bien claro que no siguiera esforzándome en complacerla porque, al decir de sus palabras, yo no era su tipo. 


sábado, 7 de noviembre de 2020

Melodías desde mi terraza *

      Es cierto que todos los días se aprende algo y que no todo ha sido negativo durante  el tiempo de encierro. Sin ir más lejos, este confinamiento me ha servido entre otras cosas para aprender, a mis sesenta y seis años, a hacerme el nudo de la corbata. También a compartir emociones con los míos, a leer por segunda vez El Quijote y  para dejar de fumar.

      Además he sido  testigo de buenos momentos. Todos los días a la hora de los aplausos salía al balcón con mi clarinete para interpretar algunos temas. Empecé con el "Resistiré" pero como lo escuchaba a todas horas en los medios, al tercer día me cansé. Seguí con el "Himno a la Alegría" que me parecía más apropiado y universal. A menudo los nervios me jugaban una mala pasada pero con el tiempo fui ganando  confianza, lo cual me llevó a interpretar “Yesterday”, "Mediterráneo" y conocidas bandas sonoras de películas como "El Golpe", y "La vida es bella". Cuando finalizaba seguía  escuchando aplausos, y aunque sabía que no eran  para mí, siempre me ayudaban para intentar superarme.  Frente a mi balcón vive una pareja de ancianos que todos los días salen a aplaudir. Son los primeros que empiezan y los últimos que cierran la ventana. 

     La práctica diaria me dio una cierta seguridad, lo cual  me sirvió para ser más ambicioso musicalmente. Ayer me atreví con "Laudate Dominum", una obra clásica de Haendel. La responsabilidad y el miedo escénico me pudieron y la interpretación no pasó de discreta pese a haberla ensayado varias veces con ahínco. Hoy de nuevo he salido al balcón a aplaudir, esta vez sin el clarinete pues estaba un tanto decepcionado con mi pobre actuación de ayer, pero para mi sorpresa descubrí que hasta en los malos  momentos hay siempre un motivo para la esperanza. La pareja de ancianos había colocado una gran cartulina en su ventana que al leerla me devolvió la sonrisa: "Tu música nos alegra las tardes". 

             


     * Seleccionado por la Editorial Tinta Púrpura y que se incluye en el libro "Crónicas de la pandemia", un compendio de treinta relatos  publicado en Agosto de 2020.