Antes de que sea tarde y que la razón se me nuble, quiero
contarte algo que te puede interesar. Cuando te conocí yo tenía veintiún años y
tú acababas de cumplir los quince, era el año 1975 poco antes de morir Franco.
Recuerdo que me gustaba la canción “Quince años” del Dúo Dinámico. Mientras la
escuchaba siempre me acordaba de ti, aunque no lo reconocía en público porque
claro, para entonces, ya estaban pasados de moda. Eras la más guapa de cuantas
chicas venían a nuestra casa, con aquel pelo castaño que te llegaba hasta la
cintura y aquella desenvoltura que te salía de manera natural. Las veces que
estabas a mi lado, yo era la persona más dichosa del mundo y, luego ya de
noche, rememoraba todos esos momentos que habíamos compartido. Salíamos en
grupo y después, cuando nos despedíamos, siempre había una mirada cómplice
entre nosotros. Me preguntaba cómo era posible que una chavala tan guapa se fijara
en mí, siendo yo un tío con complejos, torpe y despistado; entre semana, se me
hacían los días interminables, yo deseaba que llegara el siguiente fin de
semana para poder verte de nuevo porque era en ese momento cuando la vida para
mí cobraba un nuevo sentido.
Recuerdo que por
aquel entonces yo asistía a un curso sobre cristianismo y compromiso social o
algo por el estilo y que alguna vez al compañero de más confianza le había
hablado de ti. Estando un día en clase me pasó un papelito, lo desdoblé y
ponía: “Víctor, antes triste, pesaroso, abatido. Ahora radiante, alegre,
optimista. El milagro, Macarena. Viva Sevilla!!!”
Te escribo estas
líneas desde Pamplona, la ciudad donde nací. Sé que tú también la amas y que la
consideras como tuya. Paseo por sus rincones, nunca me canso de recorrerlos:
las murallas, la Ciudadela, la Vuelta del Castillo, la Taconera, Estafeta, San
Nicolás, la parte vieja donde viví mi segunda infancia y adolescencia. La
primera vez que viniste intentaba contarte los detalles curiosos de cada rincón
que visitábamos, pero ahora la ciudad apenas tiene ya secretos para ti.
Ha pasado ya mucho tiempo desde entonces. Ahora yo tengo
setenta años, tú sesenta y cuatro. Mis padres fallecieron, los tuyos
también. Tenemos dos hijos que ya
caminan solos por la vida. Juntos de la mano hemos ido recorriendo este verano
de nuevo los jardines de la Taconera, la Ciudadela, La Vuelta del Castillo… En
los días de euforia o cuando las cosas me van bien sigo pensando qué suerte la
mía, seguramente será porque sigues ahí apoyándome.
A veces me paro a
pensar qué soy yo y he de admitir que soy un hombre sin oficio; acaso un
soñador, un impostor, un juntaletras, un romántico, es decir, cosas que no
cotizan en el mercado actual. Cuando escribo procuro elegir bien cada frase,
cada palabra, sin prisas, con el fin de expresar lo que de verdad siento. Tal
vez en el amor pase lo mismo, es algo que se debe cocinar a fuego lento como
los buenos guisos, pero en la sociedad en que vivimos todo va deprisa, no hay
tiempo para el sosiego ni para la reflexión porque continuamente nos dicen que
debemos sumar experiencias, que debemos ser felices, casi de manera imperativa.
Pero con frecuencia olvidamos que el mero hecho de existir ya es de por sí un
milagro ya que las posibilidades de nacer son las mismas que si nos tocara la
lotería habiendo jugado toda la humanidad multiplicada por quince. Estoy en desacuerdo con esa idea de que
nuestra tarea en la vida es ser felices; se puede ser feliz pero siendo a la
vez un egoísta sin ninguna empatía. Nuestra verdadera responsabilidad consiste
en dejar este mundo un poco mejor de lo que lo encontramos al nacer. En ello va
implícita la felicidad.
Ya para finalizar
te diré que siempre fuiste mi luz, mi faro, en este caminar por la vida,
contigo todo ha sido más fácil aunque a veces me costara reconocerlo. Tenía
razón aquel tipo de mi clase del que ya no recuerdo su nombre: el milagro,
Macarena.
Maite zaitut.