Volver a los diecisiete es una bella canción cargada de simbolismo y poesía de la chilena Violeta Parra, versionada después por numerosos artistas con mayor o menor éxito. En ella habla de su experiencia personal, cuando a punto de cumplir los cincuenta se enamora de un estudiante de edad adolescente y cómo ese amor que siente, le transforma y al mismo tiempo le zarandea hasta los cimientos. Es una canción que evidentemente habla de amor, pero también ofrece otras muchas lecturas. Es la capacidad del ser humano para sentir y ver la vida con nuevos ojos, es como volver a nacer o, si lo prefieren, volver a ser joven cuando ya eres adulto. Es también recuperar la ilusión de quien descubre un nuevo motivo para vivir, es ver la luz en medio de la oscuridad que te rodea, la de levantarte otra vez, curarse las heridas y volver a intentarlo.
Cando me falta poco para cumplir los setenta, estoy viviendo parecidas sensaciones. Me encuentro en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense donde me he matriculado para mayores de cincuenta años. En el Aula Magna un representante de la Universidad nos explica cuáles son las materias y contenidos de los cuatro cursos de Humanidades. Luego nos enseña algunas dependencias, la secretaría de alumnos y el improvisado escenario donde Raimon dio el famoso concierto de 1969 abarrotado de alumnos hasta en las escaleras. Escucho las conversaciones y bromas de jóvenes, algunos de los cuales todavía no han cumplido los veinte. En los pasillos me cruzo con ellos, a sus ojos no dejo de ser un carroza, un elemento extraño en aquel ambiente universitario. Algunos se sorprenden la verme y me dedican una sonrisa como diciendo, abuelo te has equivocado de lugar pero me caes simpático. Ellos ignoran que su presencia me devuelve a los años de estudiante cuando escuchábamos a los Beatles, a Joan Baez, a Simon y Garfunkel, a Moustaki, a Creedence Clearwater Revival. Los fines de semana asistíamos a las salas de cine forum para ver películas de culto de Passolini, de Truffaut, de Visconti o de Bergman algunas de las cuales no entendíamos. Era una época de sueños, de querer transformar la realidad porque no nos gustaba y porque éramos jóvenes y todo estaba por hacer. En mi adolescencia fui testigo de Mayo del 68 que convulsionó a la sociedad de su tiempo y, tres meses más tarde ocurrió la invasión de Checoslovaquia por los tanques rusos que pusieron fin a la Primavera de Praga. De aquella protesta me impresionó que un estudiante llamado Jan Palach se quemara a los bonzo. Pero lo más terrible fue el modo de decidir entre los miembros de su comando quién sería la persona que se inmolara. !!Lo echaron a suertes!!
Fue por aquella época cuando empezamos a tomar conciencia de que en España vivíamos en una dictadura. Los valores de nuestros padres ya no coincidían con los nuestros, aspirábamos a algo mejor, la guerra civil se nos hacía lejísimos en el tiempo y sin embargo ahora, cuando todavía colean las exhumaciones de fosas, me doy cuenta que para superar esa tragedia hacen falta al menos cuatro generaciones. Por entonces nacieron los primeros flirteos y las miradas hablaban sin necesidad de decirse nada. La vida era una fiesta, libre de responsabilidades que no fueran las de aprobar y pasar curso.
Ir a la Universidad cuando estás en el otoño de la vida no te devuelve los años de juventud pero es un soplo de aire fresco que te hace recordar los sueños de entonces y sientes que algo dentro de ti comienza a renacer de nuevo. Cuando abandono la Universidad y vuelvo a casa en Metro siento un montón de sensaciones a mi alrededor. Hoy, casi sin pretenderlo, yo también he vuelto a los diecisiete.
* Relato corto dedicado a las profesoras de la UCM, Magdalena de Pazzis e Isabel Visedo por su rigor académico y sus amenas clases, de parte de un alumno ignorante que únicamente anhela saber.