A veces cuando menos te lo esperas ocurren cosas imprevistas, eso es lo
que me pasó hace unos días. Mi padre falleció hace veintiséis años y mi madre
hace diez, pero esta noche he tenido la dicha de haber soñado con ellos. Los vi
ya mayores y lo primero que hice fue pedirles perdón por no haberles visitado
más a menudo los últimos años de sus vidas. He querido despedirme de ellos, ya
que no pude hacerlo en su momento.
Ya desde el
primer momento me he sentido deudor así
que les he agradecido traerme a la vida, cuidarme y atenderme cuando era
pequeño y sobre todo, por haber sido un ejemplo de honradez y fidelidad a unos ideales a lo largo de sus vidas. Les he
dicho que les tengo muy presentes en mi vida diaria aunque ya no estén
físicamente. Luego hemos recordado cosas
que han ocurrido estos últimos años y les he puesto al día. A mi madre
le conté (y se emocionó mucho), que hace un par de años había hecho el Camino
de Santiago, que pasé por su pueblo y que a lo largo de casi ochocientos kms
fui feliz y que esa felicidad se la debía a ellos. Todo el camino fue un
disfrute, que me sirvió para valorar las cosas buenas que nos proporciona la
vida, entre ellas, el que nada se consigue sin esfuerzo y saber que los míos me
estaban esperando tras mi regreso. Luego me preguntó por mis hijos y le dije
que estaban bien; que el mayor compuso una canción-homenaje a sus abuelas a
ritmo de rock. Me dijo que le gustaría escucharla aunque no la entendiera. Así
lo hice y al final lloramos los dos.
A mi padre le dije
que siempre le había querido, que esos sentimientos de amor yo los había
reprimido durante mucho tiempo, imbécil de mí. Decir te quiero es algo que se
presupone entre padres e hijos pero a mi me faltó valor para decirlo. También
le comenté que en todos los sitios me habían hablado muy bien de él y que
todavía le recordaban. Que el día de su entierro un familiar se acercó a mí y
me dijo que mi padre había sido una de las personas más extraordinarias que
había conocido en su vida.
Los sueños son
solo sueños pero el otro día al despertar, pienso que de alguna manera me he
redimido. Ese sentimiento de orfandad creo que es universal a todos los humanos
cuando llega el caso. Mi padre a fue a la guerra en 1936 recién cumplidos los
dieciocho años. Sin embargo hasta 1978 no se estableció de manera legal la
mayoría de edad para votar a los dieciocho años. No es un dato escandaloso? Los
años cuarenta del pasado siglo serán recordados como los años del hambre. Esa miseria económica y moral la
soportaron con dignidad pero a esa
generación pienso que todavía se les debe un reconocimiento por los
sufrimientos y carencias que padecieron.
Vuestro ejemplo fue la mejor herramienta para transitar por la vida, pero esa
ausencia y ese vacío es una herida lacerante que hemos de asumir todos los días.