sábado, 19 de abril de 2025

Los prisioneros

 

     La sola presencia de aquella mujer alborotaba a los presos del penal. Se trataba de la esposa del director Emeterio Rojas, veinte años más joven que él. Era una mujer de buen ver, guapa y elegante, que de vez en cuando acudía al penal a visitar a su marido. Ya se sabe que los rumores son la antesala de las noticias y en el penal no se hablaba de otra cosa desde hacía varios días. La situación de los presos estaba en el punto de mira desde el momento en que se dispuso el cambio en la dirección hacía ya más de un año. Desde el primer día el nuevo director de la prisión (un sádico que disfrutaba con el dolor ajeno), ejercía el mando de una manera arbitraria y despótica. Según él la excesiva relajación era la culpable de todo. Por expresa orden suya se cancelaron los permisos, el acceso al tercer grado y aumentaron las horas de trabajo. El ambiente poco a poco se fue enrareciendo y todo explotó el día en que apareció en el patio una gran pintada en la pared “Rojas cornudo”. Inmediatamente mandó que todos los presos sin excepción formaran allí mismo. A través de un megáfono y subido a una tribuna prometió que todo se olvidaría si el culpable reconocía el delito, se presentaba ante él y pedía perdón, de lo contrario todos los presos asumirían las consecuencias. Al día siguiente ordenó que le sirvieran la comida delante de todos los presos, los cuales llevaban un día sin probar bocado. Rápidamente un camarero dispuso el mantel, la botella de vino, el pan y los cubiertos mientras él peroraba a los presos acerca de la disciplina y la igualdad de trato.

     —Aquí no se admiten privilegios. El rancho es el mismo para todos, desde el director hasta el último recluso. Todavía están a tiempo. El valiente que lo hizo que dé un paso al frente, de lo contrario entenderé que todos ustedes le protegen.

     Miró a los presos pero nadie se movió. Luego, disfrutando del momento se recreaba con el cuchillo y el tenedor cortando el bistec con guarnición mientras echaba una ojeada a los presos. Los más salivaban, otros preferían no mirar. El Director de momento ha suprimido las visitas porque no quiere que el control se le vaya de las manos, lo último que desea ver es un enjambre de periodistas pregonando a los cuatro vientos que el director ha suprimido el rancho a los internos. Otro día, después de una dura mañana de trabajo los presos guardan turno en espera de sus raciones. Al momento aparecen dos cocineros que traen una gran olla humeante que contiene trozos de carne, tocino, nabos y berzas. Todos esperan con el plato en la mano pero cuando va a dar comienzo la distribución, el director vuelca la olla de una patada derramando todo su contenido. Los prisioneros se lanzan como posesos a coger con las manos los trozos más grandes de carne, para mayor satisfacción del oficial que no oculta una sonrisa burlona.

     Sólo un hombre se ha mantenido firme despreciando la comida derramada en el suelo. Con gesto altivo y mirada desafiante observa fijamente al director al mando, al que poco a poco se le va helando la sonrisa. Nunca un prisionero se había atrevido a desafiar su autoridad con esa insolencia y, en un arranque de ira arrebata el arma a un guardia, con pasos decididos se planta ante el prisionero y lanzándole un culatazo con el fusil en la cara le derriba al suelo. Los demás prisioneros observan la escena sobrecogidos, presintiendo el duro castigo que le espera. A duras penas se levanta sin emitir una queja mientras un chorro de sangre le cae de la nariz hasta la barbilla. Sus compañeros, avergonzados, tiran al suelo los trozos de carne que han cogido. Nada es más humillante que la propia dignidad pisoteada.

     Para entonces los hechos ya están en los despachos de las agencias y en las mesas de redacción. Uno de los guardias ha destapado la noticia denunciando la situación en la cárcel. El escándalo es mayúsculo en toda la ciudad. El director es sustituido de manera fulminante para regocijo de todos los presos que lo celebran entre abrazos en el patio.

     Cuando Rojas abandona la prisión a bordo del coche de un familiar echa un último vistazo a los muros de la prisión. En todas las ventanas de las celdas que daban a la calle, colgaban carteles donde se leía “fui yo”. En el coche, Rojas iba rumiando una amarga letanía “hijos de puta, hijos de puta…”.

domingo, 6 de abril de 2025

Frases

 

1.    “Cuando los libros pasan de moda solo sirven para envolver pescado”.  

      Robert Graves (Yo Claudio)

2.    “Nunca pidas prestado. Primero pides prestado, luego pides limosna”

      Ernest Hemingway (El viejo y el mar)

3.    “Nadie debiera estar solo en su vejez”

       Ernest Hemingway (El viejo y el mar)

4.    “Si vi más lejos que nadie es porque me subí a hombros de gigantes”

             Isaac Newton (Refiriéndose a Galileo y Copérnico)

5.     “Siempre que hablo con gentes del campo pienso en lo mucho que ellos saben y nosotros ignoramos, y en lo poco que a ellos importa conocer cuanto nosotros sabemos”

     Antonio Machado (Campos de Castilla)

6.    “En España en general  no se paga el trabajo, sino la sumisión”

      Pío Baroja (El árbol de la ciencia)

7.    “España mi natura, Italia mi aventura, Flandes mi sepultura”

      Frase de los Tercios

8.    “Sólo la ciencia es noticia, todo lo demás es chismorreo”

      Eduardo Punset (Excusas para no pensar)

9.  —Roberto, ¿qué es un hombre sin carrera y con pistola?

     —Un capullo con pistola.

     —¡Bien! ¿Qué es un hombre con carrera y sin pistola?

     —Un capullo con carrera.

 

   —¡Bien! ¿Y qué es un hombre con carrera y con pistola?

   —¡Un hombre, papá!

   —¡Muy bien Robertito!

    Roberto Saviano (Gomorra)

10. “La aparición de Maud Brewster en mi vida me había transformado. En definitiva —pensé— es mejor y más hermoso amar que ser amado”.

Jack London (El Lobo de mar)

11. “A lo que veo Sancho, éstos no son caballeros sino gente soez y de baja ralea”.

Miguel de Cervantes (Don Quijote de la Mancha)