martes, 1 de agosto de 2023

La sima de Igúzquiza

 

     En este tiempo de posmodernidad donde se priorizan las formas y aupamos como referentes a celebrities, influencers y youtubers (con sus millones de seguidores), vengo a hablar de hechos acaecidos en el pasado reciente, de historias que han llegado hasta nosotros a través de documentos o por tradición oral, y de cómo la literatura los ha recogido y amplificado, pues nada de los que somos y hacemos es ajeno al hecho de contarlo a las generaciones futuras con más o menos grado de acierto y verosimilitud.

     La historia es la siguiente: durante la tercera guerra carlista (1872-1876) habitaba en Tudela un personaje siniestro llamado Ezequiel Llorente alias “Jergón”. Era chaparro, moreno, cejijunto y con cara de pocos amigos. Con este aspecto y con su mirada torva, escrutadora, de matón de barrio, imponía a cualquiera. Cuando abandonó a su mujer y a sus cinco hijos pasó a ser lugarteniente del cabecilla y amigo de fechorías  Félix Rosa Samaniego, expresidiario, ambos simpatizantes del bando carlista, que se dedicaron a la caza y captura de espías y confidentes a los que detenían y luego asesinaban. Cuentan las crónicas que liquidaron a más de doscientos liberales, a quienes los arrojaban, algunos todavía vivos, a una sima en Igúzquiza. El tal Jergón tenía la costumbre de arremangarse los pantalones y luego, en la taberna de la Feliporra de Estella se vanagloriaba de sus tropelías, diciendo que cada vuelta de su pantalón, una, dos, cinco, seis, correspondía a espías o confidentes que aquel día había arrojado a la sima.

      Estos dos hombres, llamados “partidarios indignos” se aprovecharon de aquellos años turbulentos en los que las fechorías quedaban desdibujadas bajo el oscuro manto de la guerra. Igualmente se jactaba de haber frito en la sartén las orejas de las personas que posteriormente eran arrojadas a la sima. No sabemos dónde termina la verdad y dónde empieza la leyenda en cuanto a los desmanes cometidos, pero eso no resta un ápice de la maldad de estos personajes. En 1876, meses después de finalizada la guerra, alguien reconoció a Jergón en una taberna de Lerín, pueblo cercano a Estella. Fue entregado a las autoridades y posteriormente trasladado a la cárcel de Pamplona. Acabó fusilado al pie de la sima y luego arrojado a ella. Jergón alcanzó la siniestra gloria de ser cantado en coplas de ciego de pueblo en pueblo.

     De tan truculenta historia se hicieron eco los periódicos y literatos de la época. También Pérez Galdós en su novela “La desheredada” nombra la sima de Igúzquiza. Pero fue Alejandro Sawa, escritor y periodista, que formó parte de la bohemia finisecular madrileña, el que publicó una novela en 1888 contando los hechos que acabamos de narrar. Viajó a París donde conoció a Víctor Hugo y Verlaine. Murió pobre, ciego y perdida la razón, e inspiró a Valle Inclán para crear a su personaje Max Estrella en “Luces de Bohemia”.

     Hace unos pocos días he visitado la sima, ahora parcialmente tapada su boca por la abundante vegetación. En la zona existen tres dolinas que crean un gran socavón de terreno. La sima tiene unos sesenta metros de profundidad y en su interior hay un microclima que hace crecer  especies de otras latitudes más húmedas. Estremece pensar que justo en ese lugar se cometieran tantas atrocidades sin juicio alguno, entre otras razones  porque para el fanatismo la indulgencia es un signo de debilidad.