martes, 18 de enero de 2022

Deudas pendientes

      Cuando El Rubio cumplió los cuarenta ya llevaba años cansado de andar bregando  con la justicia y la ley, siempre perseguido por el sambenito  de persona conflictiva y violenta debido a que su espíritu indomable casaba mal con cualquier tipo de disciplina que se le impusiera. A los dieciocho era el jefe de una banda especializada en atracos a joyerías a través del método del alunizaje con vehículos robados de antemano. La cosa iba bien hasta que una noche, al salir de un  atraco, fueron sorprendidos por un coche patrulla  de la policía tras recibir un chivatazo. En la refriega de la persecución  atropelló a un peatón hiriéndole de gravedad y cuando se vio acorralado y sin salida comenzó  el tiroteo hiriendo a un policía en la pierna, momento que aprovechó   para huir a pie mientras atendían a su compañero, pero no pudo evitar que, dos días después, en plena  madrugada, cuatro vehículos policiales rodearan su casa mientras dormía. Luego de seis años de condena pisó de nuevo la calle, esta  vez con la rabia acumulada, porque de todos es sabido  que el tiempo pasado en prisión no atempera el carácter sino que lo inflama.

     El Rubio tenía un hermano diez años menor llamado Ángel, pero su relación no era buena porque no aceptaba su homosexualidad. Se avergonzaba y evitaba su contacto y menos aún en público. Sin embargo, era la única persona en el mundo que sentía algo de afecto por él. Esta contradicción le atormentaba y le hacía  sentir culpable, aunque de un tiempo a esta parte algo había cambiado en su actitud y al menos escuchaba sus consejos. Ángel ha sufrido varias agresiones a causa de su orientación sexual, la última hace una semana, mas nunca ha querido comentarle nada a su hermano. Pero la verdad es tozuda y tarde o temprano siempre sale a la luz.   Un buen día El Rubio se lo encontró en la calle con un ojo morado que torpemente trataba de ocultar tras unas sospechosas gafas de sol en pleno mes de enero. "Ha sido un accidente"  —le dijo tratando de parecer creíble—.   No le creyó pero no dijo nada por no enemistarse con la única persona que en vida le había demostrado algo de cariño.

     Su otra  obsesión era dar con el tipo que había dado el soplo a la poli. Había planeado la venganza paso a paso, minuto a minuto. Seis años dan para mucho en prisión y el tiempo pasa despacio. Ángel, sabedor de sus intenciones, constantemente le insinuaba que cambiara de vida, que se pusiera a trabajar y se olvidara de sus antiguas amistades. El le contestaba  que sí, que iba a cambiar, que mañana empiezo de nuevo, que ya estoy harto de vivir así, pero pasado el momento se olvidaba de sus promesas. Una noche en la barra de un bar se acordó de las promesas a su hermano. Le dolía fallarle,  se merecía algo mejor de lo que la vida le había deparado. Una vida de insultos y vejaciones, también por parte suya, y ahora se avergonzaba. En cambio él poco había hecho por mejorar, ni siquiera encajaba ya en el perfil de la nueva delincuencia compuesto por mafias sin escrúpulos que engañaban y explotaban a mujeres, individuos con buena apariencia que luego resultaban pederastas, violadores, sicarios, en fin, gente a la que despreciaba. Pidió la cuenta y se fue rumiando su amargura camino de la habitación alquilada donde vivía.

     Un mes más tarde encontró trabajo de limpiacoches en una gasolinera. El sueldo no era gran cosa pero él estaba contento porque al fin había dado el paso definitivo. Llamó a su hermano. Hoy comerían juntos y le daría la noticia.  Cuando se dirigía al restaurante  se fijó en varios muchachos que perseguían a otro al grito de "que no escape el maricón". Inmediatamente pensó en su hermano, podría se él. Les siguió hasta un parque y vio que le rodeaban. De los insultos pasaron a los golpes y él trató de detener el ataque.

     —¡Parad, parad! Ya vale.

     Algunos volvieron el rostro mientras seguían golpeando.

     —¿Quién  eres? Otro  bujarra?

     El puñetazo que soltó El Rubio  impactó en su mandíbula haciéndole caer de espaldas. Tres o cuatro se abalanzaron contra él y uno le golpeó en la nuca con un objeto contundente quedando tendido en el suelo mientras los otros  emprendían veloz carrera. Algunas personas que pasaban cerca se quedaron observando dando un pequeño rodeo sin detenerse. Poco después la persona agredida se acercó y hurgó en sus bolsillos. Carecía de documentación pero encontró un papel arrugado y un teléfono. Era el de Angel, el cual cogió rápidamente un taxi  y se acercó al lugar. Le encontró en el suelo y de su cabeza manaba  un rastro de sangre.

     —¿Por qué lo hiciste?

     El Rubio le indicó con gestos que se acercara. Se agachó y puso el oído junto a sus labios. Con un hilo de voz le contestó.

     —Tenía deudas...pendientes...que saldar.

     Fueron sus últimas palabras. Toda su vida había sido una huida hacia adelante en busca de un asidero o de algún refugio. Ángel contempló detenidamente el rostro de su hermano. Siempre había visto una cara crispada, un gesto feroz, un insulto o una amenaza, pero ahora su semblante era de paz. Siempre le recordaría así y eso mitigó su dolor. 

     Minutos después un ulular de sirenas se fue acercando al lugar. Rápidamente descendieron los sanitarios apartando a los curiosos que se arremolinaban.