Desde hace algún
tiempo asisto cada jueves a sesiones de terapia racional-emotiva con el fin de
superar conductas que me llevan al aislacionismo. El doctor que me atiende es
colombiano y queda un tanto desconcertado al verme entrar con mi perro de raza
border coollie. Es la primera vez que lo hago y una vez sentado me creo obligado
a darle una explicación.
—Verá doctor, he
logrado tal nivel de comunicación con mi mascota que me resulta difícil
apartarle de mis preocupaciones vitales.
El doctor se
remueve en su asiento y hace esfuerzos por entender esa relación emocional
afectiva. Nunca le había sucedido que un paciente entre con su mascota, pero
intenta ser comprensivo no vaya a ser que su cliente reaccione negativamente y
no vuelva más. No obstante desea indagar hasta el fondo de la cuestión.
—Verá, no es que
yo quiera inmiscuirme en sus asuntos pero ¿usted cree de verdad que el perro
entiende lo que hablamos?
—Por supuesto,
pero no le llame perro, llámele Leonardo.
—Y por qué le puso
Leonardo?
—Porque es muy
inteligente.
—Ah, claro.
El perro se tumba
en el suelo con las orejas enhiestas, como queriendo captar todo lo que allí se
habla. El doctor sigue preguntando.
—¿Y desde cuándo
tiene esa relación tan especial con su mascota?
—Desde el primer
día que la vi. Estamos hechos el uno para el otro. Le hablo y creo que me
entiende.
Observo al doctor
mientras v tomando algunos apuntes y luego me mira fijamente a la cara. Por su
expresión no cree lo que le estoy diciendo. El doctor intenta cambiar de tema.
—¿Tiene usted
amigos? ¿Se relaciona con ellos?
—Sí, por supuesto.
Todas las noches en el parque que hay junto a mi casa, nos vemos los dueños del
pastor alemán, el bulldog, el labrador, el husky siberiano, el cocker…
—Comprendo —le
interrumpe el doctor. Veamos, en la última sesión usted me dijo que su mejor
amigo le había traicionado.
—Es cierto. Y sé
que Leonardo nunca me traicionará. Confío en él, dormimos en la misma
habitación.
El doctor vuelve a
mirarme, unas veces a mí, otras a Leonardo. A continuación me pregunta si de niño me sentía querido en el
seno familiar. No entiendo esa pregunta. Luego dice que a veces este tipo de
conductas obedecen a un desarraigo traumático en los años de infancia. Le digo
que de pequeño quise tener un perrito pero que mi padre se negó.
—Doctor, yo me
tengo por una personal normal. ¿No lo cree usted así? ¿Pero qué hace, por qué
se levanta?
—Doctor, doctor, no se vaya…