En casa de Clara no faltan los problemas. A ello se añade que el padre —que trabaja en la factoría de coches Nissan— es uno de los afectados por la regulación de empleo que ha presentado la empresa debido a la crisis en el sector. Su madre lo hace en una empresa de limpieza que tiene la contrata de un colegio público y otros centros municipales. Ve la explotación y las condiciones laborales en las que trabajan, pero no tiene más remedio que callar porque sabe que hay candidatas que harían su trabajo por un salario todavía más exiguo que el suyo. Clara, de quince años, es consciente de la situación que hay en casa aunque sus padres nunca han abordado el tema estando ella presente, pero las caras de preocupación y los silencios indican que algo no marcha bien.
En la misma acera, unos pocos metros más allá, está la casa de su abuela Aurelia. Tiene ochenta y tres años, vive sola pero goza de buena salud y se apaña bien en el día a día. Dice que mientras ella pueda valerse no quiere ser un estorbo para su hija, se siente libre por primera vez en su vida y quiere disfrutar de los años que le quedan como una nueva oportunidad para hacer cosas y sentirse útil. Clara está muy unida a su abuela, a menudo va a su casa a hacerla compañía y a veces se queda a dormir. Hoy Aurelia observa a su nieta y nota en sus gestos y en la manera de comportarse que alguna preocupación le ronda por la cabeza. Se sienta a su lado y le coge la mano.
—Ahora cuéntame a qué se debe esa carita triste.
Clara tiene confianza con su abuela, ésta continuamente le pregunta por sus estudios, qué carrera piensa elegir cuando vaya a la universidad y si algún chico se ha fijado ya en ella. Para Clara la casa de su abuela es una especie de refugio donde acudir cuando los canales de comunicación en casa se rompen debido a las tensiones que surgen entre sus padres. Han charlado muchas veces, y casi tiene más confianza con ella que con su madre, pero hoy no encuentra remedio a su desazón y se ve perdida sin saber a quién recurrir. Una lágrima resbala por la mejilla hasta la comisura de sus labios.
—El chico con el que salgo me ha dejado —responde en medio del llanto.
La abuela la abraza y acaricia su melena levemente rizada. Ver a su nieta así es como una punzada que siente en su corazón pero deja que se desahogue porque sabe que lo primero que debe hacer es dejar que libere toda la tensión acumulada.
—Ay mi niña —le dice con ternura—. Sé cómo te sientes pero la vida no se acaba en ese chico, conocerás a muchos otros. Tu abuelo tampoco fue el primero al que conocí. No tengas prisa, hay que saber esperar y sobre todo saber elegir. ¿Te dio alguna explicación?
Clara se encoge de hombros. Sabe perfectamente que el verdadero motivo es Jennifer, una morena muy llamativa con aires de modelo. Su abuela interpreta ese silencio como un no.
—Me da que ese amigo tuyo es un tontaina un poco presumido.
—¡¡Abuela!! Bueno, la verdad es que un poco sí —responde poco después cabizbaja con una media sonrisa.
Verla sonreír de nuevo le devuelve la alegría. La experiencia que dan los años es el único patrimonio que ella posee y trata de aconsejarla lo mejor que puede.
—No dejes que nada ni nadie arruine los mejores años de tu juventud, porque la vida es un regalo maravilloso que nos es dado para disfrutarlo. Los verdaderos problemas vendrán más adelante, pero eso ahora te pilla demasiado lejos. No hay un solo día que haya dejado de dar las gracias por haber nacido a pesar de que nos tocó vivir una época dura y difícil. La vida es una noria que sube y baja. Lo que ahora ves como una tragedia, dentro de unos años lo considerarás un episodio más, ni siquiera importante en tu camino.
Clara le escucha tratando de asimilar esas palabras que le han liberado de una profunda tristeza y sobre todo de una gran decepción. Se abraza a ella y piensa que tal vez su abuela tenga razón.