Aconteció en una noche de fuerte
ventisca, oscura como la guarida del lobo. El ulular del viento sacudía los
cristales y los copos de nieve ya se acumulaban en el alféizar de las ventanas.
Ningún habitante se veía por las solitarias calles del pueblo, todos refugiados
en sus casas. La única posada que queda, regentada por un matrimonio mayor está
situada a las afueras del pueblo, ha conocido días mejores pero desde que cerró
la mina de carbón hace unos años, se enfrenta a un futuro incierto debido a la
falta de clientes. Los dueños disponen de un huerto que les proporciona frutas
y hortalizas que venden en la capital. Su único hijo vive en Australia, les
dice que vendan el huerto y la posada y se vayan con él, pero ellos le cuentan
que aquí han vivido y aquí acabarán sus días. Además, ¿qué van a hacer en un
país extraño y en las antípodas?
Esa noche sus
dueños están a punto de cerrar para irse a dormir cuando unos golpes secos
llaman a la puerta. El marido, alarmado, coge el rifle porque ya no esperan a
nadie. No es la primera vez que ruidos extraños se escuchan por los
alrededores, es zona boscosa y el año pasado un oso hambriento dejó las marcas
de sus garras en la puerta. Vuelven a repetirse los golpes impacientes. Antes
de abrir el hombre amartilla el arma, es un mal presagio porque ¿quién se
aventura a salir de casa una noche así? Con una mano abre la puerta y con la
otra sujeta el rifle. Instantes después un hombre cae desplomado al suelo. El
dueño cierra inmediatamente la puerta y le apunta con el arma, puede ser una
treta o una emboscada para robarles, pero las ropas que lleva indican que el
hombre ha sido sorprendido por la tormenta de nieve; tanto el calzado como su
indumentaria no es la apropiada para esta época de año y es evidente que sufre
de hipotermia severa. Le sientan junto a la estufa con el fin de que recupere
sensaciones mientas la mujer prepara algo caliente para reconfortarle. El
desconocido tiene rasgos orientales, tiembla como un niño y hasta pasados
quince minutos no es capaz de reaccionar. Toma entre sus manos la taza caliente
que le ofrecen, bebe a pequeños sorbos y parece que poco a poco la vida vuelve
a su rostro. Luego emite sonidos, empieza a gesticular y ellos comprenden que
es sordomudo. El hombre parece cansado y preparan su habitación. El marido
recela y cuando se mujer se acuesta, coge el rifle y hace guardia cerca de la
habitación donde duerme el extraño, puede tratarse de un fugitivo huido de la
justicia. Recuerda que hace un año un expresidiario mató a una pareja antes de
robarles.
A la mañana
siguiente, poco después del amanecer, un pequeño ruido despierta al marido que
se ha quedado dormido con el rifle en la mano. Sigilosamente se acerca a la
habitación del extraño, abre la puerta y se encuentra con la cama vacía.
Presiente que le han engañado y que ha sido víctima de un robo, pero tras un
concienzudo examen comprueba que aparentemente todo está en orden. Despierta a
su mujer y con amargura le cuenta lo sucedido. Ni un gesto, ni una nota, ni
siquiera un adiós. Gente desagradecida -dice el marido con amargura. La mujer
calla porque no quiere aumentar el abatimiento de su marido.
Mientras tanto las necesidades aprietan, la
vieja furgoneta ya no da para más, les han dicho en el taller que necesita un nuevo
motor pero… y el dinero? Han pasado ya cuatro meses cuando una
mañana reciben una carta extraña. La letra, pequeña y menuda, no se corresponde
a la de su hijo que es el único que les escribe. Tras abrirla comprueban que
únicamente contiene una palabra: GRACIAS y, acompañando a ésta un cheque talón
por valor de veinticinco mil euros. Después de la sorpresa inicial el
matrimonio apenas puede contener las lágrimas, pero por diferente motivo: ella
porque sabe que es el pago por haberle salvado la vida; él por haber sospechado
que podía tratarse de un delincuente.