miércoles, 1 de mayo de 2024

Visita al terapeuta

 

     Desde hace algún tiempo asisto cada jueves a sesiones de terapia racional-emotiva con el fin de superar conductas que me llevan al aislacionismo. El doctor que me atiende es colombiano y queda un tanto desconcertado al verme entrar con mi perro de raza border coollie. Es la primera vez que lo hago y una vez sentado me creo obligado a darle una explicación.

     —Verá doctor, he logrado tal nivel de comunicación con mi mascota que me resulta difícil apartarle de mis preocupaciones vitales.

     El doctor se remueve en su asiento y hace esfuerzos por entender esa relación emocional afectiva. Nunca le había sucedido que un paciente entre con su mascota, pero intenta ser comprensivo no vaya a ser que su cliente reaccione negativamente y no vuelva más. No obstante desea indagar hasta el fondo de la cuestión.

     —Verá, no es que yo quiera inmiscuirme en sus asuntos pero ¿usted cree de verdad que el perro entiende lo que hablamos?

     —Por supuesto, pero no le llame perro, llámele Leonardo.

     —Y por qué le puso Leonardo?

     —Porque es muy inteligente.

     —Ah, claro.

     El perro se tumba en el suelo con las orejas enhiestas, como queriendo captar todo lo que allí se habla. El doctor sigue preguntando.

     —¿Y desde cuándo tiene esa relación tan especial con su mascota?

     —Desde el primer día que la vi. Estamos hechos el uno para el otro. Le hablo y creo que me entiende.

     Observo al doctor mientras v tomando algunos apuntes y luego me mira fijamente a la cara. Por su expresión no cree lo que le estoy diciendo. El doctor intenta cambiar de tema.

     —¿Tiene usted amigos? ¿Se relaciona con ellos?

     —Sí, por supuesto. Todas las noches en el parque que hay junto a mi casa, nos vemos los dueños del pastor alemán, el bulldog, el labrador, el husky siberiano, el cocker…

     —Comprendo —le interrumpe el doctor. Veamos, en la última sesión usted me dijo que su mejor amigo le había traicionado.

     —Es cierto. Y sé que Leonardo nunca me traicionará. Confío en él, dormimos en la misma habitación.

     El doctor vuelve a mirarme, unas veces a mí, otras a Leonardo. A continuación me  pregunta si de niño me sentía querido en el seno familiar. No entiendo esa pregunta. Luego dice que a veces este tipo de conductas obedecen a un desarraigo traumático en los años de infancia. Le digo que de pequeño quise tener un perrito pero que mi padre se negó.

     —Doctor, yo me tengo por una personal normal. ¿No lo cree usted así? ¿Pero qué hace, por qué se levanta?

     Doctor, doctor, no se vaya…